CULTURA
Padre del existencialismo

Filosofía en 3 minutos: Kierkegaard

Kierkegaard no solo fue un pensador religioso, sino que así se sentía él mismo: un “caballero de la fe”.

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Søren Aabye Kierkegaard (Copenhague, 5 de mayo de 1813-ibídem, 11 de noviembre de 1855). | wikipedia

En la modernidad tardía, también denominada posmodernidad o tardomodernidad, suele olvidarse o considerarse como una lejana extravagancia, que una de las características sobresalientes de la Ilustración –quizá el movimiento filosófico con mayor predominio hasta bien entrado el siglo XX– ha sido el cuestionamiento de la religión, y muy especialmente del cristianismo. Los filósofos materialistas franceses del siglo XVIII (Diderot, Helvecio, Holbach, La Mettrie) o el mismo Voltaire (autor en 1734 de las antirreligiosas y sarcásticas Cartas filosóficas), poco y nada tolerantes de la fe cristiana y del clero, pueden citarse como los principales ejemplos. De la misma manera que en el siglo XIX la izquierda hegeliana (Feuerbach, Steiner, Marx) y, desde luego, Nietzsche, cuyo anticristianismo moral y político se condensa en la frase “Dios ha muerto”, continuaron con la batalla abierta por los primeros ilustrados. Con todo, en esta misma época, se da a conocer un pensador religioso, al contrario que los anteriores, explícitamente ateos, que ataca al cristianismo con igual fuerza: Søren Kierkegaard (1813-1855), el “padre del existencialismo”. 

Esta ascendencia sobre la filosofía existencialista de posguerra tiene su origen, en gran parte, en las interpretaciones y análisis de las obras kierkegaardianas que realiza Heidegger entre los años 1914 y 1927 y que influyen en Ser y tiempo, libro destinado a convertirse en referencia obligada del existencialismo. Tanto Sartre como Camus o Jaspers, sin embargo, hacen una lectura atea o agnóstica de Kierkegaard, lo que equivale a cercenar una buena parte de su pensamiento y no la menor. En esencia, se trata de un filósofo (aunque algunos lo discuten) cristiano, intensamente religioso, formado en el luteranismo y en la filosofía hegeliana, que en su momento publica varios libros sobre teología y religión, además de sermones y opúsculos de moral cristiana. Precisamente estos escritos conforman los que firma como autor y no con diversos seudónimos (Victor Eremita, Johannes de Silentio, Constantin Constantius, Young Man, Vigilius Haufniensis, Hilarius Bookbinder, Johannes Climacus, Anti-Climacus, entre otros), lo que ha llevado a ciertas confusiones y malentendidos. En pocas palabras, Kierkegaard no solo es un pensador religioso sino así se sentía él mismo, un “caballero de la fe”.

Se sabe, por otra parte, que la religiosidad de su padre, Michael Pedersen, fue decisiva. Este había nacido como siervo en las zonas pobres de Jutlandia, en el norte de Dinamarca, donde la familia trabajaba las tierras del párroco de la localidad (supuestamente a esto se debe el apellido Kierkegaard, que significa camposanto en danés), y un día, según la leyenda, maldijo a Dios y su situación cambió. Lo llamó un tío de Copenhague y le ofreció empleo en su negocio de prendas de lana. Allí se desempeñó como vendedor y pronto ahorró el dinero suficiente para casarse. Al morir el tío heredó el negocio y, en pocos años, se transformó en uno de los comerciantes más prósperos y reconocidos de Copenhague. Luego de la muerte de su primera esposa, se casó con la sirvienta (a la que había embarazado), con la cual tuvo siete hijos. Søren era el menor. Entre 1819 y 1834 murieron su madre y cinco hermanos. Estos episodios confirmaron la melancolía religiosa del padre, quien estaba convencido de haber ofendido a Dios por maldecirlo y cometer actos pecaminosos con su criada. De modo que inculcó a su hijo más pequeño, educado por él –regular asistente a los oficios de la colectividad protestante Hermanos Moravos– en materia religiosa y filosófica, una fuerte noción del pecado. 

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Esta experiencia infantil, un tanto sombría para un niño, es enfatizada por las biografías en la medida que explicaría la obsesión de Kierkegaard con el pecado y sus estudios de teología en la Universidad de Copenhague, a partir de los diecisiete años y a continuación de su hermano mayor, respondiendo al deseo de su padre. Otro tanto sucede con el período escolar, en el que aparece como un alumno extraño y retraído, enclenque y medio giboso (se cree que debía tener algún tipo de deformación de la columna), vistiendo ropas anticuadas o austeras, con lo que a su vez se develaría su carácter solitario e introspectivo ya de adulto, además del celibato (sobre todo la renuncia a contraer matrimonio con su primera y única prometida, Regina Olsen) y la conducta públicamente antisocial, seguida durante casi una década, dirigida contra la Iglesia del Pueblo Danés, la más grande congregación cristiana de Dinamarca. Lo que no explican las anécdotas biográficas, en cualquier caso, es el humor y la ironía del estilo literario y filosófico de Kierkegaard, su dilación en terminar la universidad (diez años), la vida mundana de dandy que llevó por un tiempo, su interés por la poesía y Shakespeare, en fin, su personal concepción del cristianismo.    

Durante más de seis años Kierkegaard se negó a presentarse a los exámenes de la universidad, ya que su padre deseaba que se graduara en teología y luego se hiciera pastor luterano. El 18 de mayo de 1838, Kierkegaard tuvo una experiencia espiritual a la que se refiere en su diario, de la que concluyó, conmocionado, que debía terminar los estudios, casarse, convertirse en pastor y reconciliarse con su padre. Este murió unos meses después y Kierkegaard heredó una considerable fortuna (veinte mil coronas, se dice) que le permitió, hasta su prematura muerte, vivir sin preocupaciones económicas y dedicarse al pensamiento. De todos modos, en agosto de 1841 rompió el compromiso de matrimonio con Regina (hija de un alto funcionario de Estado y nueve años menor que él), asumido once meses antes, cuando comprendió que no podía llevar una vida normal. Se doctoró en Teología con la tesis Sobre el concepto de ironía, en constante referencia a Sócrates (una obra poco frecuentada por los existencialistas) y se fue a Berlín. Allí permaneció durante un año y asistió a las clases de filosofía de Schelling, quien convocaba a una audiencia que incluía al anarquista Bakunin, el historiador Burckhardt y el amigo de Marx, Engels. De regreso a Copenhague, comenzó su actividad de escritor, solo interrumpida por paseos y vagabundeos a través de la ciudad. 

En febrero de 1843 apareció 0 lo uno o lo otro, que contiene la primera exposición, bajo la modalidad de seudónimos, sobre los estadios estético (hedonista) y ético (deber moral y responsabilidad) de la existencia. En este volumen está Diario de un seductor, en general leído como un retrato de la relación “estética” con Regina. El mismo año se publicaron Temor y temblor, un terrible ensayo sobre el sacrificio que Dios ordena a Abraham de su hijo, La repetición –también atribuido a la ruptura del compromiso matrimonial– y varios textos religiosos (Discursos edificantes), que siguieron publicándose en años ulteriores. En 1844 se conoció Migajas filosóficas y un poco de filosofía, en donde diferencia la verdad cristiana de la verdad filosófica (en particular, de la hegeliana) y el célebre El concepto de la angustia, un estudio psicológico de la implicación del pecado y la angustia. Al año siguiente, publicó Apostilla conclusiva y acientífica a las Migajas filosóficas, el tratado filosófico que reflexiona especialmente acerca de la verdad subjetiva, de gran influencia en el existencialismo de posguerra. También en 1845 apareció Estadios en el camino de la vida, compuesto de tres escritos firmados con seudónimos, uno de ellos el diálogo In vino veritas, en el cual plantea definitivamente los estadios posibles en la existencia de un individuo: estético, ético y religioso. 

En 1847 publicó Mi punto de vista –obra con la que inició su enemistad crecente con el cristianismo de Dinamarca- y Las obras del amor, en el que argumenta por qué amar a los demás es lo que define la religión cristiana. En los libros religiosos posteriores, tales como Discursos cristianos (1848), los publicados en 1849 (Los lirios del campo y las aves del cielo, Tres discursos sobre la comunión en viernes y La enfermedad mortal) y Ejercitación para el cristianismo (1850), Kierkegaard acrecentó cada vez más la crítica al cristianismo de su tiempo y a la Iglesia del Pueblo Danés. Desde mayo de 1855, ya decidido a una confrontación directa, editó la revista 0jeblikket (“instante” o “momento”), financiada, escrita y firmada únicamente por él mismo durante los nueve números que duró, abocada por entero a acusar a la Iglesia danesa, por medio de toda clase de diatribas, de haber convertido el cristianismo en una religión vacía, de haber suprimido la responsabilidad del individuo ante Dios y de limitarse, entre otras prácticas aberrantes, a suministrar consuelos hipócritas. Como consecuencia de la violencia del enfrentamiento y del deterioro físico y anímico, Kierkegaard se desmayó en la calle y fue trasladado a un hospital, donde murió unas semanas después, el 11 de noviembre de 1855.   

Algunos comentaristas sostienen que la furia desatada contra la Iglesia del Pueblo Danés, en realidad, respondió a las burlas que recibía en sus paseos por Copenhague –un ciudad pequeña y provinciana por entonces– luego que la revista satírica El Corsario, que ridiculizaba a personajes conocidos por los daneses, lo caricaturizó a principios de 1846 como un personaje jorobado de piernas deformes y desiguales. El episodio, de cualquier manera, es paradójico. El mismo Kierkegaard, en su réplica sarcástica a una reseña adversa de Estadios en el camino de la vida, a cuyo autor vinculó con El Corsario, desafió a la revista, que nunca lo había tomado como objeto de ridículo, a que lo hiciera. La hipótesis respecto de la Iglesia danesa parece forzada, y aunque seguramente las risas que provocó en los ciudadanos de Copenhague lo afectaron, supone una banalización del pensamiento kierkegaardiano. No falta, por supuesto, quien especula con que originó el escándalo para llamar la atención de Regina o castigarse por su pecados. Estos devaneos guardan alguna semejanza con las palabras pronunciadas en el entierro de Kierkegaard (donde un sobrino protestó porque los ritos funerarios eran de los de la iglesia que había desaprobado) por su hermano, Peter Christian. Este teólogo, pastor y funcionario de Estado no tuvo mejor idea –por llamarla así– que sugerir la insania mental del muerto, lo que hacía dudosas sus obras con seudónimos e incluso las que había firmado con su propio nombre y apellido. 

Afortunadamente, los lectores y los filósofos no le han dado ningún crédito al panegírico luctuoso del obispo luterano. Søren Kierkegaard constituye un hito del pensamiento filosófico moderno, desde el momento en que con él la subjetividad humana adquiere la dimensión individual y única del existente, situado y concreto, finito y real, pensante y sintiente, que ya no pretende alcanzar una verdad universal dada para todos sino aspira a su propia existencia, instituida solo por él como sujeto libre y responsable de sus pasiones y de sus actos. En su obra seudónima, expresó desde distintos puntos de vista su teoría de los estadios de la existencia (estético, ético, religioso), como parte del método dialéctico reformado que había tomado de Hegel (junto la estética y la visión de los filósofos griegos en tanto antagónicos del espíritu cristiano). Ninguna perspectiva particular, a juicio de Kierkegaard, debía aceptarse como adecuada o válida de por sí y, según su procedimiento de la “comunicación indirecta” de las vivencias subjetivas (no había otra posibilidad de transmitirlas), el lector estaba obligado a hacer su propia experiencia indelegable con las parábolas y problemas expuestos, casi siempre en colisión entre sí. Esa es la verdad existencial kierkegaardiana: la que el sujeto sostiene ante sí (y ante Dios en el estadio religioso) y que compromete toda su existencia.

La originalidad del giro subjetivo e individualista de Kierkegaard consiste en colocar la interioridad particular, intransferible, irreductible a los conceptos, en el centro de la experiencia vital. En ese sentido, la fe en Dios, en cuanto absoluta trascendencia, solo descansa en la subjetividad individual, sin otra garantía ni fundamento. El individuo queda solo, presa de la angustia, ante el vértigo de la divinidad. La existencia humana es libre y por eso mismo incierta, contingente, siempre peculiar y arrojada al devenir en sus modos de existir –estético, ético, religioso–, que cada sujeto elige en ciertas condiciones, eligiéndose a sí mismo. Se individualiza y se define a partir de lo que quiere ser y hacer. Las elecciones subjetivas, por lo tanto, acaso efectuadas en un instante, ocasionan el cambio y la continuidad, los saltos y las interrupciones en el tiempo finito de una vida. Como dice Heidegger posteriormente (y Sartre), la esencia humana es la existencia. La comprensión del existir fáctico, antes actuado que pensado, en definitiva incomunicable, procede de la propia interioridad, no del exterior, que objetiva lo subjetivo no objetivable, por definición no reducible a objeto. El tránsito de un estadio existencial a otro, lejos de resultar necesario o inexorable, es voluntario y más bien abrupto, por saltos, aunque pueden contener aspectos de otro, y nunca pierden el carácter de incertidumbre, de contingencia radical. 

El estadio estético designa el modo de existir del individuo hedonista, mundano y terrenal, que se inclina, anclado en el presente y sin compromiso con el futuro, hacia diversas clases de placer (artístico, intelectual, sensual, material), restando importancia a la moral y la experiencia religiosa. Kierkegaard ilustra las fases estéticas mediante las figuras míticas y literarias de Don Juan (exuberancia sensual e inmediata), Fausto (pérdida de la sensualidad y escepticismo) y el Judío Errante (melancolía, desesperación y cinismo). Desde esta última vivencia es posible, pero no inevitable –se puede permanecer la vida entera en la vivencia estética– el salto al estadio ético, lo cual exige elegir libremente el arrepentimiento, el deber y el compromiso. De esta manera el sujeto hedonista se vuelve moral, y si bien puede retornar a los placeres carece de la ingenuidad anterior para gozar de ellos frívolamente. El existente ético, fundado en los preceptos morales, se elige a sí mismo no solo una vez sino persiste una y otra vez en esa elección,  reafirmado la universalidad y la obligación de la normativa moral. El inconveniente del estadio ético es la integración al orden del mundo, al aceptarse el código moral de la sociedad y así desprenderse de la propia individualidad o, dicho con otras palabras, de la angustia de ser libre. El salto a la fe (lo contrario del pecado), el estadio religioso, implica abandonar la moral gregaria y comprometer la existencia ante lo inefable, irracional y absurdo: un Dios eterno que se ha hecho hombre con el fin de redimir a la humanidad. 

Esta relación subjetiva con la divinidad cristiana del “caballero de la fe”, por completo interior e íntima, apasionada e incomunicable, singular y solitaria, es el trasfondo de la declaración de guerra kierkegaardiana al cristianismo y la Iglesia del Pueblo Danés. Kierkegaard sostiene que la mayoría de los cristianos tienen una vivencia estética del cristianismo (o, en mejor de los casos, ética), es decir, lo acepta superficialmente sin examinar ni profundizar su mensaje, y lo emplea con propósitos utilitaristas en las instancias decisivas de la vida, como la muerte o la enfermedad, el matrimonio o el nacimiento. Según esto, los cristianos practican y sienten su religión de manera mundana, sin pasión ni convicción subjetiva, de acuerdo con una relación de medio a fines determinada por la oposición placer-dolor (o pecado-virtud moral, no pecado-fe), por lo común porque es útil o necesaria para sobrellevar vida y ofrece consuelo en circunstancias adversas, pero no implica ningún compromiso ni responsabilidad interior alguna ni, en realidad, una profunda fe religiosa. 

 

 

*Doctor en filosofía, profesor de UBA. 

La era del kitsch (Alción Editora, Segundo Premio Nacional de Ensayo Artístico 2022) es su último libro

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