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El difícil voto del 19

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Reciente. Uno de los hechos de corrupción: el “yategate”. | instagram

La Argentina se encuentra en una encrucijada política ciertamente inédita.

Al momento de las elecciones primarias, los dos candidatos de la que era entonces la principal oposición, sumaron menos que una desconocida propuesta autodenominada “libertaria” que desplazó a la fuerza que durante casi una década confrontó con el peronismo kirchnerista.

Esa nueva aparición política, a la que muchos adjudican a un hartazgo social sin precedentes, y al posible impulso propiciado por el peronismo, exhibe  evidentes limitaciones personales, además de la ausencia de una estructura política sólida, debilidades que, son enfatizadas por el actual oficialismo.

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El sistema institucional argentino, plasmado en nuestra Constitución Nacional, conlleva un régimen electoral de dos instancias reservado al Poder Ejecutivo Nacional.

En la primera vuelta se elige por preferencia, procurando que las ideas y las políticas afines a los propios valores prevalezcan en el voto popular. En el caso de que la coalición partidaria propia no alcanzara a entrar en los dos primeros lugares, la alternativa del ciudadano es optar por una fuerza política distinta, y en ocasiones distante de sus convicciones.

El fin de una ilusión, o la oportunidad perdida

Este es el escenario que se presenta y el pueblo debe elegir.

Son numerosas las razones por las que el elector podría votar contra el régimen K:

  • riesgo sobre la división de poderes que implican los sucesivos ataques a la Justicia;
  • severas limitaciones a las instituciones, ignorando el derecho, por ejemplo al libre tránsito afectado por permanentes cortes de puentes, avenidas, rutas, o por la invasión de propiedades privadas, sin intento alguno, de ponerles coto;
  • diseño de políticas públicas, en particular las de asignación de recursos fiscales y de regulaciones;
  • continuidad de los cepos, cupos y controles;
  • estatismo creciente y falta de respeto a la actividad y propiedad privadas;
  • innumerables episodios de corrupción, cuya no menor expresión fue el reciente “yategate”;
  • inseguridad ostensible;
  • casos de espionaje vergonzosos;
  • carencia de política exterior adecuada a las necesidades nacionales, a partir de la adhesión a regímenes no democráticos y totalitarios en su caso;
  • educación, entregada a la camarilla sindical, en un estado de degradación inédito, que compromete el presente, y sobre todo el futuro de las próximas generaciones;
  • no menos importante, la trágica situación económica, afectando fundamentalmente a los que menos tienen, con sus escandalosas cifras de inflación, pobreza, desempleo, déficit público, decenas de tipos de cambio, y falta de perspectiva futura.

La desproporción en la guerra

En este contexto, algunas voces se han expresado (S. Kovadloff. 11-11-23. La Nación), defendiendo la abstención al señalar que “…quienes subestiman el voto en blanco, calificándolo como estéril o neutral, no solo desconocen su sentido sino que ignoran, además, lo discutible que resulta, en las circunstancias actuales, la suficiencia lógica que atribuyen a su propio voto… se votará en blanco para advertir sobre el riesgo en el que estará la democracia… El voto en blanco no es un voto desesperanzado. Expresa valores que, a mi juicio, no se encuentran encarnados en los protagonistas del próximo torneo electoral… Son principios éticos …”

Por el contrario, muchos estiman (estimamos) que votar en blanco es ceder la decisión a los otros, quizás intentando pacificar la conciencia ante una decisión, ciertamente difícil.

Ya no se trata de elegir al mejor, ni tampoco al menos malo.

La cuestión es la elección entre quienes representan una realidad ya insoportable, o una probabilidad de cambio, en este caso sin avales.

Simplemente la esperanza de su concreción, dejando atrás un régimen que ha asolado al país desde tantísimas décadas.

Sepa el pueblo votar.

*Economista. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.