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opinión

Depresión posangustia

Milei es el nuevo presidente en un país al borde del abismo. Desconozco su destreza para evitar que se desmorone.

16-4-2023-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

La mayoría de las notas que escribí para esta columna en los últimos meses estuvieron teñidas por la angustia y la desesperación causadas por los acontecimientos políticos. Pero al menos expresaban algo, eran descargas de una mente afiebrada que confesaba no entender lo que pasaba alrededor y temía por lo poco que captaba. Hoy es peor: lo que quedó después de tanto sufrir no fue el alivio del convaleciente sino un inexplicable vacío. Dado que, finalmente, no ocurrió aquello que más temía –una victoria kirchnerista–, me doy cuenta de que no tengo nada que decir. Es más, creo que perdí el tiempo, no porque hoy sienta que mis preferencias electorales fueran equivocadas, sino porque el resultado de estos afanes fue darme cuenta de que hay una esfera de la actividad humana en la que pensé durante toda mi vida, pero de la cual no saqué nada en limpio: en estos años no aprendí a entender lo que pasaba y menos aun lo que iba a pasar en materia política.

Eso sí, de la enfermedad quedaron secuelas. Ayer mismo, un conocido me increpó en Twitter acusándome de ser responsable con mi voto de que muchos amigos suyos se quedarán sin trabajo en un futuro inmediato. Se refería a los que participan de la actividad cinematográfica subsidiada por el Estado y que –decía mi interlocutor– iban a sufrir las consecuencias del cierre del Incaa, una medida que supuestamente tomaría la administración entrante. Pero esto me lo dijo luego en privado. El tuit original se limitaba a lo siguiente: “Hace años deberías callarte Quintín, cada día que pasa te volvés más y más opa, es de verdad triste”. Más allá de reconocer que la progresiva tristeza era cierta y también lo sea probablemente mi deterioro cognitivo, estuve intercambiando mensajes con el individuo y traté de defenderme de la acusación implícita de ser un enemigo del pueblo y un aliado del fascismo internacional. Pero lo único que hice fue perder el tiempo: de la condición de paria es muy difícil salir. Es imposible convencer a nadie de que uno no quiere la desgracia ajena ni está motivado por el fanatismo ideológico (de la variante que trae mala fama en el medio cultural, porque la otra tiene permiso de libre circulación). Tampoco tiene sentido seguir protestando contra los que no se hacen cargo de sus privilegios con la excusa de que defienden la causa nacional y popular. En fin, ya pasó; quedan la depresión, el agotamiento y el cansancio. También un cierto horror residual ante lo que siempre consideré mera crueldad con las personas disfrazada de indignación biempensante. Eso tal vez sea lo más difícil de digerir.

En fin, Javier Milei es el nuevo presidente en un país al borde del abismo. Desconozco (nadie la conoce, ni él mismo) su destreza para evitar que se desmorone y, en cambio, conozco demasiado bien la capacidad de los que solo están pensando en empujarlo y, de paso, empujarnos a todos. He leído en estos días unos cuantos análisis de la situación en la que estamos que me convencieron tanto por su lucidez a la hora de analizar las calamidades del gobierno que se va como las dificultades del que llega. En ninguno de ellos detecté atisbos de una solución ni trazas de un camino a seguir. Me convencí entonces de que no soy el único pesimista. Pero ya se sabe que mal de muchos consuelo de opas.

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