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Críticos y policías

A Sayers no le interesaba la ortodoxia del género, sino compartir con el lector la felicidad de una aventura gratuita en un país imaginario.

16-4-2023-Logo Perfil
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Recibí desde Chile un paquete de libros editados por la Universidad Diego Portales. Entre ellos, varios de la colección Huellas que recopila ensayos de escritores latinoamericanos. Entre ellos, hay uno de Luis Chitarroni (Pasado mañana) y otro de Christopher Domínguez Michael (Ateos, esnobs y otras ruinas). Chitarroni (1958-2023) y Domínguez Michael (1962) pueden considerarse los críticos más ¿importantes, conocidos, interesantes? de su generación en la Argentina y en México respectivamente. Hay entre los dos libros más de un tema en común (por ejemplo una defensa de Aira en uno, un ataque en el otro) y una corriente que los vincula, no solo porque CDM le dedica un artículo muy elogioso a LC sino porque, aun con grandes diferencias entre la prosa de uno y otro, hablan la misma lengua, una lengua que comparten con Ignacio Echeverría, prologuista de Chitarroni y homólogo de ambos en España. La UDP es el arca de Noé de cierto canon literario regional y los escritores editados en Huellas podrían considerarse como pasajeros de una nave que reúne lo más ¿destacado, renombrado, comentado? del periodismo y la crítica contemporáneas.

Hay una profunda divergencia entre nuestros críticos estrella. El mexicano dice que no leería una novela policial ni bajo amenaza de ser asesinado (también dice que no le gusta el jazz, pero no carguemos las tintas). En Pasado mañana hay, en cambio, tres artículos dedicados a los policiales. En uno de ellos se elogia enfáticamente a Margery Allingham, integrante de un trío de autoras que remiten a Agathe Christie pero la mejoran: se supone que tanto Allingham como Dorothy Sayers y Ngaio Marsh escribían con más gracia que la insulsa Christie. Chitarroni dice que La muerte de un fantasma es una obra maestra. No había leído a Allingham y el elogio me hizo buscar el libro, que resultó una muy buena novela de costumbres: la tensión dramática es notable, los personajes tienen una riqueza dickensiana, el siempre atractivo tema de la falsificación ocupa su lugar y la detección se mezcla con el suspenso, ya que el héroe no solo descubre al siniestro criminal a mitad del libro sino que se enfrenta con él a riesgo de su vida.

Pero yo recordaba que Sayers me había gustado de otro modo. Me puse a leer una novela que desconocía, The Five Red Herrings o Cinco pistas falsas, ambientada en el mundo de la pintura, aunque no el del alto arte que se expone en galerías y museos londinenses como ocurre en la de Allingham, sino en una pequeña aldea de Escocia donde los habitantes se dedican a pescar y pintar marinas. La novela es larguísima y la trama un puzzle absurdo e inverosímil. Hay seis sospechosos y ninguno tiene una coartada firme: todas dependen de los infinitos horarios de los ferrocarriles y de su habilidad para imitar un cuadro del muerto. Como si esto fuera poco, Sayers hace hablar a los escoceses como tales (ye shuldna ha’ said thae things), no hay villanos verdaderos y la reconstrucción del crimen es un picnic. Allí descubrí que a Sayers no le interesaba la ortodoxia del género, sino compartir con el lector la felicidad de una aventura gratuita en un país imaginario, salvo por su muy precisa geografía. Recordé que Sayers era amiga de Chesterton, de quien Chitarroni no era un gran admirador, como tampoco lo es, me parece, Domínguez Michael.

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