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¡Lindo panorama!

Noche 20231223
Noche | Unsplash | Lionello DelPiccolo

Excepto los abducidos por el demonio de la irremediable esperanza, casi todos los habitantes de este país sabíamos que en las elecciones debíamos optar entre el desastre y la catástrofe. Triunfó una de las dos opciones terroríficas y las fuerzas del cielo, precipitadas sobre el Gobierno, empezaron a soltar sobre nuestras cabezas las esperables micciones estelares.

A la sorpresa naif de los que votaron al nuevo presidente (“¿pero cómo? ¿Qué tiene que ver el ajuste de los precios con el combate contra la casta política?”), se suma la admonición esperable de los derrotados que alzan el dedo diciendo: “¿Acaso no lo sabías? ¿O no lo escuchaste a él y a su motosierra?”, y empieza a crecer el enojo de los que no podrán pagar su obra social o el geriátrico de sus padres o no les alcanzará para tomarse vacaciones, y el dolor urgente de los que empiezan a tener hambre, de los que no van a poder renovar sus alquileres y de los que se quedan en la calle mientras las voces del Gobierno, imperturbables, sueltan sus verdades de panza llena y propiedad en countries: “No se preocupen. Por la ley de la oferta y la demanda, cuando ya nadie compre nada los precios van a bajar solos”.

En menos de dos semanas el discurso de la libertad pasó a llenarse de prohibiciones

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Es curioso. En menos de dos semanas el discurso frenético de la libertad, un significante vacío, tan vacío como Dios, que puede llenarse con las predicados que te den la gana, pasó en la práctica a llenarse de prevenciones y prohibiciones contra la protesta callejera. En este camino, es claro que el famoso mínimo Estado vira rápido a Estado policial, escudo para lanzar a los operadores financieros a cargo de nuestra economía a nuevos festivales de endeudamiento, previas estatizaciones de deudas de los privados y transferencia de recursos de los más amplios sectores sociales a los pocos monopolios que fijan los precios de sus productos, eso sí, libremente.

Ya lo vimos, ya lo vivimos, ya supimos cómo terminaba. Pero en estos tiempos de redes e instantaneidad de imágenes, no hay espacio para la reflexión y la conexión   entre los hechos del presente y el pasado. Una imagen borra otra imagen, una palabra licúa a la otra. Y nos vamos hundiendo lentamente en el abismo.

Como es natural, no hay mal que dure cien años. En general, porque no alcanzamos a vivirlos.