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El avance de la derecha radical pone en tensión al sistema democrático en Argentina y en el mundo. | Pablo Temes

Futuro cercano. Futuro imperfecto. Futuro distópico. La derecha radical ha crecido en todo el mundo. Y ha tomado el poder. La intolerancia política y el odio han destruido la democracia. La violencia se ha propagado. El estado de derecho fue suplantado por la ley del más fuerte. La vida que solíamos concebir se ha esfumado. Los parlamentos han sido incendiados. Con la excusa de evitar una catástrofe mayor, los países más poderosos han asumido la representación de un gobierno mundial y han empezado a sesionar en una nave intergalática. Pero ni siquiera en el cosmos el fanatismo cesa. La humanidad está amenazada.

Una diputada italiana (¿heredera de Giorgia Meloni?) ha construido su carrera en base al racismo contra los inmigrantes que intentan robar la identidad, la cultura y las tradiciones de la civilización occidental. Una legisladora brasileña (¿continuidad de Jair Bolsonaro?) exige entregar armas a todos sus votantes porque solo la violencia armada puede ser útil para terminar con la violencia armada. Y una empresaria caribeña devenida en dirigente (¿prolongación de la proclama outsider y antisistema?) advierte que ella es diferente a sus colegas, porque no llegó para enriquecerse sino para enfrentar de una buena vez a esta corrupta clase política. En tanto, la presidenta de tan dislocado cuerpo plagado de inmoralidad, es una española (¿la culminación de Vox?) a la que solo le preocupa que la sesión continúe sin demoras para impedir que sus privilegios se vean interrumpidos.

Es un parlamento ajetreado en el que prevalece una sensación de agobio y de enajenación. La celebración de la democracia se ha convertido en una suerte de vacío existencial, en el que las discusiones políticas pierden sentido frente al odio, la retórica y la sinrazón. Se trata de una parodia del ágora. O, siguiendo a Platón, una res publica, pero invertida. Lo político que se torna antipolítico.

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Como siempre ha ocurrido en los momentos más críticos de la historia, la comedia recrea la desgracia como solo puede hacerse a través del arte. La magistral escenificación de semejante antiutopía se ve reflejada en Parlamento, una genial obra interpretada por Piel de Lava en el espléndido Arthaus Central. Creado por las actrices y dramaturgas Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes, el grupo Piel de Lava es una de las más talentosas apariciones artísticas de los últimos años en la Argentina. Una bocanada de aire fresco. Y un cachetazo a la corrección política. Porque si lo político es personal, para Piel de Lava lo político es teatral: arte en representación política. Con esa potencia, Parlamento concentra su irónica, aguda e irreverente mirada sobre el cada vez más alarmante avance de las derechas extremas. Ficción sobre lo real. Y está bien que así sea.

Es que estas nuevas derechas no constituyen un fenómeno pasajero, sino que han llegado para quedarse y para ser parte de una afiebrada realidad. Porque los partidos de extrema derecha ya están en el poder en varios países de Europa, como Italia, Austria, Bélgica, Hungría, Polonia, República Checa y Finlandia y, lo que es más preocupante aún, han aumentado su presencia en el parlamento de la Unión Europea, por lo que tienen un peso cada vez más decidido en la legislación de ese continente. Mientras que en América Latina, El Salvador se ha convertido en un verdadero imán para las derechas radicales de esta región, que buscan importar el fenómeno de la violenta bukelización en sus países. Y en Estados Unidos, Donald Trump, que durante su gobierno alimentó la derecha más radical estadounidense, ya se perfila como el precandidato que más apoyo cosecha entre los republicanos: más de la mitad de los votantes del grand old party quieren que vuelva a la Casa Blanca el próximo año.

Los partidos de la extrema derecha ya están en el poder en varios países.

Para Enzo Traverso estas nuevas derechas constituyen un neofascismo, son la representación de una fase superior del fascismo de antaño. Formado en la Universidad de Génova y docente en la Universidad de Cornell, el historiador italiano se ha convertido en uno de los más prestigiosos cientistas sociales contemporáneos en el estudio del totalitarismo. Autor de la obra cumbre El totalitarismo: historia de un debate, Traverso acaba de publicar en la Argentina La era del posfacismo, un breve pero contundente trabajo en el que advierte que desde la década del treinta del siglo pasado, el mundo no había experimentado un crecimiento similar de las derechas radicales, algo que inevitablemente rememora al fascismo. El autor aclara que estas nuevas derechas adecuaron las lógicas del siglo veintiuno a las estrategias utilizadas hace cien años, pero que alteraron sus elementos: ahora el pueblo bueno del imaginario posfascita es nacionalista, antifeminista, homófobo, xenófobo y antiecológico; mientras que el mal pueblo está caracterizado por los colectivos migrantes y por los habitantes de los suburbios urbanos, que se fusionan con sus defensores, entre los que se destacan los intelectuales progresistas o los políticos que promueven la ampliación de derechos y garantías.

El trabajo de Traverso se publicó en una reciente ensayo de Clave Intelectual, en el que se analiza el avance de la extrema derecha en la región y en el mundo. Allí también aparece El problema con la democracia, un interesante texto de Wolfgang Streeck. Este sociólogo alemán formado en la Universidad Johann Wolfgang Goethe y en Universidad de Columbia, que se especializa en el análisis crítico de la política economía capitalista, señala a las carencias de las democracias del nuevo siglo como el punto de comprensión de la emergencia de estas neoderechas. Streeck sostiene que el capitalismo y la democracia estuvieron en tensión durante el siglo veinte, pero que encontraron cierta armonía luego de la Segunda Guerra Mundial gracias a la inclusión social que propuso el Estado Benefactor. Esa dinámica entró en cuestión en las últimas décadas, cuando comienzan problemas de distinta índole que confluyen en la reiteración de sucesivas crisis. Ahora predomina entre la población una sensación omnipresente de que la política ya no puede mejorar su situación personal, a causa de la incompetencia, el estancamiento y la corrupción. Surge así la proclama de que no hay alternativa y el resultado es el desencanto, que se traduce en el descenso de la participación electoral, en una volatilidad mayor del voto y en una consecuente fragmentación electoral. Un proceso que, inevitablemente, deriva en el aumento de la antipolítica.

Son estas derechas radicales las que protagonizan Parlamento. Porque las actrices/autoras han recreado una escenografía perfecta para alertar sobre el peligro que se avecina. Y, para hacerlo, Piel de Lava dialoga con la historia. El 27 de febrero de 1933, un incendio terminó demoliendo el Reichstag, sede del congreso alemán. Adolf Hitler, que recién había asumido el poder con poco más de un tercio de los votos, acusó entonces al Partido Comunista de haber iniciado el fuego. El führer declaró inmediatamente un estado de sitio, anuló las garantías constitucionales y dio inicio a una feroz dictadura. Lo cierto es que el palacio legislativo de Berlín había sido atacado por un nazi. Pero Hitler manipuló el atentado y lo utilizó para poner en marcha su nefasto Tercer Reich.

Sin parlamento no hay política. Sin política no hay democracia. La tragedia ya no podrá evitarse.