La guerra cada vez es menos justificable, una guerra por Malvinas no contaría hoy con el entusiasmo de los 80
Primero cayó el Muro de Berlín y colapsó la ex Unión Soviética, inmediatamente China comprendió que no había otro modelo económico posible y se hizo hipercapitalista; ahora se acaba el bloqueo a Cuba, la que también abre su economía y ya no quedan “comunistas que matar”. La foto de los dirigentes de las FARC en sillones ministeriales pasados de moda fumando habanos en Cuba mientras miraban por televisión el resultado del plebiscito de Colombia mostraba, en el anacronismo de la escena, lo artificial de su guerra.
No era el fin del comunismo el fin de toda la historia, como escribió Fukuyama. Pero sí es el fin de una historia, la del siglo XX, que en Sudamérica sólo se pospuso algunos años porque el vertiginoso aumento de las materias primas potenció en Venezuela a Chávez dándole a Cuba y a las FARC una década más. En sólo seis años el petróleo pasó de valer 20 dólares el barril en 2002 a casi 150 dólares en 2008, para costar ahora sólo un tercio que hace ocho años.
La guerra en Colombia y las FARC, aunque no sea formalmente, ya están terminadas porque no queda más contexto: sería como querer volver a instaurar un sistema económico comunista. La guerra llegó hasta aquí –además del apoyo de la Venezuela de Chávez y la investidura cubana– también porque las FARC se envilecieron, comportándose como delincuentes y narcotraficantes, lo que estiró su presente pero minó su prestigio consumiendo el poco capital simbólico que tenían.
El triunfo del “No” en el plebiscito por la paz del domingo pasado no impedirá la paz sino que logrará perfeccionarla para que sea un acuerdo más unánimemente apoyado. Y el Premio Nobel que acaba de recibir el presidente Santos confluye en la misma dirección. Porque la historia tiene su propia dinámica y en cada época sólo es viable –por lo menos sostenidamente– aquello para lo que se generaron condiciones de posibilidad.
Uribe, aunque principal artífice del triunfo del “No” en plebiscito por la paz, representa una voluntad beligerante que no coincide plenamente con su época y lo que puede hacer es influir sobre los artículos del acuerdo de paz pero no sobre un retorno a la guerra como era.
Y Santos, como le pasó a Alfonsín en su momento, o a Bergoglio hoy, es más reconocido afuera que adentro de su patria, confirmando aquello de lo difícil que resulta ser profeta en su tierra. Otro aforismo similar es que nadie es Premio Nobel para sus allegados porque la cercanía ejerce el doble efecto de impedir la cosmovisión y, al mismo tiempo, mostrar el claroscuro de los detalles. En los portales de noticias de Colombia, lo primero que hubo fueron comentarios sobre el casi millón de dólares que recibirá Santos por el Premio Nobel, si no donara esa suma.
Colombia es un buen espejo no sólo donde Argentina puede mirarse sino donde se puede leer la época en letra ampliada. Los contrastes, y a veces hasta los excesos de realismo mágico, facilitan esa lectura de época en la que claramente se percibe la pérdida de credibilidad de las ideologías, de lo extremo y de lo violento, lo que en las décadas de Guerra Fría tuvo aprobación y explica nuestros años 70.
Otro síntoma epocal es que cualquier guerra en sí misma resulta cada vez menos justificable, incluso una guerra por las islas Malvinas hoy tendría una aceptación diferente de la que tuvo en los 80, tanto entre argentinos como entre ingleses.
Néstor Kirchner leyó bien su época en 2003 con Chávez y Lula en Sudamérica, la inercia simbólica de la Guerra Fría (tantos años de yankee go home) pero sin un Estados Unidos interesado en preocuparse y una China comprándose todo. Ese orden comenzó a acabarse al asumir Obama, en 2009.
Paz y pactar comparten etimología. Confrontar o acordar son formas de hacer política. Los K representan la primera
Cristina Kirchner y Zannini se quedaron del otro lado del Muro de Berlín, no leyeron bien la época y cavaron su propia fosa. Paz y pactar comparten etimología y entre las diferentes categorías en que se podría construir pares dicotómicos en la política está el confrontar versus el acordar. Esta época es más la del acuerdo.