La abundancia de paraguas no da un 25 de Mayo; todos lo saben. Eran necesarias argumentaciones judiciales sobre los pactos de sucesión y así, lo judicial, lentamente, abrirá paso a un ideal autónomo del derecho, que primero prefirió hablar con prudencia. Desató nudos con distintos desvíos en el argumento, demostrando una vez más en la historia de la humanidad que la célebre máscara de Fernando VII era un cuestión que acompaña todo proceso político. Siempre se dice algo bajo una máscara. En los procesos históricos más agitados, impera siempre la fuerza del implícito,
de lo tácito.
Pero lo que quiero hacer notar ahora es que en la historia de todos los tiempos, el uso de ciertas significaciones ya aceptadas puede ser confiscado en un rápido pase de manos, que exigirá de la política mucho más de lo que la política cree ser. No, no es una manifestación literal de un deseo o de un argumento colectivo explícito.
Es como el rapto de las Sabinas, hay una escasez de consignas, por eso se las desvalija en actitud fecundante. La movilización del 18 de febrero, importante, sí, fue precedida por una rápida reorganización del discurso de la corrupción, antes entonces dominante, substituyéndoselo por los aleluyas de la verdad y justicia ante la muerte de Nisman. ¿Quién podría estar en desacuerdo?
Se llegaron entonces a realizar distintos ejercicios comparativos en relación con el gobierno de ahora y los gobiernos anteriores, de oscuros períodos nacionales. Algunos compararon con el galtierismo en ciertas frases desperdigadas durante estos años, otros vieron lopezrreguismo en la acción de fantásticas patotas gubernamentales, los excesivos profirieron un “me pueden matar”, los practicantes de la prudencia optaron por un “bonapartismo con faldas”.
Los más atrevidos se remontan a la época del primer peronismo para ver un “Apold” por aquí, un “Juancito Duarte” por allá. No pocos agitaron el fantasma de “Isabelita” y otros, no menos alegoristas, indicaron a una vaga esencia que lleva el nombre fantasmagórico del peronismo, como responsable in limine del asesinato de un autor de textos que los incriminan, sean esos textos una apostilla de frágil probanza judicial o un “yo acuso” escrito ante criptas funerarias.
Desprecian el concepto de “golpe” no porque éste lo sea ni porque, efectivamente, hay algo de mayor espesura que un “golpe” en la conciencia del nuevo sentido común que han forjado numerosísimos manifestantes. Es que han descubierto algo tan poderoso como una central nuclear: que el silencio de las consignas, el ruido sordo de los pasos sobre el pavimento, y la reconstrucción locuaz de la prensa el día después –que al silencio le agrega esta estridencia del corsi e ricorsi de la historia–, significa el uso de una pulsión política primera, anterior a los partidos, anterior a la política parlamentaria, y que es una suerte de biopolítica judicial que ya flotaba en el aire.
Marx dijo que iba a poner a Hegel cabeza abajo. La dialéctica iba a ser una práctica y no una idea. Aquí, al revés, se embargaron ideas –como si hubieran echado sobre ellas varias cautelares encima– que pertenecían al período histórico anterior, al de la lucha de miles de familiares contra el poder estatal sin ley, sin jueces ni fiscales, sin hábeas corpus, sin indicación de sectores de detención ni piedad hacia los cuerpos.
No voy a prejuzgar. Parto de un presupuesto elemental: la mayoría de esos hombres y mujeres de las derechas cívicas argentinas no aprobaron esos procedimientos. Pero ahora, a las herencias visibles que dejan y siguen dejando quienes lucharon en esa ocasión y lo siguen haciendo les expropian un método, una lengua, una forma de caminar, una elaboración simbólica donde los mayores críticos a las dictaduras y el mayor activismo –tumultuoso, febril– aparecen ahora como causantes de lo mismo contra lo que se expresaron y actuaron y construyendo contundentes hechos jurídicos.
En este reino del revés, los manifestantes del día 18 habían logrado asomarse al acto de poner cabeza para abajo todo un ciclo histórico argentino. En el ejercicio de un arrebato en esta dialéctica invertida, llegaron a decir que esta muerte de Nisman, por su dramatismo, equivalía a todas las que había producido el lopezrreguismo. Pues bien, discutamos. Pero no parece que una buena discusión salga de esta manera irresponsable de interpretar el pasado y presente tan complejos de nuestro país.
*Director de la Biblioteca Nacional.