Según los datos del nuevo índice de producción industrial manufacturero del Indec de diciembre de 2018 se verifica una fuerte y generalizada caída de la producción industrial, que fue del 5% en comparación con el año anterior y del 1,7% en comparación con noviembre. El programa del Gobierno implementado frente a las turbulencias de la economía que se generaron en abril ha evitado el peor escenario de colapso de la economía y ha mejorado los indicadores fiscales, monetarios, de la cuenta corriente, de los precios relativos y del balance del Banco Central. Pero, por otra parte, ha tenido efectos colaterales muy negativos y mayores que los previstos en el nivel de actividad, el empleo, la inflación, los salarios y la evolución de las empresas. El sector manufacturero ha recibido de pleno estos impactos. En el primer trimestre de 2018 la industria continuaba el crecimiento iniciado en los siete trimestres previos, con situaciones heterogéneas de dinamismo de los sectores automotor, cemento y acero, mientras otros sectores como confecciones, textiles y calzado seguían con dificultades. A partir del segundo trimestre de 2018 su desempeño en todos los sectores fue negativo. Se perdieron 60 mil empleos el año pasado, que dan una caída de alrededor de 100 mil puestos de trabajo desde 2015. La capacidad productiva utilizada fue de solo el 56,6%, inducida por la recesión y la tasa de interés real que indujo a una fuerte baja de inventarios.
Estos problemas de la coyuntura se potencian con sus restricciones estructurales. Desde 2011 la industria no crece, no genera empleo, tiene una muy baja inversión, no se dinamiza la innovación tecnológica y cae su productividad. A las condiciones a nivel microeconómico se les agregan las condiciones sistémicas y del contexto macroeconómico. Los incrementos de los costos logísticos, de presión impositiva, las elevadas tasas de interés y ausencia de un mercado de capitales para la producción, de costos laborales por aumento del ausentismo y litigios, son, entre otros elementos, restricciones de primera magnitud.
Esto ha llevado a planteos equivocados que identifican a la industria como parte del problema y no parte de la solución en la recomposición de las fuentes de crecimiento, en la creación de empleo y en los avances en los otros sectores. Así, por ejemplo, el largo estancamiento del sector agrícola de 1930 a 1980 a su paso actual a la bioeconomía, ubicándose en la frontera internacional, no hubiese sido posible sin la maquinaria agrícola, los fertilizantes, las semillas, la biotecnología, entre otros productos industriales. Los buenos resultados recientes en Vaca Muerta se explican, en parte, porque firmas como Tecnopetrol se articularon con cerca de mil proveedores que rápidamente alcanzaron capacidades similares a los productores de Estados Unidos. Existen industrias en el país que tienen modelos de organización que muy pocos países fuera de la OCDE pueden alcanzar, en numerosas actividades, que van de reactores nucleares, cajas de cambio, acero, aluminio, petroquímica, farmacia, pick-ups, alimentos, confecciones de diseño, entre otros. El empleo directo de la manufactura se caracteriza por su mayor calificación, su formalidad, por su mayor impacto en la creación de empleo indirecto y es imposible identificar actividades con la capacidad de absorción frente a su destrucción.
El incremento de las exportaciones industriales es un objetivo ineludible, para los equilibrios macroeconómicos y para ganar eficiencia. Pero es un falso dilema contraponerlo con el mercado doméstico. El desarrollo de este mercado es el que genera previamente las capacidades competitivas para que luego se puedan viabilizar las estrategias de internacionalización. Tenemos el tercer mercado en tamaño de América Latina y el séptimo fuera de los países de la OCDE. Es lo suficientemente grande para inducir a las principales firmas del mundo a estar presentes y para disponer de las economías de especialización. A su vez, rápidamente se abastece y para continuar su dinamismo necesita la demanda adicional de las exportaciones.
En 2019 se prevé un freno a la caída industrial, con leves mejoras. Entre los factores explicativos de esta recuperación se destaca en primer lugar el crecimiento de las exportaciones. En segundo lugar, la masa salarial de los 26 millones de perceptores de ingresos, que son el 43% del PBI, en 2018 disminuyó el 12% por la caída de los salarios en torno del 10,4% y de cerca del 1,9% del empleo. Se espera una mejoría para este año, en particular por las mejoras de las jubilaciones y los planes sociales, asociado a las negociaciones salariales que posiblemente resulten similares al proceso inflacionario. A su vez, la disminución de la tasa de interés y la mayor estabilidad cambiaria serán mejores condiciones que 2018.
Los países más dinámicos y competitivos del mundo, como EE.UU., Alemania, Japón, China, Corea, poseen una sólida industria que los sustenta. La Argentina tiene una larga historia industrial que ha construido activos industriales que pocos países han podido lograr. Sin dudas que tenemos una amplia agenda de temas a superar y ganar en eficiencia y competitividad. El desafío es apoyarnos en los activos construidos, superar en un clima competitivo nuestras limitaciones, en un contexto donde los incentivos estén articulados hacia el fomento de la innovación y la calificación de los recursos humanos. La consistencia macroeconómica es la condición necesaria para ampliar los horizontes en la asignación de recursos, pero debe estar acompañada por un ejercicio colectivo de la sociedad en atender la agenda del desarrollo sustentable.