Pertenecer tiene sus privilegios, pero también trae aparejados importantes costos. El profundo giro de la política exterior argentina generó un excelente impacto entre los principales líderes políticos y empresariales de la región y de las potencias de Occidente. La Argentina parece por fin encaminarse a ser lo que el mundo civilizado esperaba de ella: un país de ingresos medios que consolida gradualmente tanto sus instituciones democráticas como su inserción en la economía global a partir de los mecanismos del mercado. Con las dificultades de siempre, los vaivenes propios de procesos complejos, los matices típicos de una sociedad dinámica y diversa. Pero sin perder el rumbo, sin salirse de foco, con una visión estratégica de largo plazo compartida y consensuada por los actores políticos y sociales más relevantes.
Esto explica la perplejidad con la que muchos observadores han analizado el país, tanto en relación con el peronismo en general como con el fenómeno K en particular. ¿Como puede ser que en una sociedad tan culta y con tanto potencial sigan floreciendo estas expresiones arcaicas y tan elementales del populismo? Tal vez se trataba de una lectura por lo menos sesgada y superficial, contagiada por esa aureola sofisticada y gentil que irradian algunos rincones de la ciudad de Buenos Aires.
Vuelve entonces Argentina al mundo con un presidente de ojos claros y que hasta sabe hablar inglés. Se propone retomar el camino que tal vez su país nunca debió haber abandonado: ser parte de un entorno global turbulento y volátil, siempre lleno de desafíos, pero que representa en teoría una oportunidad mucho más proteica y prometedora que la autarquía aislacionista y extrema (y sobre todo inflacionaria) que supimos conseguir.
Pero el mundo real y concreto en el que la Argentina pretende encontrar su lugar experimenta una coyuntura aun más crítica que de costumbre. Hay pánico en los mercados financieros (se habla incluso de una “corrección” similar a la del 2008), derrumbe en el precio de las commodities y en consecuencia malas perspectivas en términos de crecimiento. Sobre todo en nuestros principales socios comerciales, en general en los países emergentes que hasta hace poco habían asumido un protagonismo central como motores de la economía global. Hasta han jubilado el concepto de Brics, acuñado por el sancta sanctorum de la globalización (Goldman Sachs), pues esos países (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) sufren ahora fugas masivas de capitales y fuertes devaluaciones y recesiones. Es el fin (al menos por ahora) de la ilusión del progreso continuo, regresan los fantasmas del pasado, se entregan al desencanto esas nuevas clases medias que descubren, ellas también, que “nada es para siempre”.
Vuelo hacia la calidad. “Debemos recuperar la confianza del mundo”, afirmaba en Davos la canciller Susana Malcorra. Justo en el momento en que predomina la desconfianza en los países emergentes, en que los osos parecen ganarles a los toros (bearish vs. bullish). ¿Qué podrá hacer ahí Macri que, según los estudios cualitativos de
Duran Barba, es visto por los argentinos tan sólo como un perro de cierto porte? Tratar de diferenciarse, ser el mejor alumno del grado, convertir a la Argentina en un lugar predecible, mejorar significativamente el “clima de negocios”. Todo lo que tanto despreciaba Kicillof. Lo mismo que primero ilusionó (2007) y luego abominó (2011) Cristina. Ser el Chile de los 90, el Brasil de comienzos de siglo, la Colombia y el Perú de los últimos años. ¿Es eso posible en esta complicada coyuntura internacional?
La apuesta es hacer de la necesidad, virtud: lo bueno de lo malo convertido en una gran oportunidad. En efecto, como la Argentina quedó fuera durante una larguísima década de los flujos de inversión, el rezago en sectores como la infraestructura, las telecomunicaciones, los negocios agropecuarios y los servicios profesionales pueden convertirse en motores del crecimiento hasta que se acomode la economía global.
Para eso lo llevó a Sergio Massa, expresión del peronismo moderno, convertido en garante de la gobernabilidad. En efecto, el éxito en la estrategia de política exterior requiere, además de un acuerdo con los holdouts, un fortalecimiento tangible de la autoridad presidencial a partir de una serie de acuerdos con las principales fuerzas de oposición que asegure, precisamente, estabilidad en las reglas del juego, previsibilidad en los marcos regulatorios y una mejora muy significativa de la calidad de las políticas públicas. Esto se facilitaría mucho si el peronismo se reinventase como un partido moderno y democrático, aislando a los segmentos populistas y autoritarios nucleados en torno de la figura de CFK. En ese sentido, resultaría imprescindible que la Nación y las provincias volvieran a endeudarse: en una etapa de obligada austeridad, esos recursos podrían aceitar los mecanismos para que, al menos hasta las elecciones del 2017, Macri encuentre el apoyo necesario para
poder acotar el uso de los DNU y facilitar de este modo los acuerdos.
Alerta. Sin embargo, el componente económico del regreso de la Argentina al mundo, si bien es indispensable, no es el único ni el más importante. El principal ítem en la agenda global siempre gira en torno de la seguridad.
A la cuestión de la no proliferación nuclear y el control de los desarrollos misilísticos se le suma el terrorismo y las redes de crimen organizado, sobre todo el narcotráfico. Aquí también Macri encuentra tela para cortar. Su dura postura en torno a Venezuela y sobre todo la caída del Memorándum con Irán reposicionan al país como para aprovechar las oportunidades de cooperación internacional, cruciales para aumentar la capacidad del Estado a los efectos de estar en condiciones de brindar seguridad ciudadana. Las imágenes de policías en ojotas tratando de capturar a los narcos fugitivos condenados por homicidas es la síntesis perfecta del estado de desidia y desprolijidad que caracterizan a las fuerzas de seguridad.
Pero si los riesgos de insertarse en una economía global tan problemática son significativos, sumándose al impacto que siempre tiene la apertura del comercio exterior, las consecuencias de este viraje en materia de seguridad son tan importantes como difíciles de cuantificar. ¿Permanecerá Irán inerme frente a este cambio que está experimentando la Argentina? ¿Volverá Macri a denunciar a jerarcas relevantes de la nación persa como responsables del atentado a la AMIA, justo cuando regresa el petróleo iraní al mercado y los mismos empresarios que lo abrazaron en Davos buscan oportunidades de inversión en Teherán?
Sólo el tiempo ayudará a responder estos interrogantes. Mientras tanto, el Presidente estará mascullando, en su muy correcto inglés, timing is everything