Desde hace muchos años tengo como fondo de escritorio de la notebook un retrato de Asia Argento. No sonríe, solo juega con la lengua, le basta exhibir su rostro perfecto. Desconozco cuántos en el mundo tendremos el mismo fondo de escritorio. Mi madre, que en los últimos momentos me veía escribir a su lado, estaba convencida de que Asia era mi novia. Murió pensando que esa bella muchacha de cabello negro era la mujer con que su hijo se iba a dormir todas las noches. Me parece que la cosa la hacía feliz, por eso nunca la dije la verdad.
Durante mucho tiempo Asia Argento fue, y sigue siendo, el último rostro que veo antes de irme a dormir. Ahora sé, por una nota de Arthur C. Brooks en The Atlantic, que lo que tengo con ella es un lazo “parasocial”, o sea la tendencia muy común de crear y cultivar en la propia mente una relación con alguien que en realidad no conocemos, o que incluso no existe. Puede ser inocua, como la mía, o puede convertirse en un verdadero amor ficticio, lo que los científicos llaman “fictofilia”, que puede llegar a ser más fuerte que un lazo real y que, por lo tanto, deja de ser inocuo.
En muchos casos, las relaciones parasociales pueden persistir en el tiempo y representrar un desafío para los lazos en la vida real. Si los lazos parasociales son demasiado intensos, como en mi caso, incluso debería considerar una ruptura parasocial. Y contra lo que se puede llegar a creer, las rupturas parasociales son casi tanto o más dolorosas que las rupturas reales. Por ejemplo, hubo momentos en que tuve que simular una ruptura con Asia Argento, y digo simular porque continuábamos viéndonos a escondidas. Eran encuentros absolutamente castos y duraban muy poco, pero en cualquier caso eran el signo de que esa ruptura no había tenido lugar y nuestro lazo continuaba firme, bien amarrado.
El término “interacción parasocial” fue introducido en los años 50 por los sociólogos Donald Horton y Richard Wohl. Eran los albores de la televisión y los espectadores comenzaban a sentir cosas nuevas con esos actores que se aparecían en sus propias casas. Algunos llegaron a desarrollar relaciones muy íntimas con ellos. Hoy, cuando tantas celebridades están a nuestra disposición de innumerables modos y en todo momento, la cosa debería cambiar de nombre, pero al parecer nadie quiso tomarse ese trabajo. Hoy, crear lazos parasociales es más fácil. Y dan mucho dinero. Muchas celebridades venden interacciones parasociales personales. Por ejemplo, a través de sitios como Cameo, si alguien quiere que una celebridad le mande un feliz cumpleaños puede hacerlo. Pagando 2.500 dólares. Pero no es un servicio que brinde Asia Argento.
Pese a los peligros existentes, no hay pruebas de que los lazos parasociales pasen el nivel superficial. Nunca llamé Asia por error a una novia. Esas cosas no pasan. Y si accidentalmente van un poco más allá, dudo que las consecuencias sean serias. Sin duda un peligro hay, y es cuando un admirador pierde contacto con la realidad y empieza a stalkear a una estrella. Lo que hay allí es la ilusión de tener un lazo real, o incluso, en los casos más graves, la ilusión de poder llevarlo más allá. Pero eso ya entra en el campo de la insanía mental. Mi experiencia no podría ser más sana e inofensiva.
Es cierto que frecuentar demasiado intensamente las relaciones parasociales pueden llevar a que el sujeto tenga inconvenientes a la hora de relacionarse con quienes lo rodean, lo que indefectiblemente puede llevar a relaciones insatisfactorias y a la infelicidad. Pero a quienes, como yo, tienen como amistad prasocial a Asia Argento, la cosa no puede preocuparlos. Porque Asia nunca dejaría que algo malo me pasara.