En El informante, una película de Michael Mann de 1999 con Al Pacino y Russell Crowe, una compañía tabacalera introduce secretamente una sustancia adictiva ilegal en sus cigarrillos. Uno de sus ejecutivos tiene un dilema moral al respecto e intenta denunciarlo a la prensa a pesar de las presiones de la empresa. Cuando la vi, quedé muy impresionado por una escena que paso a relatar con las alteraciones que provoca la memoria. Alguien preguntaba por qué la tabacalera había decidido seguir utilizando esa sustancia, aun con el riesgo de que eventualmente se descubriera. La respuesta estaba en manos de un personaje al que llamaban el bean accountant, o contador de porotos. Este era un actuario al que se le encargaba comparar las ganancias potenciales derivadas del uso de esa sustancia con las pérdidas resultantes de los juicios de los fumadores y sus deudos. Un caso más sencillo, tal vez más fácil de calcular para el bean accountant, es el de un automóvil defectuoso. ¿Conviene discontinuarlo o seguir fabricándolo y pagarles a los damnificados por los accidentes que se produzcan?
La película pone de manifiesto una conducta inhumana, que prioriza la ganancia en dinero sobre la pérdida en vidas. Es imposible que el espectador simpatice con esa práctica y no condene algo semejante. Pensé en el contador de porotos a raíz de la epidemia de coronavirus. En este caso, la opinión mayoritaria ente ciudadanos, expertos y gobernantes es la de evitar el contagio y el consiguiente colapso del sistema de salud, aun cuando la actividad económica se deprima hasta alcanzar niveles inéditos y se impongan restricciones a la libertad que normalmente serían inaceptables fuera de los sistemas totalitarios. Las redes sociales braman por medidas drásticas, los especialistas aconsejan todo tipo de precauciones, los gobernantes se inclinan a deslindar responsabilidades mediante prohibiciones de todo tipo.
El razonamiento humanista exige no razonar como el contador de porotos y actuar solo en base a la decencia y la solidaridad. Es decir, como dicen los funcionarios de la OMS, no importa cuan drásticas sean las medidas, hay que proceder aun a riesgo de equivocarse y de exagerar en algunos casos. Hay, sin embargo, una dificultad: mientras los datos estadísticos sobre muertes por cáncer de pulmón o accidentes en un determinado vehículo están disponibles, la información sobre esta enfermedad es todavía escasa y los modelos sobre desarrollo de la pandemia están basados en hipótesis no comprobadas sobre la letalidad, la velocidad de transmisión y otras características del virus. Por eso el profesor John Ioannidis, matemático y epidemiólogo de la Universidad de Stanford se pregunta si, a partir de la escasez de datos, la estrategia de “aplanar la curva” a toda costa no puede terminar resultando una mala idea. En un artículo aparecido en la revista Stat sugiere que sobreestimar el peligro puede provocar, al cabo de un tiempo, evoluciones impredecibles que lleven no solo a una enorme crisis económica, sino también a una gran hostilidad y malestar, al desgarro del tejido social e incluso a la guerra. Aquí es donde la figura del contador de porotos pasa a tener un sentido completamente distinto. De hecho, casi se hace necesario. Pero no estamos preparados para razonar en esos términos.