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Apuntes en viaje

Cordillera etcétera

Solo si nos detenemos en el revés de la marcha, acaso por un instante, podemos percibir, tironeados del escaneo, el cordón coreográfico que exhibe la arquitectura medular de la expedición.

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Cordillera etcétera. | cedoc

A lomo de un paso tartamudo avanza la tropa por la cuesta alta de la montaña marmolada. La ansiedad, el silencio y una presencia fuliginosa acompañan el periplo. El cielo prístino, oxígeno en dosis minúsculas; en ocasiones intensas ráfagas arremolinadas levantan polvareda y entonces más vale cubrirse el rostro con lo que sea. Durante el día, la temperatura alcanza los 32° C. Por las noches, al retirarse el sol extenuado detrás de la exuberancia, desciende hasta los 10° bajo cero. Solo si nos detenemos en el revés de la marcha, acaso por un instante, podemos percibir, tironeados del escaneo, el cordón coreográfico que exhibe la arquitectura medular de la expedición. Todo está en su lugar, tiendo a pensar que las materias que forman el cuadro son esculpidas por energías, aunque aflore un detalle que pervierte –a la vez subvierte– mi estado de contemplación armónica. Allá, mucho más allá de la ristra de picos que se extiende ajironada por sobre los paisajes monumentales.

Aficionado a la observación, con un punto de vista íntegro, el guía (como lo hiciera el General) socava extraños yacimientos que van formando la experiencia del cruce, a la vez que pretende absorber el comportamiento profundo y hasta invisible de todas las capas del entorno, y escarbar en su oscuridad para exfoliar muestras de los rincones recónditos. Es curioso: son pasajes simultáneos que a simple vista no parecen asociados, pero sin dudas, forman la materia elástica que llamamos realidad (aquí/nosotros/ahora; aquí/ellos/otrora). Todos juntos, más en grosor que en sucesión, forman la cosmovisión del aventurero. En ese pacto susurrante, subyacente del intercambio entre el paisaje y la cultura, se despliega el catálogo por el que flotan el deseo de conocimiento etnológico. No por la fuerza, sino por la composición atómica de la realidad, un hecho fatal que arrastra a la imperfección o al ridículo cualquier intento de describirla con los gestos cancheros del realismo testimonial. Sin embargo, esa imperfección, introducimos reveladora, alcanza a rozar la verdad funcional del mundo, al menos del nuestro (aquí/ahora). Se trata de un universo cuyos elementos, todos ellos asociados en una relación que podemos llamar de misterio físico, van de las partículas elementales a las profundidades apenas imaginadas del universo, y del que el hombre es, a un mismo tiempo, quark y galaxia.

Los jinetes vamos livianitos. Seguimos. La peonada empuja desde atrás con la carga criminal que soportan sobre las espaldas (el líder de los portadores se llama Víctor. Cumple 27 el mes próximo. Tiene los labios secos, pero las manos gruesas húmedas. Perseguido por el vapor fenomenal, luce un abrigo negro, abrochado como mortaja desde la nuez hasta las rodillas). He bebido a gotas la abundancia de cincomiles, de senderos serpenteantes y ascendentes –siempre ascendentes– de manera que a esta hora estoy extasiado y agotado. El comienzo de la noche se presenta espléndido. Ha disminuido de manera fenomenal la temperatura. Las tiendas de campaña desplegadas así, en disposición contenida, bañadas con los tintes del ocre, no impiden acaso la llegada de la única lámpara: un tenue foco que decanta baba fofa. Víctor despliega las opciones del menú. Me decido por el pastel de carne prefabricado, una copa de vino tinto y agua. Al final del camino, un racimo de piedras y por sobre éstas un amplio riacho, los músculos de minerales tanto más extendidos por el corte reciente de pastos, aires y nubes colchón.

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