Los datos de actividad que se van conociendo confirman la “sensación de recesión” que se ha instalado en la economía argentina. Insisto en que dicha caída en el nivel de actividad es la secuencia lógica de la política económica, más allá del actual shock externo generado por el default y el cambio en el precio de la soja.
Esta secuencia obliga a ajustar la demanda a las nuevas condiciones de la oferta, reducida, fundamentalmente, porque el combo de precios, subsidios, impuestos y gasto, elegidos por el Gobierno para maximizar el consumo y los votos, en estos años, desalentó la producción, la inversión y la exportación.
Estamos, por lo tanto, frente a una “política de ajuste”, y asistiremos, en las próximas semanas, meses, a la “puja distributiva” en los intentos de cada sector por minimizar la parte que le toca.
Repaso. La política económica tuvo como resultado un desequilibrio, entre oferta y demanda, que se cubrió con importaciones crecientes y con subsidios en pesos financiados con el Banco Central. Cuando la presión impositiva formal llegó a su techo, el impuesto inflacionario, no menor al 2% mensual, “completó” la recaudación.
Ese aumento de importaciones llevó a una pérdida insostenible de las reservas del Banco Central, porque el Gobierno quiso prolongar esta política, sin cambiar el combo, incluyendo una política cambiaria, que generó expectativas crecientes de devaluación. Finalmente, para combatir esas expectativas y racionar la demanda de dólares, se recurrió a un control de cambios cada vez más intenso y, en enero de este año, a un salto devaluatorio que duró, como mecanismo para reducir expectativas de devaluación futura, sólo unos meses, dado que el propio salto devaluatorio se trasladó a los precios internos, anulando gran parte de su efecto.
Esto obligó a un control de cambios más intenso aún, policial, y a búsquedas desesperadas de reservas “nuevas”, tanto demorando pagos de importaciones como adelantando pagos de exportaciones, como con privatizaciones varias, y préstamos de otros bancos centrales.
Pero ese racionamiento de la demanda de dólares implica importar menos, es decir, reducir la producción de bienes. Y dada esa menor oferta, se necesitaba reducir la demanda. Lo que en castellano básico se denomina “una política de ajuste”, es decir, ajustar la demanda a la menor oferta. ¿Cómo se ajusta la demanda? Bajando el poder de compra de todos o de una parte de todos. Ese ajuste se produjo haciendo que salarios y jubilaciones evolucionen por debajo de la devaluación del año y de la inflación del año. En otras palabras, los salarios cayeron en términos de inflación y en términos de dólares.
Privados. Sin embargo, el gasto público no ajustó. Esto llevó a una profundización del peso del ajuste sobre el gasto privado. Profundización agravada no sólo por la presión fiscal récord, si no por el nuevo sesgo de la política monetaria y financiera del Gobierno.
En efecto, para evitar que esa emisión, en medio del problema de dólares ya mencionado, presionara sobre la demanda, empezó a colocar deuda interna, para absorber los pesos que emitía por el otro lado. Esa colocación de deuda le resta pesos a la economía privada. A su vez, para reducir aun más la presión sobre la demanda de dólares, frente a las expectativas crecientes de devaluación, el Tesoro empezó a colocar deuda ajustable por la variación del dólar oficial, que también es menos crédito disponible para el sector privado. Para dar un número, mientras la deuda del Banco Central (Lebacs) creció 110% en el último año, el crédito al sector privado sólo aumentó 21%, es decir, más o menos la mitad que la inflación del año.
En síntesis, estamos ante una política de ajuste de la demanda a la oferta actual de dólares, que consiste en una caída de los ingresos reales de asalariados y jubilaciones, y una “expulsión” del sector privado del crédito. Y ante un intento de cada sector porque la cuenta populista la pague otro.
Lo malo de este tipo de ajuste es que, al mantener el atraso cambiario y el desastre de precios relativos armado estos años, ni siquiera sirve para “aliviar el futuro”, dado que, aun cuando el Gobierno consiguiera dólares para un 2015 mejor, lo único que logrará, más allá de sus metas políticas, es postergar el verdadero ajuste. El que permitirá, con otros precios e instituciones, retomar inversión y crecimiento.