En el comienzo de la feroz pandemia que asola a la Argentina y al mundo circularon en las redes comentarios (algunos los llaman “chistes”) que denotan, como decía Primo Levi en Alemania, la emergencia de un lenguaje totalitario capaz de poner en riesgo la vida de las personas. El chiste deshumanizante y despreciativo contenía expresiones como “haga patria, si tiene coronavirus vaya en tren al Conurbano y circule varias veces” o “Si me agarra coronavirus, voy a la villa y entrego la vida por la patria”.
Esta cosmovisión segregacionista que cree que la sociedad está dividida parte de un presupuesto: que las personas pobres no son personas o no son personas con la misma dignidad y los mismos derechos básicos que el resto. Algo no muy distinto sucedió con los presos, cuando ante los pedidos de la OMS de descongestionar las hacinadas y degradantes prisiones, parte de la sociedad reaccionó para impedir que se aliviara el hacinamiento en medio de una emergencia de salud. Detrás de estas concepciones, comentarios y bromas anida una concepción acotada de la dignidad de esas personas y de su carácter de ciudadanos con los mismos derechos que los demás. Como si las cárceles o las villas no formaran parte de la misma sociedad o país, como si los que viven en estas condiciones de vulneración no fueran personas. Los nazis (en Argentina) pedían “haga patria, mate un judío”. Es la misma raíz deshumanizante y despreciativa.
Levi decía que si los “chistes” se frenan rápido, las tragedias no se producen o se pueden evitar. En vez de delegar la responsabilidad última en tal o cual dirigente (Larreta, Alberto), lo importante es mirarnos en un espejo como sociedad, pensando qué dicen estos comentarios, estas “bromas” sobre nosotros mismos como sociedad. Porque la Villa 31 (el “Barrio 31”) es parte de esta sociedad. Es parte de este país. Es parte de esta patria que duele, como nos duele la muerte de Ramona Medina, referente social, fallecida por cumplir con su tarea de asistencia y compromiso, llegando allí donde no llega el Estado. La contracara de estos chistes, de este desprecio, de este abandono, de esta marginación, es la escalada de una pandemia precisamente allí. Porque era previsible que la pandemia escalara allí donde el hacinamiento y la falta de condiciones dignas de vida son estructurales. Y son –y deben ser– inaceptables.
Es responsabilidad de todos los argentinos, que hemos “tolerado” convivir a sabiendas de que a pocas cuadras de los barrios más caros de la capital, a pocas cuadras de la Casa de Gobierno y los barrios más elegantes, proliferan el hacinamiento y el hambre, la marginación y el abandono. Los “chistes“ racistas sobre las villas dicen mucho de ese abandono tomado con sorna, pero que hoy nos devuelve un rostro distinto, mostrándonos que las fronteras que creíamos trazadas entre “ellos“ y “nosotros”, entre los barrios caros y las villas, no existen. Que la patria es una sola.
En este sentido, se podría proponer el abandono de ciertas expresiones. Es un error hablar de barrios “vulnerables”, porque son barrios ya vulnerados en sus derechos, no son sectores “vulnerables” (nadie nace o es “vulnerable”) sino sectores ya vulnerados a diario. La vulnerabilidad no es potencial ni abstracta. Es un hecho crudo que los habitantes marginados de estos barrios soportan a diario. Hacer “bromas” con esta falta de derechos (agua, comida, casa) no solo es una inmoralidad, es una enorme torpeza, porque el virus que tiene en vilo al mundo golpea ahora a los barrios más caros del país, además de a aquellos a los que históricamente les hemos dado la espalda, pensando que estaban en otro lado, “afuera” (o lejos) de nuestra sociedad. Hacer patria no es hacer “bromas“ con las villas o con el Conurbano. Hacer patria es incluir a todos, hasta que las villas desaparezcan, producto no del odio o el prejuicio, sino de una patria grande que construye igualdad construyendo progreso.
*Director nacional de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado argentino.