Viajar –o volver del viaje– tiene un costo adicional. No alcanza con haber perdido perspectiva en el breve desarraigo que ha durado el viaje, sino que además hay que pagar otra tasa escabrosa: la de no haber estado cuando pasó tal o cual cosa y, por lo tanto, tener poco o ningún derecho a reclamar explicaciones.
¿Volvió el Fondo Monetario? ¿Se había ido alguna vez? ¿Es noticia de un solo día? ¿El baile a supuesto destiempo de la abogada hot ya lo ha carcomido todo? Misterio. Vos no estabas. No preguntes. Te has perdido el nexo lógico para siempre y todo deviene entonces superficie, pop latino: las radios me recuerdan con ironía que “Fondo Monetario Internacional” es una canción presuntamente alegre de Viuda e Hijas de Roque Enroll y en la memoria del jet lag me pregunto qué habrá sido de ellas en este revival involuntario que la realidad ocasiona de ellas.
Tampoco tengo derecho a preguntar por Zárate ni por el carnicero ni por los videos del asaltante bajo las ruedas, capturados en la noche de los iPhones 6 o 7, encendidos en las manos insomnes y calientes de los vecinos a expensas del azar de la violencia urbana. Otra vez: vos no estabas. ¿Pide Macri por la libertad del carnicero –o del remisero, ya me perdí– para “reflexionar en familia mientras la Justicia decide”, al mismo tiempo que se junta con el seudopresidente Temer en Nueva York para declarar que hay que “trabajar con la Justicia para evitar las cárceles de la puerta giratoria”? La contradicción (inherente a cualquier uso de palabras) me hace sospechar que hasta los discursos proselitistas corren el riesgo de perder todo rumbo. Es arduo saber por qué causa arengar cuando tanto una cosa como su contraria resultan piantavotos. Era más accesible el discurso de Cambiemos cuando vivía en la falaz inocencia del afiche, de la imaginación publicitaria.
Me he perdido también un acontecimiento burlesco en la lejana China: como escriben con dibujitos en vez de con palabras, se ve que los chinos googlearon el nombre del mandatario del Brasil y lo recibieron cálidamente en sus reuniones de intercambios financieros con carteles que decían “Fora Temer”, haciendo de su nombre su destino.
Pero la culpa es del viaje. El viaje estimula un corte en lo real que amputa los nervios que movilizaban lo continuo. Recuerdo otro viaje, hace unos años, a cuyo regreso me encontré con que el robo del banco de Acassuso era una saga que había empezado ya sin mí. Todos opinaban. Los ladrones eran caballeros que habían redistribuido la riqueza de los acassuseños sin disparar un solo tiro. La novela de los túneles, del cumpleaños de la cajera, de la fuga, de la delación de la mujer despechada, era hermosa. Después llegó la Justicia, lenta y farragosa, y lo confundió todo. Como la forma estaba horadada, incompleta, me vi obligado a escribir teatro sobre ella. Y me pregunto ahora si no será siempre así, si no será necesaria la interrupción del flujo de lógica (de lógica aparente) para que surja el relato, la historia, la inspiración. Esa singularidad que confundimos con literatura.
En continuidad con este pensamiento, no puedo dejar de señalar que comienza Filba el miércoles que viene y se extiende, breve pero inflexible, por cinco días, hasta el 2 de octubre. Un encuentro de escritores que ya se ha dejado sentir en ediciones pasadas como un evento fabuloso, colindero del delirio, la única feria de literatura que no es un mercado persa de libros y de stickers. Los propios escritores (los de acá y los invitados extranjeros) se mezclan con el público, se prestan entre todos sus motivos y sus técnicas, se confiesan en escala de uno a uno. Quizás por desconfiar también de la construcción sin cuerpos que hacen las noticias, este año el tema recurrente de esta fiesta literaria es “Cuerpo presente”: ¿Cómo aparecen las tramas del cuerpo en la narrativa de hoy? ¿Es la literatura un cuerpo sin límites? A esto último respondo que sí: carece de límites incluso cuando compite con la construcción de lo real que hacen Instagram, los noticieros, el iPhone 7: la tendencia literaria parece ser abordar el espíritu caótico del devenir social y reemplazar en el relato el “porqué” por el “mientras”.