Acto uno: Scioli gana las elecciones. Acto dos: Macri gana las elecciones. Acto tres: Massa gana las elecciones. ¿Cómo se llama la obra? ¡Menem lo hizo! Dicho esto, pasemos ahora a los temas literarios, asunto central sobre el que escribo domingo a domingo, a cambio de un muy módico estipendio. Comentando favorablemente la novela de M.V., un amigo me dice “lástima las erratas, tiene un montón”. Recordé entonces una frase atribuida a Borges (que siempre consideré apócrifa: lo digo por las dudas, antes de que María Kodama me haga juicio), en la que nuestro escritor ciego (no leer aquí ninguna ironía sobre María Kodama) habría dicho que un libro sin erratas es insoportable de leer. En el otro extremo, ¿cuántas erratas podemos tolerar? ¿De qué tipo? Difícil saberlo. Manuel González Rivero, en una reciente columna en Babelia, comenta la salida a la venta en España de tres libros con expectativas de best seller, y agrega: “La última entrega de E.L. James (Grijalbo, Random House) promete mucho (32.905 ejemplares vendidos en su primera semana), pero su trayectoria española no empezó con buen pie: la edición en castellano (en torno a medio millón de ejemplares), de la que una parte se puso a la venta en España (hoy ya sustituida), venía con la página 421 en blanco (nada que ver, por cierto, con la página negra del Tristram Shandy) ‘por causas ajenas a la editorial’, lo que no deja de ser un modo de echarle la culpa a la imprenta; les recomiendo que, si poseen el ejemplar defectuoso, se lo guarden: he leído la página 421 y no se pierden gran cosa”.
No me gustan las erratas, pero mucho menos me gustan los libros mal editados, o en lo que la edición empobrece el texto. Por ejemplo, en la edición argentina de un reciente libro de artículos y ensayos de un gran músico brasileño contemporáneo, el autor de libro, polemizando con una periodista a propósito de un artículo en que se menciona a Chico Buarque, le reprocha a la periodista que “podés no haber tenido esa intención, pero tu nota, desautorizando intelectualmente a Chico, descarga el golpe contra el PT, y fortalece al grupo de Fernando Henrique”. No sabemos por qué la edición local se siente obligada a explicar qué es el PT y quién es Fernando Henrique, como si quien elige leer un libro escrito por un gran músico brasileño actual no lo supiera. Pero, para peor, en la nota sobre el PT, nos aclara: “Partido de los trabajadores. Es un partido de izquierda. Surgió del sindicalismo espontáneo de los obreros de San Pablo de finales de los años 70. Su máximo exponente es Lula da Silva”. ¿Es eso el PT? ¿No falta algo? Por ejemplo, que es el partido que gobierna Brasil desde 2003, primero en dos presidencias de Lula y ahora en dos presidencias de Dilma. Y sobre Fernando Henrique Cardoso, describe su trayectoria como presidente pero no aclara que es uno de los líderes –si no el verdadero líder– de la oposición al gobierno del PT, dato que permite comprender el temor del autor a que la periodista lo haya malinterpretado, haciéndolo parecer cercano al líder del PSDB.
Si tuviera espacio (¡el espacio es tirano en el periodismo!) me permitiría aquí una digresión por el notable ensayo de Halperin Donghi sobre Raúl Prebisch incluido en Las tormentas del mundo en el Río de la Plata, donde se menciona a Cardoso en relación con la Cepal. Quedará para otro día.