Esas dos limitaciones humanas por excelencia, el tiempo y el espacio, él lograba dominarlas: ponerlas a su servicio. Así, por ejemplo, y como si tal cosa, lograba acrecentar cronologías, fabricar minutos de la nada, y a un adicional de dos o tres como mucho lo transformaba en un adicional de siete u ocho.
Tenía poder asimismo sobre los cuerpos y su lugar en el mundo: un hombre estaba adelante de otro, así fuera dos o tres metros, y él lo hacía estar atrás (con lo cual desaparecía un offside), o el hecho que ocurría allí él lo hacía ocurrir allá (y un tiro libre trocaba en penal, o un penal en tiro libre). ¿Una vez o dos, acaso, por error o por casualidad? Nada de eso, muchas más: tantas como le resultó necesario.
Al igual que Al Capone (es tan sólo una asociación libre de ideas), el lío se le armó por el lado impositivo. Le cayó la AFIP y no resultó verosímil que llevara el tren de vida que llevaba con los
ingresos regulares que había declarado. Julio Grondona, a quien nadie mayormente habría propuesto para un campeonato mundial de transparencia, fue tan luego el que le aconsejó que se guardara un poco, y suspendió sus designaciones hasta que pasara el sofocón.
No todo retiro es amargo. El bueno de Pablo Lunati, por lo pronto, ha podido ir, gracias a eso, a la cancha a ver el equipo de sus amores, o de su amor; al que con un sarcasmo formidable dio en denominar “el más grande”. Ironía stricto sensu: afirmar una determinada cosa, para que se entienda justamente la contraria.