Los discursos “antigrieta” que, en realidad, conforman una arenga para impulsarla, son un clásico de la política argentina. Los usaron Mauricio Macri, Horacio Rodriguez Larreta, Alberto Fernández y Axel Kicillof, siempre con notable efectividad. Nuestro país adora polarizarse y los leit motivs para la construcción de bandos contrapuestos pueden ir desde temas que afectan con más potencia a un sector, como el aborto, a cuestiones globales, como la implementación de las cuarentenas. El argentino parece resolver su existencia a través de otro al que defenestrar, a veces con argumentos sólidos, a veces con mentiras. Lo importante es mantener vivo el fueguito de la confrontación.
Es evidente el provecho que la clase dirigente saca del apasionado juego de opuestos, y una lectura detallada de los bandos en pugna permite ver más coincidencias que las que sus miembros serían capaces de aceptar. Analistas políticos del mundo provenientes tanto de la izquierda como de la derecha, entre los que podemos incluir al italiano Diego Fusaro, a la norteamericana Nancy Fraser o al francés Alain de Benoist, cuestionan desde ángulos diversos la vigencia de estas categorías nacidas en la Revolución Francesa, pero el grueso de la intelectualidad política local insiste en negar su colapso, autopercibiéndose como zurda o liberal en términos tradicionales. De modo que la grieta también talla en aquellos que podrían traernos algún tipo de pensamiento vanguardista y no hay grupo que parezca capaz de acoger a quienes no nos sentimos ni oficialistas ni opositores, ni progres ni libertarios, ni de izquierda ni de derecha, ni una cosa ni la otra.
¿Qué hacer cuando se acuerda con algunos postulados liberales y se simpatiza con otros provenientes del peronismo? ¿Cómo definirse políticamente cuando se ve con el mismo recelo al grueso de los gobernantes? Quizás, nuestro destino fatal sea el de ser parias, marginales, extras de una película que jamás nos incluirá como protagonistas.