Reducir la tasa de inflación es uno de los principales desafíos de la política económica. En 2016 se inició el proceso de readecuación de los distintos desequilibrios, especialmente en precios relativos. El sinceramiento del tipo de cambio implicó una devaluación nominal del 60% del oficial, lo cual agrega presiones adicionales a la evolución actual de los precios, que si bien en algunos casos anticiparon parcialmente la corrección del tipo de cambio, durante los últimos años vienen subiendo 25% promedio anual.
Al momento, la devaluación tuvo un traspaso acumulado a precios del orden del 45%, y en lo que viene, el efecto de la corrección cambiaria se irá mezclando con la readecuación de tarifas y ajustes en otros precios. En términos comparados, en la región el traspaso fue similar, del 40%, pero en un proceso de ajuste en los tipos de cambio que se inició hace un año y medio. Es decir, la política económica debe ser calibrada para lograr ir corrigiendo precios relativos –incluyendo el tipo de cambio– y minimizar los efectos de esa corrección sobre el nivel general de precios y demandas salariales. Una tarea compleja dada la dinámica macro (y micro) de los últimos años.
En este contexto comenzó a hablarse sobre metas de inflación. El concepto refiere al objetivo fijado por algunos Bancos Centrales para dar certidumbre sobre la evolución de precios en un período dado. Por ejemplo, la meta de inflación de la Reserva Federal de Estados Unidos es de 2% anual, mientras que la del Banco Central de Brasil es 4,5% anual. Generalmente las metas se fijan con bandas con máximas o mínimos sobre los que puede oscilar la variable observada respecto de esa meta (ej., +-2 puntos de desvío). Conocer con cierto grado de certidumbre el sendero de evolución de precios permite al sector privado tomar decisiones de producción, inversión y consumo, reduciendo riesgos. Podría ser que el objetivo fuese la estabilidad cambiaria, y la meta entonces sea de tipo de cambio.
La existencia de un objetivo supedita la incidencia de eventos no anticipados sobre la economía al objetivo principal. De esta manera, cumplir la meta fortalece la credibilidad del Banco Central, que maneja su política sobre la base de ese objetivo (ej., subir o bajar la tasa de interés). Sin embargo, el grado de certidumbre que se pretende generar con una regla puede tener consecuencias negativas sobre la economía si ante un evento adverso el Banco Central no es lo suficientemente flexible como para moverse transitoriamente de su objetivo principal. Pero pierde credibilidad si se mueve y no cumple con su compromiso de meta. Es decir, el equilibrio es complejo y lograrlo requiere adecuado conocimiento y pericia de quienes toman decisiones en ese ámbito.
El equipo económico se refirió recientemente a niveles de inflación del orden del 20-25% para 2016. Independientemente de la cifra, intentó dar la señal que provee una meta de inflación sin atarse las manos como ello implicaría. Una indicación de inflación no es técnicamente lo mismo que una meta. Trabajar sobre metas implica ajustar la política económica a una regla que se pretende cumplir en un marco de relativa estabilidad de precios. Pero no en un contexto de desequilibrios como el actual, que requiere tomar decisiones de diversa índole, con implicancias y efectos de todo tipo. Además, éstos involucran impactos de magnitud que, dada su naturaleza, pueden desviar muy rápidamente la tasa de inflación de la meta prevista. Brasil tuvo metas de inflación durante muchos años y en general no le fue fácil cumplirlas.
*Economista Bconomics/Quantum.