AGUJERO NEGRO. El apagón de la estrella de Kirchner multiplica y potencia todo lo que se le opone. |
Treinta años en esta profesión me enseñaron que siempre se sobrevalora a los presidentes. Es como en el enamoramiento: la enamorada ve lo que quiere ver en el otro. Ve lo que precisa. Lo mismo sucede con la sociedad, aunque los argentinos –a diferencia de los rusos en este punto– no se enamoran del poder sino del éxito. Y el problema es que en el tramo final todos los presidentes tienen poder pero no éxito. Más tarde lo segundo lleva a lo primero, pero no de manera simultánea.
Por lo menos formalmente, Néstor Kirchner está a sólo una semana de que eso comience a sucederle, pero aún se mantiene invicto. Sólo así pudo justificarse la tendencia a encontrar detrás de cada decisión suya un móvil inteligente al que se atribuía una maximización de su beneficio, independientemente de que pudiera ser malévolo o inadecuado para el país.
El adelantamiento de las elecciones unificando el calendario electoral nacional con el de la Ciudad de Buenos Aires, la inclusión de Nacha Guevara como reminiscente de Eva Perón, las listas testimoniales y cada uno de los conejos que sacó de su galera iban siendo interpretados como movimientos de una mente astuta, doctorada en política maquiaveliana, cuando en verdad, por lo menos hoy, cabría preguntarse si no fueron el resultado de un cerebro decadente cuyo registro de la realidad viene siendo deficiente.
Antes del adelantamiento de las elecciones, ¿quién hubiera podido imaginar que un novato como De Narváez llegaría al día de la votación con posibilidades de ganarle a Néstor Kirchner y Scioli juntos? Tampoco nadie hubiera podido imaginar en diciembre de 2007 que cuatro meses después algo llamado Mesa de Enlace pasaría a ser uno de los sujetos políticos más importantes del país. Ambos fenómenos, De Narváez y la Mesa de Enlace, son obra de Néstor Kirchner. Lo es también la polarización que dejó fuera de aspiración de triunfo a la Coalición Cívica/UCR, arrastrando la mayoría de los votos opositores hacia De Narváez, quien tan agradecido está de la victimización que gozó por la acusación en la llamada causa de la efedrina que piensa dedicar su última semana de campaña a hacer la plancha y dejar que siga siendo Néstor Kirchner quien le aumente su caudal de votos con sus desaciertos y ansiedad abortiva.
Aceptar mediocridad en Kirchner tendría resultados terapéuticos para toda la sociedad. Si Kirchner es mediocre, no será necesario sobredimensionar a quien lo venza volviendo al mismo círculo vicioso que del próximo presidente haga a algunos decir, como se dijo de Kirchner y de Menem, que es “el mejor presidente argentino desde el retorno de la democracia”.
Si aceptáramos que Kirchner no es un gran político, sería más lógico presumir que tampoco De Narváez lo es, como de hecho no lo es. Incluso sería terapéutico para los propios políticos, quienes muchas veces son llevados al cielo sin mucho más mérito que haber estado en el momento y el lugar correctos y, creyéndosela, después no pueden comprender qué pasa cuando son descendidos al infierno –también– sin mucho más mérito que haber estado en el momento y el lugar incorrectos.
Si aceptáramos que Kirchner no es un superdotado de la política, se percibiría más rápido que De Angeli es una persona tosca, primitiva, ordinaria y a veces brutal, como evidencia cada vez más, y no un heroico David que derribó a Goliat. Lo mismo sucede con Macri o con Reutemann, personas con muchas limitaciones pero iluminadas por el reflejo del antikirchnerismo. Y el paroxismo de la refulgencia del rayo kirchnerista: Cobos.
La oposición que triunfará el domingo próximo es tan mediocre como el oficialismo. No es lo deseable pero es lo más habitual en todas partes del mundo, la diferencia es que los países que llevan más años de ejercicio democrático ya no precisan creer que sus mandatarios son mentes superiores salvo cuando alguna situación extraordinaria lo demanda, como sucede hoy con Obama en Estados Unidos.
Viene el “derechaje”. En Europa la derecha ya gobierna en tres de los cuatro principales países: Alemania, Francia e Italia, y ahora el cuarto: Inglaterra, se encamina en la misma dirección tras la caída en picada de Gordon Brown. Además, veinte de los veintisiete países de la Unión Europea están gobernados por la derecha. ¿De Narváez y Reutemann (si gana) son la derecha del peronismo? ¿O Macri/Michetti es la derecha?
No habría que hacerse ilusiones del surgimiento de nada coherente. Hoy por hoy, lo único que hay es el vacío que deja el progresivo apagón de la estrella de Kirchner, quien al estilo de Stephen Hawking deja un agujero negro de tal magnitud que potencia y multiplica el tamaño de lo que se enfrente al ex presidente, incluido el periodismo. El futuro todavía no llega. Como dice Sbatella en su publicidad: la oposición nos quiere llevar al pasado y el oficialismo, dejar en el presente.
Así como Clinton le ganó las elecciones al padre de Bush con el recordado lema “es la economía, estúpido”, De Narváez podría decirle a Kirchner: “Sos vos, estúpido”, tu problema. Eso no implica, y está muy lejos de ello, que la oposición sea alguna solución.