Shutdown, la muestra de Diego Bianchi, propone una situación que transcurre en un futuro tan cercano que podría ser un posible presente. Ese que participa de las condiciones de existencia que compartimos con el hoy. Una ciencia ficción de corto alcance que, como algunas de las mejores especulaciones de la literatura, 1984, de George Orwell, por ejemplo, será alcanzada rápidamente por las líneas que se trazan hacia delante. El futuro se les hace presente y las convierte en parte de su historia. “Como género, la ciencia ficción es un relato del futuro puesto en pasado (a diferencia de la utopía, que habla del futuro pero en presente, y de la futurología o el discurso profético, que ponen el futuro en futuro). Todo lo que la CF tematiza debe ser pensado en relación con alguna forma de futuro”. Quien lo enseña es Daniel Link en Escalera al cielo. Utopía y ciencia ficción.
Pensar esta exhibición menos como una muestra de arte o una instalación que como un relato, con historia y personajes, con hipótesis e intriga, es un arriesgado desafío crítico pero, por eso mismo, es difícil de resistir. En ese sentido, Bianchi está dentro de la trama como un álter ego del autor. La escena que se monta en la galería Barro lo tiene pululando entre máquinas descompuestas que largan alaridos como exhaustas. Se podría postular que se produjo un shutdown: el día que la tecnología, tal y como la conocemos, se apagó de golpe. Ese colapso tecnológico deja al mundo a la intemperie, con objetos que no sirven para nada o, al menos, no para lo que sabíamos de ellos. Televisores, teléfonos celulares, computadoras, cables, chips, cerebros artificiales de nuestra cotidianidad se están extinguiendo frente a nuestros ojos dañados. Porque además de sonidos, los artefactos exhalan unas luces verdes y azules, como vómitos cibernéticos.
¿Qué hacer con toda la basura electrónica? La primera respuesta es convertirla en arte. Pero sin demasiada esperanza ni trascendencia. Lejos de esas especulaciones más clásicas sobre las posibilidades reivindicativas (y curativas) del arte, Bianchi refuerza su presencia como la de un demiurgo de un futuro horrible que ya está entre nosotros. Tampoco es una declaración de principios, una crítica ecologista. Es una sinfonía verdaderamente sorprendente por lo nueva. Por la atonalidad de esas notas que suenan de las alarmas, por los colores alejados de la naturaleza, por el ambiente claustrofóbico. También, por la tristeza. O mejor dicho, la melancolía. La bilis negra, en su etimología, uno de los cuatro humores cardinales y su relación con la enfermedad pero, además, con los hombres de genio.
El panorama es desolador, no tanto por la ausencia, sino por la exuberancia de objetos salidos de la mente de Bianchi. Porque a lo que asistimos, cuando entramos a la sala en penumbras, es a la mitad de la historia. Un muro traza una diagonal que se pierde en el fin del espacio. No sabemos qué hay del otro lado. Para acceder hay que tirarse al piso y pasar por debajo, como quien cruza un alambrado. O pagar $ 50 y se abrirá una portezuela minúscula. En cualquiera de los casos, el cuerpo físico y el cuerpo simbólico, el dinero, están en juego. Ridiculizados, puestos a prueba, interpelados por el artífice de la obra. Un guión para ser actuado o la novela que cumple con la fantasía de que los personajes se independicen y la destrocen. Nada bueno hay que esperar del otro lado. No hay razón alguna, si sabemos leer bien de qué va la intriga.
Shutdown
Barro Arte Contemporáneo. Caboto 531, La Boca. De martes a viernes de 12 a 19 y sábados de 15 a 19.