Para buena parte de la opinión pública mundial no hay grises en torno a lo acontecido en la Franja de Gaza la semana pasada. Según la narrativa convencional, una masacre de proporciones épicas ha ocurrido: “un baño de sangre” para Human Rights Watch, “una matanza” para el diario español El País, “un genocidio” para el premier turco Recep Tayyip Erdogan. La imagen de un ejército profesional bien equipado de un lado de la frontera, y civiles indefensos o pobremente armados, del otro, contribuyó a potenciar la dimensión binaria de la tragedia. El contraste visual entre las muertes en Gaza, incluyendo la de lisiados y niños, con la ceremonia de apertura -prolija y diplomática- de la embajada de los Estados Unidos en Jerusalén, reforzó en el imaginario colectivo la premisa psicológica de una gran asimetría moral.
Hace mucho tiempo ya que el Movimiento de Resistencia Islámico, acrónimo de Hamas, entendió que nunca podría derrotar militarmente a Israel, pero que perfectamente podría triunfar en la batalla por las mentes y los corazones de la opinión pública internacional. Sus cohetes y sus túneles son una parte importante de su arsenal, pero mucho más crítico lo son las mujeres y los niños gazatíes. Escandalosamente, para los líderes de este grupo terrorista, los “mártires” palestinos son su más potente arma anti-israelí.
Por eso durante las previas guerras con Israel, sus combatientes instalaron sus cuarteles militares en el subsuelo del principal hospital de Gaza, ubicaron sus lanzaderas de cohetes en los techos de escuelas y cavaron túneles de terror bajo las oficinas humanitarias de las Naciones Unidas. Lo hicieron a sabiendas de que el ejército israelí no podía dejar sin respuesta sucesivas salvas de cohetes contra sus ciudades y que al responder, inevitablemente, provocaría bajas civiles palestinas. Y por esa misma razón, enviaron la semana pasada hacia la frontera con Israel a niños desde siete años de edad, minusválidos, mujeres y hasta una beba de ocho meses, que perdió su vida. (¿Alguien se preguntó qué hacia una beba palestina en medio de una manifestación violenta?).
Según informó el experto Jonathan Schanzer en The New York Post, las autoridades de Hamas repartieron dinero a varios de los manifestantes para que fueran a la marcha. Cerraron escuelas para que los niños participaran. Liberaron a prisioneros comunes con la exigencia de que se dirigieran a trece puntos diferentes de la frontera e intentaran cruzarla. Mahmoud al-Zahar, uno de los fundadores de Hamas, aseguró en Al-Jazeera que tildar de pacíficas a estas manifestaciones “es un claro engaño terminológico”.
Hamas sabe demasiado bien que las agencias de noticias buscan una historia simplista acerca de víctimas y villanos, y se las ofreció en bandeja. En el plano táctico, sus líderes parecen menos interesados en matar israelíes que en ocasionar la muerte a los propios palestinos. Saben que cada víctima palestina tendrá un precio diplomático para el estado de Israel.
Se ha estimado que el último lunes 14 cuarenta mil personas se agolparon en la frontera. Quemaron neumáticos, lanzaron barriletes incendiados que desataron el fuego en campos de Israel, dispararon contra los soldados israelíes y en algunos casos violaron la valla fronteriza. Un video captó a un palestino enmascarado que ingresó a Israel blandiendo un cuchillo de carnicero mientras gritaba “¡Oh judíos, venimos a masacrarlos!”. El líder de Hamas Yahya Sinwar declaró ante una multitud: “Tiraremos abajo la frontera y arrancaremos los corazones de sus cuerpos”. Hamas emitió un comunicado el 14 de mayo (día del establecimiento de Israel, ceremonia de apertura de la embajada norteamericana en Jerusalén y la jornada más sangrienta en la frontera) que concluía así: “Esto es la Jihad -la victoria o causar la muerte en el sendero de Alá”. También declaraba que “la sangre pura y refinada enriquecerá la tierra de palestina” y que el pueblo palestino “con su sangre y sus tripas será quien dibujará el mapa del retorno y el mapa de las victorias”. Y admitía cándidamente que “las organizaciones de combate están administrando y supervisando las marchas pacíficas de nuestro pueblo” y su “bendita intifada”.
Israel no podía permitir que miles de palestinos enardecidos cruzaran su frontera. Especialmente a la luz del hecho de que los israelíes se retiraron unilateralmente de Gaza trece años atrás, en buena parte, en respuesta a un clamor internacional. Sus soldados advirtieron por altavoces acerca del peligro de acercarse a la frontera. Emplearon medidas no letales de disuasión y sólo como último recurso dispararon con fuerza letal. Aquél fatídico día, 62 palestinos cayeron bajo el fuego israelí. Eso bien lo sabe la opinión pública. Lo que posiblemente no sepa es que de ellos, 50 eran militantes de Hamas y 3 eran miembros de la Jihad Islámica Palestina. Así lo admitió en la televisión local Baladna TV un miembro del buró político de Hamas, Salah Al-Bardawill.
Hay un trasfondo geopolítico a este juego macabro de Hamas que no debe ser desatendido. De haber logrado derribar la frontera de Gaza con Israel, similares intentos se hubieran replicado en Cisjordania y en otras fronteras del país, con Líbano y Siria. Hamas recibe apoyo económico y militar de Irán, cuyos esfuerzos por establecer bases militares en Siria han sido neutralizados por la fuerza aérea israelí, y cuyo archivo nuclear hasta el 2015 fue recientemente sacado de Teherán por los israelíes en una de las operaciones de inteligencia más logradas en la historia del espionaje global. El calentamiento de la frontera en Gaza sirve a los intereses de los ayatolás. Además, la convulsión es para Hamas un modo de reafirmar su liderazgo en el nacionalismo palestino, tradicionalmente liderado por Fatah, el bloque histórico de Yasser Arafat y de su sucesor Mahmoud Abbas. También le permite canalizar hacia el estado judío el descontento popular con su gestión gubernamental de la franja.
Incendiar la frontera en Gaza no le dará ningún rédito estratégico a Hamas. En el plano simbólico, sin embargo, ha hecho sangrar políticamente a Israel. Con la sangre de los propios palestinos, vale decir.
*Escritor y analista político internacional. Magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Hebrea de Jerusalem.