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Hojas caídas

Fallen Leaves 20240419
Fallen Leaves | fotogramas.es

Lentamente, las hojas comenzaron a caer. No llegan al amarillo, crujen por partes. Secretean ocres entre ellas, mientras las ramas las retienen. Las enredaderas tampoco quieren vaciarse, se mantienen férreas, soltado lo inevitable. Ni siquiera los ginkgos se prestan a la belleza que suelen depararnos. Es un otoño indeciso. Diríase que se prepara para la desnudez. Nostálgico o emperrado, demora lo que se está yendo. ¿Pero qué es lo que se va? ¿Una estación o una época? ¿Es un cambio o una pérdida? ¿O, como suele ocurrir en lo que cambia, también lo perdido se anhela?

El ánimo de estos tiempos parece otoñal.  Y el cine, gran pantalla de la humanidad, lo refleja. A veces, bellamente. Más allá de las megaproducciones, la multiplicación de los superhéroes y efectos especiales, se están estrenando películas que parecen despedirse de una forma de vida, de formatos musicales, de oficios, de hábitos. Incluso desde el lenguaje cinematográfico; una resistencia a la aceleración, a lo superfluo, a lo escatológico.

La película que da título a esta nota, del gran director finlandés Aki Kaurismäki, Fallen Leaves (2023), muestra una ciudad desde la puerta de atrás, un Helsinki obrero, de trabajadores explotados, solitarios, alcohólicos. Con este último film concluye su “serie proletaria”, integrada por Sombras en el paraíso, Ariel y La chica de la fábrica de cerillas. Es una película lenta como nuestro otoño, en clave de despedida, de sentido oculto, casi extraviado, lazos frágiles y fundamentales. El director aprovecha para incluir canciones de todos los tiempos: Serenade de Schubert, Mambo italiano, Arrabal amargo de Gardel, o Get on de Hurriganes. Algunos llamaron al film un musical obrero. ¿Se trata de una despedida o un llamado de atención?  

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Padres e hijos

Al film de Kaurismäki se suma la última película de Wim Wenders. Decirlo así, “la última película de Wim Wenders”, no solo habla de la novedad, del estreno, también está en clave de añoranza, como si fuera “la última posible”, o la última posibilidad de contarlo todo: la música de una época, los pequeños gestos, lo cotidiano en sensaciones, las imágenes de los sueños y, de nuevo, lazos frágiles y fundamentales. Me refiero a Perfect days, extrañamente producto de un encargo que le hicieron a Wenders para documentar la instalación de modernísimos baños públicos en Tokio. Más allá de la genialidad del director alemán, que convierte un documental casi publicitario en un canto (mezcla de goce y llanto) a la vida, su película se asemeja a un adiós. Y también lo hace a través de la música. El protagonista escucha casetes en el auto yendo a limpiar los baños: Velvet Underground, Patti Smith, Van Morrison, etcétera. Y así como Kaurismäki elige un tema musical para darle título a su película (homónimo del famoso y conmovedor tema de Joseph Kosma con letra de Jacques Prévert), Wenders elige su canción: Perfect day, de Lou Reed.

En las dos películas caen las hojas, como la decantación de los tiempos.

Pero en el film de Wenders, el protagonista, que acude todos los días a la misma plaza, se sienta en el mismo banco, al lado de la misma señorita, mira a los mismos árboles y parece detener esa caída. Por el mero hecho de estar mirándolos.