COLUMNISTAS
Opinión

Nisman: la construcción de un héroe

20180119_nisman_procer_temes_g.jpg
El fiscal esta semana fue convertido en monumento en Israel. | Pablo Temes

Los monumentos son las representaciones corpóreas de los relatos dominantes de cada época. Pero a diferencia de los relatos que representan, los monumentos son estáticos, congelados en medio de sociedades que van cambiando y construyen nuevas narraciones que levantan otros monumentos.

El monumento no tiene la culpa de que alguien lo haya tallado y dejado a la intemperie en medio de la historia, de que todos tengan derecho a cambiar menos él, que está sometido a una placa que lo define como héroe de algún hito lejano.

En el país, la suerte de los monumentos es dispar. Están los que representan a relatos que sobreviven, como los de la épica de la Independencia. Los que pasaron de la gloria al escarnio, como los de Videla. Los que cayeron y lograron resucitar, como algunos de Perón. Los incómodos y movedizos, como el de Colón. Y los que fueron levantados hace tan poco y ya se los piensa derribar, como los de Néstor Kirchner en Ecuador o en Morón.

Todos los días se construyen en el mundo nuevos monumentos que representan la construcción de nuevos mitos y la necesidad de guardar en un instante y en un objeto permanente, los deseos y zozobras de una sociedad.

Las esculturas de los grandes hombres son, en verdad, las esculturas de personas que los relatos de cada época eligieron para tallar en piedra la cultura y la corrección política de su tiempo. Con la utopía de que serían eternas.

Pero, además, son una señal de identidad de una sociedad y una advertencia al otro, a aquellos que tienen relatos que se contraponen. Una lucha de monumentos que bregan por imponer su propia hegemonía: los de Stalin vs. Hitler, los de Rosas vs. Urquiza o los de Evita vs. Aramburu.

El Nisman-héroe no coincide con la forma en que trató la denuncia de PERFIL y en cómo defendía a Cristina

De fiscal a mito. El monumento de Alberto Nisman que se inauguró esta semana en Israel también es el emergente de la angustia de una sociedad que sufrió atentados terroristas sin que nadie pague por ellos, y de una Justicia y un poder político que no pudieron o no quisieron avanzar sobre la verdad. Representa a un "gran hombre" que si no avanzó más es porque no pudo, porque fue asesinado.

Nisman fue parte de la investigación del ataque a la AMIA desde 1997 y, a partir de 2004, fue designado a cargo de una unidad especial. Cuando hace cuatro años fue encontrado muerto en su departamento, se aprestaba a presentar ante Diputados los argumentos de su denuncia contra Cristina Kirchner por encubrimiento por aquel atentado.

Hasta ahí llegó.

La construcción de quien esta semana fue llamado "héroe" por el presidente israelí, comenzó cuando apareció su cadáver. Hasta entonces, su trabajo era cuestionado por quienes señalaban su falta de resultados concretos, y defendido por otros que veían como positivo el avance hacia la pista iraní.

Polémico y mediático, parecía un fiscal más que danzaba al ritmo del poder de turno, al que supo defender.

Desde PERFIL nunca entendimos la poca seriedad con que recibió la denuncia publicada en estas páginas por Pepe Eliaschev el sábado 26 de marzo de 2011 con el título “Argentina negocia con Irán dejar de lado la investigación de los atentados”.

Allí se decía: “El Gobierno estaría dispuesto a suspender de hecho la investigación de los dos ataques terroristas en los que fueron destruidas la Embajada de Israel y la AMIA, según revela un documento hasta ahora secreto, entregado por el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Alí Akbar Salehi, al presidente Majmud Ajmadineyad”.

Pocos días después, la respuesta de Nisman fue lapidaria: “El hecho que plantea la nota es absurdo, descabellado y de imposible cumplimiento. Hacía tiempo que no leía algo tan disparatado”. El canciller Timerman también atacó a este diario y a su columnista en términos parecidos.

En una entrevista que le concedió al periodista Hernán Dobry, Nisman explicó por qué era absurdo ese acuerdo utilizando argumentaciones similares a las que luego expusieron los funcionarios kirchneristas cuando el mismo fiscal los acusó por ese pacto.

Decía que Cristina lo dejaba trabajar con independencia y que ella había hecho esfuerzos internacionales para avanzar con la causa: “Estoy convencido de que el Gobierno no piensa nada de todo esto. Porque me consta y por todo lo que ha hecho. Supongamos por un segundo que el Gobierno quisiera dejar de lado la investigación, es absolutamente imposible, no alcanza una orden del Ejecutivo para que un fiscal deje de investigar y una orden de captura se caiga. Es absolutamente falso que el Gobierno está atrás de esto. Es de locos”.

Después pidió disculpas, pero no dejaba de ser un indicio preocupante, su razonabilidad para descartar un argumento con el mismo énfasis con que luego podía defenderlo.

Asesinato es el veredicto popular y el de la prensa. Si fuera suicidio, igual nadie lo creería

Veredicto popular: asesinato. Entre aquel Nisman y este héroe con monumento ocurrieron dos cosas: su giro de 180° en ese tema y su muerte.

En enero de 2015, cuando se descubrió su cuerpo, una mayoría social no tuvo necesidad de esperar un fallo para asumir que lo habían asesinado por denunciar a Cristina. Y que lo mató su gobierno o alguno de sus resortes de Inteligencia. Ella, que antes también había tenido sus propios monumentos, ya había caído en desgracia. Incluso una gran parte de la prensa que había ayudado a construir su mito, escribía para derribarlo. La opinión pública había cambiado y entonces esperaba lo peor de ella.

Esta semana, la casi totalidad de la prensa dio por confirmado el crimen al hablar sobre el nuevo aniversario de su muerte y la inauguración del monumento. Lo mismo aseguraron los organizadores israelíes.

La teoría del asesinato político todavía no fue probada, pero no es ilógica. Igual llama la atención que quienes no leyeron al menos una parte de las 30 mil fojas de la causa, no necesiten esperar el fallo de la Justicia para certificar el homicidio.

La certeza es la jactancia de los ignorantes, no de los periodistas que deberían hacer del pensamiento crítico un filtro permanente frente a los relatos dominantes de cada época.

La propia Cristina, que al principio jugó la hipótesis del suicidio, cambió rápido porque entendió que si no, abonaba la idea de un asesinato ordenado por su gobierno.

En estos cuatro años la sociedad construyó a este héroe. Un fiscal asesinado por hacer bien su trabajo y no temerle a un gobierno capaz de todo. Y cuando un héroe es designado como tal, no hay argumentos que lo destronen, por lo menos hasta que viva el relato que le dio origen. Por eso no lo afectaron las noticias póstumas sobre su vida privada, cuentas en el exterior ni el uso de fondos públicos.

Quizás ni siquiera lo afecte si se probara su suicidio, porque una mayoría seguiría creyendo que no lo fue.

Salvadores. Necesita héroes la sociedad que perdió la confianza en los vecinos y en los dirigentes comunes.

La caracterización de los héroes son los superhéroes y nacieron así, entre guerras internacionales, depresión económica y escepticismo colectivo.

La aparición de un Nisman-héroe habla de la profundidad de la debacle argentina y de la necesidad de crear mitos que nos hagan ver mejores, que identifiquen al Mal lejos nuestro y que provean un futuro superior. Como antes lo fueron las Cristina o los Messi, y ahora lo puede ser Lavagna.

Es la recurrente necesidad de salvadores. Porque entre los comunes no lo podemos resolver.