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ANGEL EASY RECURRE AL PSICOANALISIS PARA ARREGLAR EL EXTRAO CASO BOCA!

Defensores de Macri, un caso de diván

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¿Por qué persistes, incesante espejo? ¿Por qué duplicas, misterioso hermano, el movimiento de mi mano? ¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?

Jorge Luis Borges (1899-1986); del poema “Al espejo” (1972, en “El oro de los tigres”).

 

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—¿Nombre?
Un silencio incómodo se instaló en la oficina del prestigioso psicoanalista Sigmund Bäcker Pfeffer, que dejó de escribir para observar la expresión del paciente en su primera cita. Había llegado por recomendación de Julio César Falcioni, el técnico que no quería a Riquelme. Horas antes de ser repudiado por el Cabildo Abierto de la Bombonera, estaba por renovar su contrato por haber ganado, jugando feo, es cierto, dos torneos: uno de ellos invicto. Una foto indiscreta arruinó todo. No pudo ser.  
—No tuve alternativa, doctor. Me sentí Sarmiento, enfrentado al dilema civilización o barbarie. Por eso, frente a la comisión directiva en pleno y casi sin comerme las eses, me inspiré en el Facundo: “¡Sombras terribles de Bianchi y Riquelme voy a evocarlas, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubren sus cenizas, se levanten a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble plantel! Ustedes poseen el secreto: revélennoslo”.
—Qué momento emotivo. ¿Nombre, por favor? No podemos iniciar un tratamiento si no hay confianza. ¿Tiene algún cargo?
—Soy presidente de Boca Juniors, uno de los clubes más grandes del país y del mundo.
—Pséh… –dijo Sigmund, que al parecer era de la contra–. Su nombre.
—Daniel Angelici. Pero también me dicen Daniel Bingo, o Daniel Angel Easy, como me bautizó Hugo Asch, un pseudoperiodista irrespetuoso que hace rato llama a nuestra institución Defensores de Macri. ¿Le parece? El cree que nos hace un daño, pero para nosotros eso es un orgullo.
—Me imagino. ¿Y qué lo trae por aquí, Angel Easy? ¿Problemas económicos?
(El presidente carraspeó, pensaba que lo llamaría por su nombre real).
—Para nada. En mis negocios me va bárbaro, tengo una hermosa familia y políticamente no puedo quejarme. Asesoro al presidente Macri en cuestiones legales, juzgados, jueces,
usted sabe…
—No. No sé y prefiero no saber. ¿Entonces?
—En el club hice de todo y no me lo reconocen. Es mi karma.
—¿Por ejemplo?
—Por aclamación tuve que tolerar la vuelta de Bianchi y Riquelme, dos que no me quieren desde los tiempos en que Mauricio ocupaba mi sillón. Lo hice para ganar títulos y prestigio. Pero salió todo mal. Bianchi, el infalible, armó un equipo espantoso. Riquelme se iba, volvía, hablaba, hacía lo que quería, ¡y nunca tuvo un bajón como para darle salida! Nos plantó cuando quiso por culpa de su hastío y del dólar oficial. Bianchi, solo, desbarrancó y lo echamos. Salimos a buscar de apuro a alguien del club para apagar el incendio.
—¡Arruabarrena!
—Un milagro. Los enderezó, les dio confianza. Luego, con Tevez, que traía el envión de Italia, ganaron dos títulos locales. Pero eso, con River dejándonos afuera de la Sudamericana y la Libertadores, con el escándalo del gas pimienta, ganando ellos las dos copas y jugando el Mundial de Clubes con el Barça, más que una alegría fue… una depresión.
—¿Para tanto?
—¡Esto es Defensores de Macri, viejo! ¡Hay que ganar todo, quedarnos con todo! Hay una historia detrás…  
—Ya lo creo. Nivel de exigencia muy alto.
—Es lo nuestro. Seis meses antes de las elecciones nadie daba un peso por mi relección. Ni siquiera Mauri era favorito. Y aquí nos ve, je. ¡El único lunar es el equipo! No puedo perdonármelo.
—Tiene culpa.
—Y… traje al goleador-hincha más prestigioso que conseguí en Europa, Daniel Osvaldo. Lo promocionamos bien, pero él hizo todo mal.
—Ahá… –el relato de Angel Easy por fin llegaba al punto esencial, el conflicto que lo traía a terapia.
—Entonces me jugué la vida y fiché a Tevez, ídolo en la Juventus campeona, que quería volver. ¡Una fortuna! Llegó y con él ganamos los dos títulos locales como con Falcioni. Pero Arruabarrena seguía con perfil bajo y sus inexplicables rotaciones. Le renovamos el contrato, pero enseguida tuvimos que echarlo. El equipo no jugaba a nada.
—Qué exótico. ¿El verano fue difícil?
—Un horror. Pensaron que era pasajero. Que Tevez, con descanso, iba a ser una aplanadora y que Osvaldo, de regreso, iba a jugar en serio. Osvaldo se lesionó y sólo se lo ve rodeado de chicas. ¿Tevez? Parece un canario triste. Algo le pasa. El dice que se le junta agua en la rodilla, no lo sé. Algún problema personal debe tener... ¡Hasta pensó en irse en junio! Ay.
—Quizá pensó que este fútbol era más fácil y se relajó.
—Tendrá que despertarse rápido. Si quedamos afuera de la Copa, se nos viene la noche. “No le hacemos un gol a nadie”, dijo, y como usted sabrá, la metáfora no es lo suyo. ¡Es verdad!
—¿Con semejante inversión no tienen delanteros? ¿El técnico no pidió a Caraglio, un 9 joven y a buen precio?
—Sí, pero tuvimos miedo. Bastantes jugadores falopa trajimos…
—Especialmente laterales. ¿Ustedes nunca hacen autocrítica? ¿Nadie renuncia?
—¿Nosotros? Por favor. Armamos la estrategia, revisamos las encuestas a ver qué quiere la gente, trajimos a los Mellizos, dos ganadores. ¿Qué más quiere?
—Un proyecto; no sé, ideas.
—Mire, nosotros no somos de derecha ni de izquierda. Somos del siglo XXI.
—Lindo eslogan, ¿es de Duran Barba? ¿No quiere que Tevez venga a verme?
—Mmm… Ellos solucionan todo en el
vestuario.
—Como Riquelme.
—¡No me provoque, eh!
—Creo que es todo por hoy, señor Angel Easy. ¿Qué piensa hacer? ¿Nos vemos la próxima semana?
—Depende. Mañana tengo una bruja que usa el péndulo, las runas, las cartas españolas y lee la borra del café. Si nos cambia la racha, no podré dejarla. Nada personal, eh.
—Por supuesto, lo comprendo perfectamente –pensó Sigmund Bäcker Pfeffer sintiendo un súbito alivio que disimuló con su mejor cara de profesional, pipa humeante en mano.
“Qué país”, alcanzó a murmurar luego de despedirlo y abrirle la puerta al próximo paciente.