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Vida y vida

Es capaz de despreciar a sus expartenaires sexuales hablando de sus dientes o de sus vidas sórdidas.

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PERFIL | CEDOC

Hace un tiempo dije aquí algo no muy simpático sobre la serie de pequeños libros, en general autobiográficos, de la colección Vinilo. La nota hizo enojar a Joanna D’alessio, la dueña de la editorial, pero después tomamos un café, descubrimos historias en común y nos llevamos bien. Pero cada vez que recibo las novedades del sello, reactualizo la discusión conmigo mismo sobre el género y no llego a conclusiones relevantes: me cuesta pasar de un anodino “depende del libro”. Esta vez me llegaron tres libritos de Vinilo y hasta ahora leí dos: La pizarra mágica, de Virginia Cosin, y Match, de Pablo Ottonello. Uno me pareció estimulante y valioso. El otro, todo lo contrario. Debería desempatar con Todos los hombres que fui, de María Pérez, pero no me dio el tiempo de estadía en el café. Me crucé con varios libros de Ottonello pero esta crónica de su experiencia como consumidor de aplicaciones de citas me pareció claramente el peor. Ottonello vuelve de Chicago a Buenos Aires con un doctorado en Letras y un divorcio a cuestas. Este último lo hace sufrir, sentir culpa y tratarlo semanalmente con su psicoanalista, al que también le informa sobre cada detalle de su vida sexual. Así como al doctor Hoffmann le paga por escucharlo, debería pagarles también a los lectores para que se enteren de que Ottonello prefiere tomar tadalafilo (Momentum) y no sildenafil (Viagra) para asegurarse la erección antes de cada encuentro sexual presunto y de que considera “requisitos indispensables” depilarse las cejas, afeitarse los testículos y concurrir provisto de gel íntimo con sabor a mango cada vez que acude a uno. Pero eso no es lo peor de este autoproclamado “concheto de Palermo” obsesivo y verborrágico al que las mujeres bellas y exitosas intimidan. Es capaz de despreciar a sus expartenaires sexuales hablando de sus dientes o de sus vidas sórdidas y hasta de decir que “Dora tenía cara de rata hambrienta. O peor, de rata hambrienta que se acaba de comer a una rata hambrienta”, lo que le debe parecer muy gracioso. Finalmente, creo que el lector merece una indemnización en dólares después de leer una cursilería como: “Por qué no vivir el sexo como si fuera jazz, haciendo solos de lengua y dedo sobre la armonía de los cuerpos”.

Me curé de la pesadilla de Ottonello y sus amores leyendo el otro libro. Cosin es inteligente, pudorosa, capaz de sufrir, y se pregunta por los amplios límites de un género que no merece ser reducido a la confesión o la fanfarronada. Después de decir con Virginia Woolf que las cosas que no se recuerdan pueden ser más importantes que las que se recuerdan y de entender que escribir sobre la propia vida, “ensamblar fragmentos erosionados de la memoria requiere destreza para no quebrar la fina capa congelada sobre la que se camina, para deslizarse sabiendo que existe el riesgo de hundirse en la autocompasión, en al autoritarismo del autor”, La pizarra mágica enhebra con gracia reflexiones, anécdotas y escritores significativos para Cosin, pero la quiero además porque tengo de ella un gran recuerdo autobiográfico: una noche, después de tomarse quién sabe qué, me mandó un mensaje ofreciendo contratarme para que hablara mal en las redes de un ex suyo, individuo bastante crápula. Me pareció un encargo más noble que el de leer a Ottonello.