Una significativa conquista del espacio virtual es la plena libertad de expresión. El rechazo a la censura previa tiene en Argentina base jurídica constitucional. Sin embargo, frecuentemente el ejercicio de un derecho puede expandirse a tal punto que invada otros equivalentes, como la privacidad o los datos de las personas, su honor, o la protección de grupos vulnerables como los niños.
Estas interferencias no son nuevas, lo novedoso es la rapidez y la intensidad con que se producen esos choques. La fácil accesibilidad a la información también juega un papel relevante en estos riesgos. Quienes tienen cierto conocimiento de la red pueden obtener exitosamente datos ajenos con intenciones poco santas; con paciencia y habilidad alguien puede captar la inocente curiosidad de un niño para lograr un acercamiento sexual con él, virtual o real; es muy sencillo dañar la imagen ajena o apropiársela sin su consentimiento.
Las herramientas para neutralizar estos peligros parecen insuficientes o demasiado lentas: las acciones judiciales con sus medidas cautelares no son recursos al alcance de todos, y el notice and take down que ofrecen varios sitios tampoco es un medio suficientemente difundido. Cuando se consigue frenar el intento por un lado, rápidamente surge por otro. Es como pretender tapar el sol con las manos. Probablemente estemos ante un cambio más de paradigma, que nos obliga a repensar la dimensión de nuestros derechos.
En épocas en que la tecnología tiñe muchos aspectos de nuestra vida, los derechos no están exentos de su dominio. En un nuevo siglo que nos sorprende con redefiniciones del género, la sexualidad, el amor, la familia, la individualidad o la comunicación, es ilusorio mantener un esquema de resguardo personal propio del 1900. Por más que quiera impedírsele, un niño tendrá acceso a las redes sociales y al inmenso mundo que se abre detrás. Inundados de smartphones, smart televisores, tablets, en el hogar, la escuela o con amigos, es imposible bloquear todo; administrar eficientemente los datos que la ley asegura que son propios, también. No se trata de aceptar resignadamente cualquier avasallamiento de nuestros derechos, sino de reformular su verdadero alcance. Los estándares culturales y sociales no son los mismos que antes; lo que nos sorprendía, hoy ya no.
El desafío es diseñar un nuevo esquema de responsabilidades y tolerancias. Tolerancia por parte de los individuos y responsabilidad por parte de quienes usan o lucran con la red. Las personas deberemos admitir riesgos en el uso de nuestros datos, nuestra imagen o nuestro nombre, dando por cierto que no podremos evitar todo mal uso de ellos. Además, tendremos que educar a nuestros niños para que puedan discernir el peligro y precaverse de él. Pero simultáneamente, quienes se valen de internet deberán profundizar sus esfuerzos para que no se transformen en cómplices de aquellos, sea intencionalmente o por desidia, gratis o por un beneficio económico.
No es razonable que las consecuencias de los avances tecnológicos sean soportadas únicamente por unos, mientras otros se escudan en supuestas dificultades técnicas para impedir o morigerar los riesgos. Ninguna actividad habilita semejante bill de indemnidad. Una vez más, la equidad debe ser la inspiración de esta nueva etapa.
*Abogado. Carrera de Ingeniería en Informática, Ucema.