En La lógica de Copi, Daniel Link define las razones por las cuales el escritor argentino más estrenado en Francia ha sido tan desplazado de la atención argentina. Copito de nieve, o Copi, como lo llamó su abuela anarquista Salvadora Medina Onrubia, era Raúl Natalio Damonte Taborda, o Botana (la sucesión familiar es rica en excentricidades). Link sugiere que “una de las razones de la grandeza de Copi (y del desdén con el que, hasta ahora, su obra ha sido tratada entre nosotros) tiene que ver seguramente con la violencia con la que irrumpe en la escena mundial para proponer una ética y una estética trans: transexual, transnacional, translingüística”. Una tendencia trans en un sentido amplio para la que el mundo no estaba preparado, aun cuando el mismo concepto (transcultural, transpolítico, transhistórico) podría aplicarse a la mayoría de los artistas reconocidos. Las plumas y el maquillaje no parecen ser la mejor carta de presentación para la literatura. O para las ideas. De ambas cosas está absolutamente rebosante la birome de Copi.
Ahora es Marcial Di Fonzo, en el Cervantes, quien busca otorgarle a Copi una dimensión central, monumental, e ir un paso más allá en los resquemores entre Copi y la Argentina, que son, básicamente, como en Cortázar, el otro nuestro exiliado, los asuntos nunca saldados con el peronismo. Ya sea por la impactante escenografía de Oria Puppo, una Siberia de telgopor que recuerda a las superficies resbalosas y precarias por las que se deslizan los osos cansados de exilio del zoológico, como por el –digámoslo de manera inexacta– realismo dramático de las réplicas (que busca un estado más melancólico que escandaloso), estas dos piezas que supieron provocar agravios en ocasión de su estreno (un comando peronista en París puso una bomba en el teatro donde se daba Eva Perón al grito nómade de Vive le justicialisme!) se muestran hoy como piezas clásicas, contundentes y didácticas, venidas de muy lejos.
Transcultural, transpolítico, transhistórico. Mas falta una noción aún no posible: transperonista. El repudio de Pablo Moyano en nombre de la CGT, una pancarta herida, más difusa que aquella bomba, reclama que ésta de Benjamín Vicuña no es la Eva real, la de los pobres. ¿Hacía falta aclararlo? La obra da todas las pistas: ésta es una Eva de ficción. Y es incluso bastante “peronista” en tanto logra –por enésima vez– llevar hasta el mito al personaje que atraviesa mejor y más incómodamente toda nuestra historia reciente.