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El punto crítico

El libro me enfureció y, a medida en que escribía la reseña, más me enfurecía. No es la primera vez que me pasa.

16-4-2023-Logo Perfil
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Hoy estoy ante una encrucijada, aunque sería más preciso decir que estoy ante una situación sin salida. Una encrucijada es un punto en el que se cruzan los caminos y el encrucijado no sabe cuál debe tomar. Aunque hay encrucijadas especiales, como la de las rutas 61 y 49 de Mississippi, donde Robert Johnson vendió su alma al diablo: a nadie le importa qué camino tomó después. La mía no es tan dramática, en primer lugar porque el Maligno no hizo su aparición, aunque no puedo descartar que lo haga más tarde y yo termine haciendo su vo-luntad a cambio de un largo anhelo. En mi caso, ese anhelo sería convertirme en un gran crítico, así como Johnson se convirtió en un gran guitarrista.

¿Y por qué querría yo ser un gran crítico? Nunca figuró en mis planes, siempre me dediqué a escribir lo que me salía. Pero llegué a esta encrucijada donde ni el diablo quiere rescatarme y en la que tampoco tengo claro qué camino debo elegir que me saque de este bloqueo. Llegué hasta aquí porque escribí una reseña, una reseña muy negativa de un libro reciente. El libro me enfureció y, a medida en que escribía la reseña, más me enfurecía. No es la primera vez que me pasa, pero tampoco es algo tan frecuente. La reseña se publicó y al editor del libro no le gustó nada. De hecho me retó, di-ciendo que mis reseñas no eran habitualmente tan malas y que no se puede hablar de un libro movido por el odio. Más allá de que a los editores no suele gustarles que les destruyan los libros, había algo que sonaba verdadero en sus reproches. Hasta mi mujer me dijo que era un poco violento lo que había escrito. Con el correr de los días me fui convenciendo de que se me había ido la mano. No por una cuestión de buenos modales, sino porque cabía la posibilidad de que el libro fuera mucho mejor de lo que mi reseña hacía entender. Es decir que era muy probable que me hubiera equivocado de medio a medio. A esta altura, estoy convencido de que no solo me equivoqué con el libro sino que debería pensar en dedicarme a otra cosa.

Y entonces llegamos a la encrucijada: qué debería hacer en consecuencia. Una posibilidad es dejar de escribir reseñas ya que no creo que pueda variar demasiado lo que hago: cada tanto la ira me domina y tampoco soy Léon Bloy, que hizo de la imprecación un arte. Otra es no escribir nunca mal de los libros que leo, porque se corre el riesgo de ser injusto y a uno no le trae muchos amigos. Ayer estaba leyendo el último libro de un crítico muy prestigioso y en doscientas páginas no habla mal de nadie. Si lo hace es entrelíneas y nunca de sus contemporáneos. Pero creo que se me hizo tarde para juntar prestigio, además de que no tengo el talento para merecerlo, a diferencia del crítico prestigioso al que no cabe más que admirar por su sutileza, su erudición y su estilo. En algún momento del libro, el crítico prestigioso cita a otro crítico prestigioso, que decía que el privilegio del crítico es educarse a sí mismo en público. Es una gran frase y un consejo que siempre intenté seguir. Pero creo que es difícil educar a un burro, tanto en público como en privado. Amigos, así estoy de deprimido en estos días. Hay momentos en los que pienso que es duro desperdiciar tanto tiempo en algo para lo que uno no nació. Ahora, si la salida es vender el alma, preferiría convertirme en Robert Johnson.

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