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Inundados

El lado oscuro de la soja y la gestión negada

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Ninguno de los panelistas de Intratables se acordó, mientras vapuleaban a Santiago Montoya cuando destacó la “sensibilidad social” del gobernador ausente, que la semana previa en el mismo espacio y con cielo algo nublado, interpelado por el problema crónico de las inundaciones, había dicho: “A la gente le gusta vivir cerca del río”.

Si Sergio Massa hubiera abordado el vuelo de Daniel Scioli, los uniría el espanto, y no el amor. La perspectiva desde el aire le tendería la celada de una imagen de su rol en aquello por lo que fustigó a su adversario. Un espejismo de Miami, en un partido atravesado por un río literalmente estrangulado en su desembocadura, en el que el 46% de sus 147 km2 continentales está ocupado por desarrollos donde reside el 8% de sus habitantes. El resto, atrapado entre los muros de los countries y los arroyos-vertedero de sus más de 3 mil empresas contaminantes, chapucea en “la década inundada”.
En un vergonzoso espectáculo de taimado oportunismo, Macri, con botas y traje de agua estuvo a poco de que el anhelado “delay” del tapón hídrico de la sudestada testeara con resultado incierto la capacidad del entubamiento del Maldonado, iniciado por administraciones precedentes para un área sesenta veces inferior a la afectada.

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Mientras, un oficialismo obsesionado con la “mentira alemana” trocaba responsabilidades propias por calentamiento global en su programa cautivo que contrapicaba imágenes de inundados en Stutgart con San Antonio de Areco. Alguien debería informar a sus tertulianos que la pobreza del primer mundo no pone actores bajo cota y en el camino del agua, sino la urbanización informal, tan inexistente allí como el planeamiento territorial en nuestro país. Y a su candidato, que a la gente no le gusta vivir cerca del río.

La soja, sostenida por un gobierno al que le da caja, inunda más indirectamente que por la siembra directa. Su renta se invierte en desarrollos para pocos, a expensas de tierra pública rezonificada –verbo que no existe en lengua sajona– con potencial de vivienda popular o regulador ambiental.
La desigualdad territorial del modelo torna crónico el déficit habitacional. Desplazados por el mismo circuito que produce un suelo no apto para el bolsillo de las mayorías, se asientan inermes en bajos periurbanos, pasto para la fiereza de la próxima tormenta.

En zonas rurales, la deforestación y compactación de la tierra que acarrea su paquete técnico se llevan puesto al ambiente original, comprometiendo su permeabilidad y la evapotranspiración que ralentizan escurrimiento.
El exceso hídrico es drenado por canales clandestinos hacia un río saturado, que se abre paso entre la desesperación de los pobres. Las aguas bajan mucho más lento de lo que tarda la clase política en olvidar, y más rápido que para los que no olvidarán nunca.

En lo inmediato, nosotros y la solidaridad, que debe dar paso a exigir el freno urgente a la urbanización de humedales. Planes de contingencia, evacuación y alerta de lo que llegó para quedarse, sinergia entre vecinos e intendencias de la mano de medios que no esperen la caída del interés público para abandonar a los que casi siempre no son noticia o para vender ladrillo de lujo a expensas de calamidades.

En lo mediato, el blueprint subejecutado por la Provincia debe aggiornar singularidades locales en una gestión integrada, para que la cura de un municipio no signifique la enfermedad del otro. Presas aguas arriba para contener y canales bypass de desagüe en la cuenca baja.

El círculo vicioso de la pobreza y los inundados seguirá tornando un riesgo gestionable en desastre implacable sin una política de Estado para la asimetría territorial y el paradigma de gestión de suelo, que restrinja su privatización y fomente el desarrollo de los espacios que negó la soja. Un deber cuyo incierto rédito político debe oponerse a la certidumbre de la condena para quien no comience ayer. Hoy ya es tarde.

*Geógrafo UBA. Magíster Urban Affairs. NYU.