Ahora que está tan de moda el papa Francisco, resuena la inmortal música de Vox Dei: “Todo tiene un final… todo termina”. Algunos la quieren persuadir de que todavía se puede pelear, de que un tercio de los votantes aún apoyan el modelo, que más del 40% aprueba la gestión… Ahí están los números, creer o reventar.
Pero, ¿qué significa seguir? ¿Cómo? ¿Con Daniel Scioli de candidato? ¿Acaso con Florencio Randazzo? ¿Qué significa ganar, cuando de lo que se trataba era de no irse nunca? Alternancia, sí, pero sólo dentro del matrimonio presidencial. ¿Cualquiera al gobierno, Ella al poder? Infeliz fórmula, demasiado inestable –en su momento sólo sirvió para entretener, entre otros, a esos estúpidos imberbes que deliraban en la Plaza con Dorticós, Allende, la patria socialista. Cuando todavía no estaban de moda los tatuajes del Che. La violencia, sí: una cuestión de época.
Para entender la concepción del poder que aún hoy impera en el entorno presidencial, basta repasar la nueva composición del directorio de Hotesur: se trata de un negocio familiar. Y si nadie de la dinastía está por ahora en condiciones de tomar la posta, el dilema de la sucesión no tiene una solución aceptable. Pero avanza el calendario electoral, quedan a lo sumo unos cinco meses para tomar una decisión.
¿En veinte semanas se juega el futuro?
Lo que viene. Tal vez la suerte ya esté echada. Tal vez el nuevo mapa de poder importe menos que el desgaste que sufrirá quienquiera que gane las elecciones. Si hasta Standard & Poor’s reconoce que 2015 será mejor que 2016. Ahí tienen, ingenuos, los que creen que cualquier opción será mejor. O menos mala.
Desde muy cerca se afirma que ya no tiene alternativa, que en verdad ya definió. No lo va a blanquear hasta abril, quizá mayo, pero ya no queda tiempo para los milagros. Lo del Flaco serviría para evitar la licuación del poder, incrementar la capacidad de negociación, mantener la ficción de que las PASO serán en serio la forma de definir el liderazgo. Parafraseando a Charly García, podría afirmarse que en el FpV las candidaturas presidenciales no van en tren, van en avión. Aunque sorprenda alguna cámara pícara luego de un vuelo privado.
Es cierto que no confían. No sólo en Scioli: en nadie. Son todos traidores, en potencia o en acto. O inútiles. Que no es lo mismo, pero es igual. Inexplicable de Lázaro. Peor aún: en el país de la timba financiera, fracasaron en el canje del Boden 15. Esto con Amado no pasaba. La sacó barata Kicillof: sólo lo llamó Chiquito.
Quedará también en la historia la doctrina Mont Blanc: remite a la añeja práctica del don y el contra don, a la construcción de lazos de reciprocidad –te doy una lapicera coqueta, sólo necesito una firma consustanciada con los ideales del modelo. Parece poco para apaciguar la furia de los jueces. Arde Débora Giorgi: habiendo biromes, el Gobierno no se responsabiliza por el uso de plumas extranjerizantes. Más allá de la afrenta a la tradición nac & pop, queda más claro lo que el oficialismo entiende por justicia legítima. No se trata de anillos ni de alhajas millonarias… sólo de un mero presente en el marco del New Deal entre la Secretaría de Inteligencia y Comodoro Py. Pero hasta eso salió mal (la ofensiva llega ahora desde Tucumán, y ni siquiera Hebe sale a bancar al General). En síntesis, un presente imperfecto. ¿Presente? “Todo concluye al fin…”.
Confusión. En apenas tres años, lo que estaba supuestamente destinado a convertirse en un proceso de transformación revolucionario, sin precedentes, terminó convertido en esta confusa combinación de personalismo extremo, esclerosis económica y política, escándalos cotidianos, grietas discursivas y militancia minimalista. En efecto, al comenzar su segundo mandato, el tercero de la saga familiar, imperaba la febril idea de hacer finalmente realidad los ideales que ni siquiera los jóvenes de antaño se habían animado a soñar. Era cuestión de ir por todo. Nunca menos. Tenía la suma del poder público. Y sin embargo, desde el cepo en adelante, todo se fue desplomando en cámara lenta, como un renuente castillo de naipes.
Hasta implosionó el Instituto Dorrego, ese pomposo Titanic de la Inquisición Revisionista que debía purificar nuestra sagrada historiografía nacional y latinoamericana de la maldita peste entreguista, cipaya y liberal. Todo un símbolo. Y otra gran lección de este intento fallido de populismo autoritario con innegable legitimidad electoral: cuando se invade el debate histórico con las obsesiones de la coyuntura y con interrogantes plagados de anacronismo, voluntarismo e intencionalidad, queda desplazado el intercambio de ideas fundado en la interpretación de documentos para que impere el uso (¿abuso?) de la argumentación histórica con fines meramente ideológicos. En general, se trata de justificar posturas que nada tienen que ver con los eventos históricos que se pretende dilucidar. Ya lo había adelantado Lucien Febvre, uno de los padres fundadores de la Escuela de los Anales, en sus Combates por la historia hace apenas sesenta años.
Siempre fue compleja la relación entre intelectuales y política, sobre todo en la Argentina y en particular en el peronismo. Y a pesar de los disgustos que han generado los autoproclamados representantes del pensamiento nacional, todavía en el campo cultural el apoyo que obtiene el Gobierno es sensiblemente superior al promedio de la sociedad. Esto incluye sobre todo a la comunidad científica, a las universidades, a muchos artistas y obviamente también a un sector del periodismo. Y sería ingenuo y simplista reducir el fenómeno a una cuestión meramente monetaria. El financiamiento sin duda es parte de la explicación, pero se trata de un fenómeno mucho más rico, sutil y diverso. Más aún, en este aspecto en particular, la ventaja que el kirchnerismo les lleva a todas las expresiones políticas emergentes es sin dudas muy considerable. Ni en cantidad ni en calidad: ninguno de los candidatos puede mostrar, al menos hasta ahora, un apoyo siquiera parecido en el peculiar mundo de la cultura.
Tal vez en ese ámbito aniden las fortalezas simbólicas que permitirán atravesar ese impiadoso período que se acerca. Y entonces los jóvenes tendrán espacios para cobijarse, para resistir la larga marcha que implicará estar lejos del poder. Parecen diluirse también las referencias externas: Dilma hace el ajuste, Venezuela y Rusia se desploman al ritmo del precio del petróleo, en parte por eso Cuba pacta con EE.UU. y se abre finalmente al capitalismo salvaje. Por ahí los “trotskos” tenían razón y los Castro eran unos impostores: unos típicos traidores mencheviques.