CULTURA
cultura

El ojo clínico

El escritor alemán Hans Magnus Enzensberger (1929), como antaño hiciera Michel de Montaigne, reflexiona en Panóptico (Malpaso) sobre los grandes temas de la actualidad. Y el resultado es extraordinario: veinte ensayos breves que son veinte pequeñas obras maestras.

1015_hans_enzensberger_get_g.jpg
El escritor alemán Hans Magnus Enzensberger (1929), como antaño hiciera Michel de Montaigne, reflexiona en Panóptico (Malpaso) sobre los grandes temas de la actualidad. | GET

Habitantes ya sin duda del mendaz siglo XXI, el único consenso posible por estos días es que vivimos tiempos nefastos; y no sólo porque en todo el orbe triunfa el gobierno de los peores –kakistocracia fue el término acuñado por el profesor Michelangelo Bovero– sino porque ante la ausencia de referentes y horizontes promisorios lo que prima es un absoluto desconcierto: provincianos de nuestra propia temporalidad, poco y nada se repara en que también trocamos de milenio: numeralia que anega las huellas de nuestros miedos, como señalara en una obra extraordinaria Georges Duby. De allí que en el presente resulte tan díficil imaginar el futuro, salvo en el caso de la distopía continuada por Denis Villeneuve con Blade Runner 2049, y por ello vivamos en un reciclaje permanente del pasado, este loop eterno que se sueña a sí mismo como una realidad fuera del tiempo. “Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”, reza un adagio chino que expresa como eufemismo la realidad de una maldición: sin brújula ante el temporal, se navega a la deriva en un mundo que zozobra.

Desde esa asunción, no queda claro cuáles son las coordenadas que pueden extraerse del ejercicio del pensamiento articulado con palabras, sobre todo en tiempos donde la práctica de la llamada “literatura de ideas” ha dejado de ser un espejo para comprender la realidad. Sólo como desprecio, amén de mezquindad y una profunda incapacidad de lectura puede inferirse del antiguo faro de orientación entre estética y moral que solía indicar el Premio Nobel de Literatura, que el año pasado decidió darle una medalla al Monte Everest y éste decidió premiar a un literato efectivo para vincular y producir contenidos comerciales pero quien, en estricto rigor, es uno más del pelotón. Global y con oficio desde luego, pero el valor y el capote se dan por descontado en el torero.

Hago esta salvedad debido a que, por mucho que pudiera fundamentarse lo importante del ejercicio de la crítica y el ensayo para construir una visión de mundo compleja por naturaleza, uno no puede vivir rumeando porque el mundo no reconoce la valía de George Steiner o porque visiones de lo mejor que supo ser Europa se reconfiguran en el orden de nuevos provincianismos, animados por la incapacidad de pensar el presente, releer el pasado y articular el futuro: el patriotismo sigue siendo lo que dijo el doctor Johnson. Por ello, como un antídoto peregrino ante el exceso de miserias cotidianas resulta necesario reparar en la más reciente colección de ensayos publicada en español de Hans Magnus Enzensberger, Panóptico (Malpaso), uno de los escritores todoterreno más prolíficos en activo y uno de los últimos intelectuales oriundos de una época en que la palabra no era utilizada como vejación ni como insulto.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Colección de veinte textos cortos sobre los más diversos temas –fotografía, Alexander von Humboldt, microeconomía, la jubilación, George Orwell, la lucha por la vida, la necesidad del sexo o el milagro cotidiano que implica no vivir, para algunos, en un terror cotidiano– la suya es una vocación sin moraleja, es decir, un ensayo sobre el ensayo que es la vida o lo que es lo mismo: la condición de nuestra especie de descubrir experimentando, cualidad que le imprime su naturaleza proteica y fascinante al género literario cuyo nacimiento se le atribuye por pereza y comodidad a Michel de Montaigne.

Polígrafo y polímata, Enzensberger ha destacado no sólo como novelista y dramaturgo, sino también como periodista, profesor y hasta poeta; aunque sin lugar a dudas su alcance más sostenido –o cuando menos el más dedicado– ha sido el ensayo, nutrido siempre por un amplio conocimiento de la sociología, la filosofía y la política. Entre otros, convendría tener presentes La gran migración. Treinta y tres acotaciones, ¡Europa, Europa!, El perdedor radical, Las aporías de la vanguardia o El corto verano de la anarquía.

En un mundo dividido y segmentando cultor cada vez más de una docta y sofísticadísima ignorancia (particularmente fecunda y aldeana entre el gremio de los literatos), ¿cuál es el valor de la mirada del no especialista? ¿por qué recurrir a la figura bastardeada en el presente bajo el mote de todólogo? Primero porque el ensayo encarna la irresponsable sabiduría de la literatura, que más que demostrar se conforma con sugerir, insinuar y seducir: el ensayista, si lo es de veras, tiene más de poeta que de filósofo; discretas iluminaciones en el orden del relámpago.

Segundo, porque en casos de auténticos ensayistas y no sofistas profesionales (entre otras alimañas de la prosa), la sedimentación de saberes complejos nutre el cosmopolitismo y la transversalidad del lector, lo que redunda en una visión de conjunto más potente y poliédrica.

Y tercero: porque el ensayista experimentado articula el lenguaje de la pasión, que bajo ninguna circunstancia se reduce a un aventarse de bruces en pos de una totalidad pantagruélica y mortal, sino a un ejercicio sostenido de sensibilidad y de crítica que se resuelve en el encantamiento del mundo a través de la comunión de los opuestos, por ello el ensayo es una celebración de las contradicciones de la vida, de lo aporético y lo paradójico. Apolíneo y dionisíaco, el ensayo se nutre de la experiencia y de los libros, de la alegría y el desencanto: del furor y el desconsuelo que son la savia de la vida.

Debido a su profunda maleabilidad, es probable que no exista un género literario con una definición más elusiva que el ensayo literario, característica en la que funda la mayor de sus riquezas. Y puesto que habitamos tiempos confusos, conviene posar la mirada en el género que contribuye como ninguno a la confusión general.

Desde el título del libro Enzenzberger apuntala ya a cierta distorsión del status quo. Y es que luego de la lectura de Vigilar y castigar no hay nadie a quien el nombre no lo remita al terremoto para nuestra concepción del mundo generado por Foucault: “Al teclear la palabra en la casilla de búsqueda, ya lo inducen a uno a error remitiéndolo a un inglés llamado Jeremy Bentham, un jurista terrible que, en sus ratos de ocio, ingenió una prisión ideal para que un único centinela, sentado a oscuras, pudiera vigilar a un máximo de reclusos”. Pero el alemán no se arredra y sin pretensiones doctorales arriesga una fisura: “Prefiero recordar al público otra acepción del término. Karl Valentin le puso al gabinete de curiosidades y horrores que inauguró em 1935 el nombre de Panoptikum. Allí podían admirarse, junto a peculiares herramientas de tortura, una gran variedad de inventos, anomalías y artefactos sensacionales”. Wünderkammern: el método del ensayista, su cocina y su reinado es el de las cámaras de maravillas.

Los intereses de Enzensberger demuestran, una vez más, que no hay temas ni géneros chicos. Y que desde las humildes páginas de un libro puede tomarse la temperatura del mundo: “La Gestapo, el KGB y la Stasi ni soñaron, en el siglo XX, con los medios técnicos que éstos tienen a su alcance: cámaras de vigilancia omnipresentes, control automatizado del teléfono y el correo electrónico, imágenes de satélite de alta resolución, detallados perfiles de movimiento, reconocimiento facial biométrico, todos los programas dirigidos por maravillosos algoritmos y asegurados en bancos de datos con memoria ilimitada”.

Especialista en generalidades y perpetuo amateur, el ensayista es alguien que no agota, sino alimenta de continuo la fascinación por la curiosidad, sugiriendo miradas nuevas sobre temas manidos: “La vida cultural sigue actuando de poderoso imán. Y eso que tiene poco que ofrecer más que condiciones laborales explotadoras. Las prácticas y los voluntariados mal pagados o sin remuneración alguna son más bien la regla que la excepción en una industria cultural que puede recurrir a placer a un pequeño ejeército de reserva. ¿O se tratará de la muy difundida ambición de realizarse a sí mismo?”.

Todos los textos del libro nacen con esa intención de vagabundeo, –considerado hasta hace poco un delito en diversos contextos asociados con el recreo–, derivas cortas sobre temas diversos que toman en cuenta la subjetividad de quien enuncia su opinión. Y en ese carácter asistemático y personalista radica una de sus principales virtudes, puesto que para decirlo con José Ortega y Gasset, uno de los ensayistas más fecundos en lengua española aunque Borges lo detestara, “el ensayo es la ciencia, menos la pruebla explícita”.

Hambre de saber que no encuentra lugar en los apetitos del vasto público, el ensayo para serlo implica un rigor en su contenido, puesto que de eso se trata también la sabiduría de la experiencia: un archivo que se cultiva y alimenta con la finalidad de compartirlo. Por eso el ensayo, mal que nos pese, presupone una salud en el orden de la moral. Y no extraña en lo absoluto que las páginas finales de Panóptico consignen la bibliografía mencionada por Enzensberger como por descuido, evitando la penosa necesidad de mosquear los textos con las notas al pie de página. El ensayo verdadero es una atenta invitación a continuar la conversación por otros medios.

Termino esta breve defensa de los beneficios de la prosa sin ambiciones con una defensa del matiz de mano de Chesterton, a quien Borges sí quería: “A veces siento la tentación de creer que el Mal ha vuelto a entrar en el mundo en la forma de ensayos. El ensayo es como la serpiente, suave, graciosa y de movimiento fácil, y también ondulante y errabundo. Además, supongo que la palabra misma ensayo significaba originalmente ‘probar, tentar’. La serpiente es tentativa en todos los sentidos de la palabra. El tentador está siempre tentando su camino y averiguando cuánto pueden resistir los demás. Este engañoso aire de irresponsabilidad que tiene el ensayo es muy desarmante, aunque parezca desarmado. Pero la serpiente puede golpear sin garras como puede correr sin patas. Es el símbolo de todas las artes elusivas, evasivas, impresionistas y que se ocultan cambiando de matices”.

Una sabiduría que perdura: la que nace del diálogo permanente entre la boca y el oído.


Seis mil millones de expertos

“Casi todo lo que nosotros no sabemos hacer, otros seres de este planeta lo resuelven, según parece, sin el menor esfuerzo. A algunos líquenes no les cuesta alcanzar los mil años de edad. Las bacterias solucionan el problema de la reproducción, tan arduo para mucha gente, de la manera más sencilla que quepa imaginar: se dividen y ya. Los pájaros navegan midiendo la posición del sol, la polarización de la luz y el campo magnético de la Tierra. Las mariposas disponen de un olfato envidiable. Nadie sabe cuántas especies existen; las estimaciones más recientes oscilan entre siete y once millones. La mayoría aún no ha sido descubierta, descrita ni clasificada, pero cada una está especializada de una forma que quita el aliento: de otro modo, ni siquiera habría sobrevivido. Se calcula que en la Tierra andan sueltas entre sesenta mil y cien mil especies distintas de icneumónidos. Algunos son hiperparásitos obligados, es decir, viven de invadir las larvas o crisálidas de otros icneumónidos, en los que depositan sus huevos y de los que se alimenta su cría. Las medusas se bastan sin cerebro. Las cianobacterias producen oxígeno y azúcar a partir de la luz solar, el dióxido de carbono y el agua e intercambian su acervo genético en función de sus necesidades.

Eso sí, el portador de esas facultades altamente desarrolladas es siempre la especie y no el individuo. La especialización obedece a un programa genéticamente establecido que sólo se modifica a largo plazo por variación y mutación. El icneumónido singular no tiene que aprender nada. Esto vale para todas las plantas y animales. Ni el amante de los caballos ni el amigo de los perros se complacen al oírlo. Mi alazán y mi afgano, dirán, son individuos sumamente inteligentes, sin punto de comparación con sus congéneres infradotados, ¡y menos aún con no sé qué medusas! Esa protesta suena bien, pero sólo significa que esas mascotas fueron criadas, educadas y amaestradas durante milenios. No han tenido más remedio que adaptarse al hombre. Así, el Canis lupus familiaris ha aprendido toda suerte de destrezas para convertirse, entre otros, en perro guardián, perro rastreador, perro pastor, perro lazarillo, perro faldero, de trineo o de pelea.

Una modalidad de especialización completamente distinta se ha desarrollado entre los insectos eusociales. Podría hablarse en este caso de una forma sencilla de división del trabajo. Existe en cada grupo, al menos, una reina; las demás son trabajadoras; los machos o zánganos sólo se necesitan para la reproducción. Probablemente sea por esa organización funcional por lo que las hormigas son tan exitosas y ya nos superan en biomasa. Casi nadie duda de que nos sobrevivan.

Sin embargo, no deberíamos subestimar al Homo sapiens. Ciertamente no es, como el icneumónido gigante, un especialista bien adaptado, pero sí un experto nacido de la necesidad, es decir, como ya dice la palabra latina, descubre experimentando. Y no lo hace porque la evolución lo haya programado así como ser genérico, sino por su propia cuenta y riesgo. No puede evitar aprender, proceso éste que en él se desarrolla más rápido que la evolución, pues la evolución no conoce las prisas.”

Fragmento de Panóptico, de Hans Magnus Enzensberger (Malpaso).