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En la suya

Celular 20230901
La era del dispositivo móvil | Unsplash | Rob Hampson

Son cada vez más las personas que acuden a los cafés de la ciudad llevando consigo un televisor o una radio (actualmente incorporados, nuevas tecnologías mediante, en ese dispositivo múltiple al que por alguna razón se sigue denominando “teléfono”). Llegan al bar, eligen una mesa y encienden el televisor o la radio, para ver o escuchar algún programa favorito (o para saltar de un video al otro, saltar de un audio al otro, es decir, para hacer zapping).

El sonido del televisor o la radio, sobre todo si es alto el volumen, no equivale al de las voces humanas, por más que las reproduzca. El sonido del televisor o la radio se metaliza y es más estridente, transcurre en otra frecuencia, más penetrante, más vidriosa, y por eso se desliza fatalmente al ruido. La suma general de conversaciones, en cualquier café, hace al contexto, se admite o hasta se busca. No es igual que prender la tele, no es igual que prender la radio; no hay modo de que eso no resulte un incordio, no hay manera de que no moleste.

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Hace años, con la aparición del walkman, surgieron voces de alarma en la sociedad: se lo sintió como un giro marcado hacia el craso individualismo. La música, en vez de compartirse, la escuchaba cada cual; el transeúnte, embutido en sus auriculares, se desentendía por entero del entorno, andaba sin enterarse de nada, se le hablaba y ni sabía: estaba en la suya. ¡Qué no daríamos, sin embargo, en el presente, para promover y difundir ese hábito puntual: el del uso de auriculares! De manera que, desde la mesa de al lado, la de atrás o la de enfrente, no nos impongan los programas que ven, no nos impongan las canciones que escuchan.

Y es que el meollo del individualismo, su faceta cuestionable, no radica, si uno se fija, en la tendencia a aislarse de los otros, sino en la tendencia a cagarse en ellos; no en separarse de los demás, buscando estar un poco solo, sino en pasarlos por encima, como si ya se lo estuviera (como si no hiciesen falta los otros incluso para estar solos). Se piensa a veces que cada cual ya viene dado, que existe por sí mismo, y solo después habrá de insertarse en el mundo, a vivir con los demás. De ese modo se siente a los otros apenas como un obstáculo, impedimento, limitación. Es bajo una premisa opuesta, la de que cada sujeto se constituye en una mediación social, que somos siempre ya con otros, que a esos otros se los siente ante todo como posibilidad: que la libertad de cada cual no termina, sino que empieza, donde empieza la libertad de los demás.