Algo concreto. Una conocida cadena multinacional de supermercados aumenta la semana pasada el precio de una leche larga vida de segunda marca de $ 178 a $ 201, un 13% de una vez. No fue el único incremento de ese producto en el último tiempo. La empresa dice que el alza proviene de las nuevas listas de precios de la fábrica, la fábrica argumenta que debió aumentar, pero no tanto, que parte fue para el productor y por el aumento de costos… Un bucle interminable.
Este microejemplo se viene reproduciendo y acelerando en gran parte de la economía argentina. En los medios, empezamos a usar cada vez más seguido el término “récord” para hablar de la inflación respecto al período posconvertibilidad, que apagó los incendios hiperinflacionarios de Alfonsín y Menem para encender luego otros fuegos.
Cristina, con Kicillof de ministro, manoteó los números del Indec para intentar engañarnos con los aumentos de precios. Macri canchereó con que arreglaba fácil el problema y dejó 50% anual. Alberto se excusa, como siempre, primero con la pandemia y ahora con la guerra. Lo real es que con el numerito de julio, ya estamos en 70% y la previsión es que a fin de año se llegaría a los tres dígitos.
A esta performance se arriba con ciertos precios claves de la economía casi congelados, como los de la energía. Si bien la quita de subsidios no altera a la industria, sí impactará fuertemente en expensas, cuotas de la educación privada y consumo en negocios y restaurantes, por el obvio traslado de las tarifas que vendrán. En ese momento nadie se acordará del Chateau Libertador.
¿La aparente calma que antecede al ciclón?
Los gremios tratan de activar su manual de siempre. Dos ejemplos de muestra. Los petroleros de Antonio Cassia (Supeh) acaban de cerrar 80% de aumento y $ 100 mil de bono. Comercio, con Armando Cavalieri, consiguió adelantar para ahora el tramo acordado para recibir en enero.
A no entusiasmarse: gran parte del sector formal del trabajo está muy limitado a la hora de perseguir a la inflación. Ni hablar del informal. Por lo visto en los últimos meses, y sobre todo en la marcha del miércoles, nula expectativa habrá que poner en la CGT para que propongan alternativas más creativas y eficientes. Pablo Moyano (¿por consejo de CFK?) recomendó estatizar las plantas de despacho de granos, además de pasarle factura a nuestro Presidente eventero.
Alberto F hace casi dos semanas, en uno de los tantos actos que le arman a diario, llamó a sindicatos y empresas a sentarse con el Estado para acordar un enésimo pacto de precios y salarios. Nadie fue convocado nunca, Massa no lo tiene aún en agenda (ni sabe de qué se trata) y el cristinismo tiró la originalísima idea de congelar todo hasta marzo, salvo dos aumentos salariales fijos para todos y todas de $ 35 mil cada uno.
Mientras el Gobierno pasa la pelota, la oposición sigue con su agenda paralela de comodidad. Juntos se quema en su interna, la izquierda quiere quemar todo –empezando por el capitalismo– y el libertarismo de Milei también quiere quemar todo, pero para construir “una opción anticomunista” (fin de la cita).
Un escenario en el que, como los precios, también el optimismo cuesta cada vez más.