Podría ser el combate del año, el cupo femenino obligado para el reñidero del Madison o Las Vegas. Patricia Bullrich versus María Eugenia Vidal frente a frente en la arena capitalina de Juntos por el Cambio, denominación a punto de sucumbir por el acuerdo de sus integrantes hace 24 horas en un plenario del PRO: quieren mantener el “Juntos” y prescindir del “Cambio”, quizás convencidos de que esa palabra ya no representa al partido. Para enfrentar al cristinismo habrán de requerir un término más contundente, no esa muletilla repetida que aparece en el eslogan de todas las candidaturas políticas del mundo y por la cual los consultores cobran honorarios. Solo en ese detalle de modificar la lengua coinciden Vidal y Bullrich. Una, pupila de Horacio Rodríguez Larreta; la otra, de Mauricio Macri. Ambas pretenden competir por encabezar la lista de diputados por la Capital Federal con un seguro de garantía: las dos saben que la ganadora es número puesto en 2023 para la Alcaldía porteña, un distrito que parece escriturado por esa fracción partidaria.
Más de uno sabe que Macri y Rodríguez Larreta disputan un mismo liderazgo, una sorda rencilla que en el expresidente se manifiesta en un deseo: “No quiero que me pase lo de Boca, donde mi sucesor (Daniel Angelici) terminó designando a uno que no me gustaba (Guibaudo) y que perdió el comicio”. De ahí sus prevenciones con Vidal. Dicen que le comunicó su temor a quien le dio el distrito, el jefe de Gobierno, añadiendo: “Sé que María Eugenia tiene la mayor opinión positiva en la Capital, pero atento: mirá que si gana Patricia la interna, después también se puede complicar tu postulación a presidente dentro de dos años”. Una observación generosa, en apariencia. En rigor, responde a su propio interés y a la pretensión del llamado “círculo rojo” — un sector de presunto poder filoempresario— que está inquieto por las derivaciones de la riña porteña y la falta de un contendiente de peso en la provincia de Buenos Aires para pelear contra el oficialismo. Por lo tanto, entienden que Vidal debe volver a la provincia para conquistar un territorio que alguna vez fue suyo. No creen en Elisa Carrió, por más que ésta se pronuncie victoriosa porque “ganamos con Toty Flores en La Matanza”; menos aún, en un Diego Santilli con escaso conocimiento en la profundidad del conurbano. Curioso este propósito: lo trata de imponer la misma usina que acuño el Plan V en tiempos de Macri, reclamándole que no se presentara a la reelección y le dejara ese lugar a María Eugenia como candidata. No accedió a ese servicio entonces, ahora se niega al sacrificio ya que no es común sacarse la lotería dos veces.
Cambian los tiempos en el PRO, obvio, y la Vidal —quien en provincia perdió casi por 20 puntos y no con Churchill precisamente, al decir de Daniel Scioli— meditó en un silencio de casi dos años su decisión: “Voy a la Capital, donde ya vivo, no compito en la provincia porque no sé de ninguna otra figura opositora (léase Pichetto o Randazzo) que en la provincia sume l0 puntos o más y le pueda rebanar esa cifra al peronismo”. Argumentos suficientes: lealtad a Horacio, críticas a Mauricio. Ni siquiera se preocupó por saber quién representará a Cristina en ese distrito monumental, donde dos mujeres (Volnovich versus Raverta) ni siquiera pueden pelear entre ellas debido a no registrar categoría en la balanza. Además, más aspirantes de La Cámpora no son bienvenidos: hasta Cristina ya piensa que es un abuso la ocupación. Va en busca de otro/a. Un aprendiz de Berni o un Scioli, con Insaurralde ya se equivocó una vez y eso que lo llevó a que lo bendiga el Papa.
Por la falta de definiciones y un líder, crece el desorden interno en Juntos por el Cambio
A la coalición de Juntos le falta en Provincia lo que le sobra en Capital. De ahí que en el distrito bonaerense habrá acuerdos. Con Jorge Macri, por ejemplo. Ya que sería una ostentación de lujo ir a una interna: son unos 35 distritos, diputados, legisladores provinciales, concejales, consejeros, una multitud a cubrir con dos listas. Imposible. Justo cuando nadie sabe, en tiempos de pandemia, cómo se convocará a los fiscales de mesa. Ahora el PRO insiste con cerrar heridas, no dispersarse, mismo albur ordenado por Cristina en su frente. En eso coinciden.
Pero la gran incógnita persiste en la querella eventual entre María Eugenia y Patricia, una probable batalla histórica. Si compiten en la interna, pueden romper una creencia cierta sobre la riña de gallos. Como se sabe, este entretenimiento popular en vías de extinción, que en tiempos de la colonia atraía multitudes en la bajada al río en la Plaza San Martín, estaba reservado a la pelea entre machos, no participaban las hembras. Se discriminaba aunque ambos sexos de estas aves disponen de la misma naturaleza belicosa, de irrefrenable tendencia a la porfía física por solo verse, originaria de unos ejemplares de la India conocidos como banquivas, más proclives a volar de un árbol a otro que a encerrarse en un corral. De esa estirpe, los gallos monopolizaron un culto guerrero y artístico, una actividad al revés de las hembras que pelean con furia y poca gracia, aburridas, sin brindar espectáculo. Quizás en Capital, Patricia y María Eugenia sean diferentes.