COLUMNISTAS
Apuntes en viaje

Quequén

Llegando a la punta de la escollera hay varios carteles informativos con fotos de diarios que cuentan naufragios ocurridos en esta costa. Son unos cuantos.

2023_10_29_quequen_martatoledo_g
Quequén. | marta toledo

Caminamos por la escollera del puerto de Quequén, el día es soleado y hay un poco de viento, hace frío. Hay poca gente aunque es un feriado largo: algunos hombres pescando, unos comen asado hecho en la caja de la camioneta; otro, joven, está con dos hijos pequeños y comen unos sánguches; algún otro está solo, fuma. Una pareja de turistas pasea con una perra.

De a ratos el olor salado, a algas, se mezcla con un fuerte olor a podrido… contra las rocas de la playa vemos primero un lobo muerto, después otro más. Me entristece ver cuerpos de animalitos: en la ruta ya había visto algunos perros destrozados en la banquina; piltrafas de carne y sangre y pelo estampadas sobre el asfalto, zorrinos tal vez. Unos metros mar adentro retozan lobos como estos, oscuros, brillantes como si llevaran los trajes de neopreno que usan los surfers que también salpican el mar con sus tablas. Los lobos vivos ajenos a la muerte de los dos compañeros. O quizás ajenos no, sino entendiendo la muerte como una parte de la vida. Quequén se parece al pueblo de Cuentos de almejas, de la revista Intervalo; por esa geografía ficticia desfilaban personajes con sus historias a cuestas y se cruzaban en el camino a los lugareños: el farero, el hombre que vivía en un barco encallado, el chico de la farmacia…

Llegando a la punta de la escollera hay varios carteles informativos con fotos de diarios que cuentan naufragios ocurridos en esta costa. Son unos cuantos. Me acuerdo de uno de los misterios que más me apasionaban en la infancia: el Triángulo de las Bermudas… ya no se habla más de ese fenómeno inexplicable (aunque para mí no había dudas de que en ese punto geográfico que devoraba barcos y aviones con gente y todo quedaba la Atlántida), pero en los setenta y ochenta hubo muchas películas, series de tele y novelas sobre el tema. Ahora que lo pienso, es curioso que nos apasionara tanto el tema mientras en nuestro país había personas desaparecidas, cuerpos también devorados por el mar y el río, y no había ningún fenómeno paranormal en ello. En estos meses donde volvimos a escuchar discursos negacionistas y de odio, no está de más no olvidar (repetir una y otra vez) que no había ningún fenómeno paranormal, ningún Triángulo de las Bermudas vernáculo.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Es la primera vez que vengo a Quequén. Me gusta este pueblito tranquilo y ventoso, la costa rocosa, las barrancas altas donde los loros, los auténticos loros barranqueros, grandotes, de un verde raro, de pecho naranja, escandalosos como todos los de la familia, hacen sus nidos: unos agujeros en la barranca. Estamos parando en el hotel de un amigo, El Cubo, que tiene la particularidad de estar construido con contenedores, igual que mi casa de Abasto. De noche el sonido del mar y el viento da la sensación de estar en un barco, como si ese sonido meciera los contenedores puestos uno encima del otro como un yenga de metal. Nuestra habitación tiene una terracita donde a la mañana podemos tomar mate y ver el mar.

Otro día pasamos por una casa: al lado hay un barco, no sé cómo llegó hasta ahí, la imagen es muy Fitzcarraldo, me imagino a alguien tirando del barco con una soga, arrastrándolo barranca arriba. Pero además del barco, la casa tiene montones de enanos de cemento en el frente, algunos alineados como soldados, otros solos, dispersos por ahí. Seguimos un poco más y llegamos a Costa Bonita: un lugar espeluznante, todo parece arrasado, grandes monoblocks abandonados, un pueblo fantasma.