La economía argentina sufrió un significativo deterioro en lo que va de 2014. Producto de la devaluación de principios de año, la aceleración de la inflación, la caída del poder adquisitivo, el encarecimiento del crédito y la incertidumbre reinante, cayeron el consumo y la inversión, hundiendo a la economía en un escenario recesivo con crecientes problemas en el mercado laboral y en el frente social (aumentó la pobreza).
Más allá de algunos parches o medidas sectoriales, la principal apuesta del Ejecutivo para prolongar la paz cambiaria y apuntalar el crecimiento de cara a 2015 ha sido regularizar compromisos pendientes, emitiendo nueva deuda (Ciadi, indemnización a Repsol, acuerdo con el Club de París, y probablemente holdouts), para de esta forma allanar el camino hacia la reapertura del financiamiento externo.
Sin embargo, los avances en este frente fueron puestos en jaque por la Corte Suprema de Estados Unidos. Al no tomar el caso argentino, quedó firme el fallo del juez Griesa que obliga a nuestro país a pagar a los fondos buitre demandantes el 100% de sus títulos en default.
Más aún, actualmente el país no puede concretar el pago de vencimientos de deuda performing ya que los fondos depositados en el Bank of New York están bloqueados hasta que Argentina cumpla el fallo de Griesa. Pese a enérgicas declaraciones, las autoridades se han sentado a la mesa de negociación para tratar de encontrar un mecanismo que permita cumplir la sentencia sin generarle al país futuros reclamos de los bonistas que entraron al canje de 2005 y 2010 (por la cláusula RUFO pueden exigir el mismo trato que a los holdouts).
Para complicar aún más el panorama, la Justicia local procesó al vicepresidente de la Nación por la causa Ciccone (hecho inédito en nuestro país que afecta políticamente al Gobierno), la Organización Mundial del Comercio (OMC) habría fallado contra la Argentina en un panel de 43 países (Unión Europea, Estados Unidos y Japón) por las trabas a las importaciones, y el precio internacional de la soja muestra en las últimas semanas un descenso significativo.
Una posible explicación de la coincidencia de hechos negativos en el último mes podría ser “la teoría del complot”. Sin embargo, esta explicación se refuta por el absurdo: no existe un poder o red organizada capaz de influir en la Justicia local, en la de Norteamérica, en la OMC y en el precio de la soja simultáneamente. Además, el deterioro de la economía argentina era significativo antes del surgimiento de estos sucesos, ya que incluso el Indec registró una caída del PBI a fines del año pasado y en el primer trimestre de 2014.
Lamentablemente, los problemas mencionados responden principalmente a factores internos. La causa de la devaluación de principios de año fue la continua caída de reservas (tres años consecutivos) y el significativo atraso cambiario (hechos obviamente correlacionados). Asimismo, la demanda de la OMC tiene su origen en el cepo importador implementado por la Argentina en 2012 y hay quienes argumentan que la estrategia oficial en el conflicto con los fondos buitre no fue sólida. Por último, la caída del precio de la soja responde a excelentes previsiones de cosecha en el hemisferio Norte.
Si bien es muy difícil rastrear la raíz de los problemas existentes y en general estos no tienen una única causa, hay una variable que refleja fielmente dos momentos cruciales de la economía argentina. Como se observa en el gráfico, según las nuevas estimaciones de Cuentas Nacionales Base 2004, el ratio Inversión sobre el PBI alcanzó su pico en 2007 (a precios corrientes) y en 2011 (a precios constantes).
Dichos años son claves tanto por el proceso político (en ambas elecciones presidenciales Cristina Fernández de Kirchner fue electa Presidenta) como por las modificaciones introducidas en la economía.
En el año 2007 no sólo se registró una fuerte aceleración de la inflación (mostrando desbalances incipientes) sino que el Ejecutivo intervino el Indec para no reflejarla. Este hecho minó la confianza inversora y afectó seriamente la deuda en moneda local ajustada al CER. No es casualidad que ese mismo año el riesgo país se haya despegado de la región (era similar al de Brasil a principios de año).
Asimismo, a lo largo de 2011 se observó una creciente fuga de capitales por la percepción de que el dólar estaba barato (la competitividad externa había alcanzado niveles similares a los de la Convertibilidad). Y tras ganar las elecciones, el Ejecutivo implementó el cepo cambiario atacando las consecuencias del problema, pero no las causas.
Por último, el gráfico también nos ayuda a entender el estancamiento registrado en los últimos años: pese a un leve repunte en 2013, el ratio inversión/PBI se ubica lejos del máximo y para este año proyectamos un descenso significativo.
Desafío. Pensando a futuro queda claro que el gasto en capital físico y humano será una de las principales variables a apuntalar. La clave de la inversión es que inicialmente impulsa la demanda (ayudando a revertir un contexto recesivo) y luego apuntala la oferta productiva (generando puestos de trabajo de calidad), poniendo en marcha un círculo virtuoso.
Sin embargo, no es sencillo incentivarla ya que en la decisión de hundir capital intervienen múltiples factores. Entre ellos destacan: una demanda pujante; las señales de precios; la previsibilidad (reglas de juego claras y estables); las expectativas; la calidad de las instituciones, las oportunidades de negocios sectoriales; y el financiamiento.
Para revivir a los “animals spirits” se necesita atacar una larga lista de distorsiones presentes en la economía: escasez de dólares, fuga de capitales, elevada inflación, presión tributaria récord, atraso de precios relativos, cepo cambiario, inestabilidad en las reglas de juego, déficit fiscal cubierto con emisión, sistema financiero acotado y cortoplacista, falta de alternativas rentables de inversión en pesos, y elevadas tasas de financiamiento externo.
Si se atacan coordinadamente los problemas mencionados y se canalizan recursos a sectores estratégicos como el Shale Oil & Gas, la minería, la agroindustria y se cubren las elevadas necesidades de infraestructura (vial, ferroviaria, portuaria, energética, hídrica, habitacional), la economía argentina podrá transitar un sendero expansivo que le permita desarrollar todo su potencial, y comenzar a resolver su larga lista de asignaturas pendientes.
Esto es especialmente urgente en materia social: no podemos darnos el lujo de continuar desperdiciando oportunidades.