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El error, el error

16-4-2023-Logo Perfil
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Kurtz, el jefe de una explotación de marfil desaparecido misteriosamente en el Congo, decía en El corazón de las tinieblas: “¡Ah, el horror! ¡El horror!”. Si Kurtz hubiese visto este Inglaterra-Argentina habría exclamado: “¡Ah, el error! ¡El error!”, sumándole una mueca de asco que Joseph Conrad no describe en El corazón de las tinieblas.

Dicen que el error es la madre del conocimiento, pero hay ciertos errores que no enseñan nada y no permiten aprender nada. Ciertos errores solo admiten taparse la cara con las manos y llorar. Ni siquiera llorar: dan ganas de olvidarse del asunto, dar vuelta la página y pasar a otra cosa, como mirar el vuelo de los pájaros, si es que hay pájaros, o el sacudirse de los árboles al viento, si es que hay viento. Ni pájaros, ni viento, solo rugby, pero un rugby inglés. Nada argentino acude a la mente, salvo el error, del que podríamos considerarnos inventores si no fuera porque la historia enseña que existía antes de que nosotros pisáramos el globo terráqueo. Llevamos al error con nosotros a donde vamos, el discurso general comienza así: “El error fue...”. Porque lo único que hubo fue abundancia de errores, superproducción de errores. Argentina es una usina de errores. Y no hablo solo de rugby.

Y no me hablen de la garra y de todos esos apelativos que inflaman la resignación y el espanto. Los erroes se cometen cuando no se sabe a donde ir, pero también cuando no se sabe dónde se está. Son cosas complicadas y al mismo tiempo muy simples. No se puede fallar, porque el que está enfrente capitaliza esos errores sin cometer el error de errar. Parece un juego de palabras, pero la diferencia entre el profesional y el amateur reside exactamente allí: en la capacidad de capitalizar el error del contrincante. Entre amateurs el error del otro puede terminar en nada, pero cuando se tiene enfrente a un equipo como Inglaterra, el error significa la hecatombe.

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¡Ah, el error! ¡El error!

El error es de dos tipos. En realidad hay muchos tipos de errores, pero los errores que vimos ayer en Marsella son de dos tipos: error de atribución y error de posesión. Cuando ambos errores se combinan, alimentándose entre sí, el resultado es 27 a 10. El error de atribución consiste en moverse como si uno fuera lo que no es; el de posesión consiste en ser lo que se es, y de ese modo confirmar que se está muy por debajo de lo que es requerido.

En el campo contrario está George Ford, que anotó los 27 puntos de Inglaterra sin despeinarse. Se trata de hacer aquello para lo que fuimos concebidos, o mejor, aquello que elegimos. Todos cometemos errores, qué duda cabe. Pero en la misma expresión está implícita la excepcionalidad: todos (de vez en cuando) cometemos errores. ¿Pero qué se dice cuando lo único que hacemos es cometer errores? No hay una palabra para eso. O tal vez sí, pero ahora no la recuerdo.

Llegado a determinado grado de sumisión, no alcanzan los errores para justificarla. Desconozco cuál debería ser el rumbo a seguir. Lo único que sé es que llegados a determinado grado de ineficacia no importa quiénes cometan los errores: lo único que sé es que deben terminar.