Lenín Moreno quedará en la Historia como un rastrero secuaz lamebotas y por qué no sacar del todo el diccionario de mi juventud, lameculos de los monopolios, cuando levantó el teléfono y dijo a la policía británica: The Embassy door is open. Pero ya nadie sabe qué es la historia con mayúsculas y los libros escritos en la cárcel para ser absueltos.
Se sabe que en 2010 Julian Assange publicó con WikiLeaks los diarios de la guerra en Irak y Afganistán y se sabe la treta de la fiscalía Sueca (Ingmar Bergman, August Strindberg hierven bajo tierra) para extraditar a Assange a Estados Unidos vía una falsa acusación de violación. Luego vino su refugio en la embajada de Ecuador a dos pasos de la bella tienda Harrods. Estuve en Londres en esos años y recuerdo lo que sentí al ver la gente entrar y salir de Harrods a metros del prisionero político. Innegable signo de vejez, ya no puedo creer en la masa llorando la foto de la muerte de Aylan, el niño sirio, o la tragedia de los niños en Gaza después de que el mundo viera con apatía el video Collateral Murder sobre el ataque aéreo en Bagdad.
Hoy Assange es un paria en la lógica fantasmal de la eterna guerra fría estadounidense (como hicieron con Bobby Fischer) y es acusado de espía del Kremlin. Para los que lo admiran es el Mandela del siglo XXI.
Cuando vivía en la embajada ecuatoriana le pusieron acero en la comida y se le rompió un diente, así que como Fischer, hacía su propia comida, sopa de preferencia. Assange dijo: Estoy encerrado pero puedo trabajar, como si el mejor lugar para un editor, para un escritor, fuera el No Man’s Land.
Ahora muere en la Guantánamo británica rodeado de criminales y terroristas con sangre hasta el codo y la policía le pegó las teclas de la computadora para que no pueda escribir. Visa, Mastercard, PayPal, Western Union, Tweeter, Facebook, todos secuaces de la CIA y nosotros también, por usarlas.