CULTURA
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Gianni Siccardi y el secreto de la poesía

Fallecido en 2002, el argentino Gianni Siccardi pertenece a esa rara especie de poeta que emula al “poeta perdido” tan bien retratado por Raúl Gustavo Aguirre: el que deja de escribir para poder hacer frente a las obligaciones de la vida doméstica. El sello Instituto Lucchelli Bonadeo acaba de publicar la totalidad de la poesía de Siccardi.

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Gianni Siccardi. Como todo buen poeta, no podía caer en el olvido. La editorial Instituto Lucchelli Bonadeo lo rescata en esta hermosa edición que reúne su obra completa. | daniel grad

Difundir un primer libro y alcanzar al mismo tiempo la consagración no suele ser muy frecuente en literatura. Ese fue en principio el caso de Gianni Siccardi (1933-2002), quien al publicar Conversaciones, en 1962, fue señalado por César Fernández Moreno no solo como “un poeta de primera línea” sino como el exponente de lo que el autor de Argentino hasta la muerte consideraba la mejor tradición poética nacional, la que iba desde los poetas gauchescos del siglo XIX hasta los invencionistas de los años 50. Sin embargo, cuando parecía abrirse una promisoria carrera, Siccardi dejó de interesarse en las publicaciones y en las lecturas públicas –entre otras revistas, fue uno de los fundadores de Sunda (1966) y participó en antologías grupales– y comenzó a alejarse de los ambientes literarios.

Siccardi dice en Conversaciones que encontró la manera de escribir buena poesía. Parece un chiste, porque no revela en qué consiste concretamente el método, solo que lo descubrió y que la poesía está más cerca cuando menos se la espera. Pero el remate –tal como lo cuenta a sus compañeros de Sunda– suena más bien extraño, porque Siccardi deduce que no volverá a escribir, como si de pronto se hubiera roto un encantamiento, o como si hubiera adivinado un secreto que le quita la gracia al asunto. En 1967, a pesar suyo, apareció el libro Travesía con “los pocos poemas que pudimos arrancarle”, según recordaba el poeta y músico Martín Micharvegas. Y durante más de veinte años no volvió a publicar.

“Prefirió el rol de autoinmolado lírico al de repetidor insaciable”, interpretó Micharvegas. Tampoco se reconocía como traductor, aunque como tal publicó antologías de Eugenio Montale (1987) y Salvatore Quasimodo (1988). A la luz de la Obra completa, surge sin embargo que Siccardi no dejó de escribir y que su aparente silencio –comparable al de Enrique Banchs– se explica sobre todo por un motivo profundo de su escritura, la figura de la mujer a la que amó y la intensidad de la experiencia amorosa que lo lleva a una retracción. Se consideraba autor de un solo libro, Ella, que publicó en dos versiones y donde además reeditó parcialmente sus libros anteriores (el criterio de selección apuntaba al tema del amor). Trabajó como redactor periodístico y publicitario, entre otros oficios, y fue cantante lírico y docente, hasta que en 1989 se sintió interpelado por un texto de Raúl Gustavo Aguirre, “El poeta perdido”, sobre un poeta que dejó de escribir ante las obligaciones de la vida doméstica. Fue un llamado en el que reconoció un conflicto propio: “Mi torpeza para ganarme la vida, mi vaivén permanente entre las necesidades interiores y las exteriores”.

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Libertad para escribir. Publicada por el Instituto Lucchelli Bonadeo, la Obra completa recupera el conjunto de los libros de Siccardi, con prólogos de Jorge Quiroga y Jorge Ariel Madrazo, poemas inéditos y dispersos, reflexiones sobre la escritura, una cronología y diversos materiales complementarios. En una carta a Aguirre, también rescatada en el libro, Siccardi confiesa su desapego hacia los propios escritos y la pérdida de poemas y apuntes de escritura. Incómodo con los poetas del 60, a los que se lo vinculaba por razones generacionales, prefería reivindicar a una figura solitaria como Juan L. Ortiz. “Amo la poesía pero quiero ser libre –declara en la carta–. No quiero pertenecer a ningún movimiento, generación, grupo, revista o editorial, que me exija el compromiso de escribir, de representar el rol de poeta”.

La entonación coloquial que interesó a Fernández Moreno es en realidad una voz replegada en la intimidad, que contempla el mundo con sensaciones encontradas. Siccardi se muestra atento a las pequeñas cosas que lo rodean, y especialmente sensible ante lo perecedero. La melancolía, sin embargo, no es tan doliente como para que le permita detectar los signos de la vida que continúa, como en el hermoso poema “Cigarras”, donde vuelve sobre un recuerdo de infancia y resuelve una angustia añeja. Las enumeraciones, las inversiones sorpresivas del punto de vista, los toques sutiles de humor, son procedimientos frecuentes de su poesía. Si muestra cierta idealización del poeta, como un eco del movimiento Poesía Buenos Aires, que influyó en su formación, Siccardi elabora finalmente una reflexión propia, en la que define a la poesía como aquello que descorre el velo de lo conocido y a la vez encuentra “oscuro lo que es claro para todos”; aunque es inútil para vivir –“De hecho, casi toda la gente vive sin poesía”, dice–, es una forma de indagación en la existencia.

En Palabras sueltas, el libro que dejó inédito, Siccardi alcanza un momento de culminación. Los poemas retoman el diálogo con la mujer amada y parecen resurgir las vacilaciones con la propia obra. Pero esta incertidumbre es ahora un hallazgo que carga de un nuevo efecto de revelación a sus palabras. “Quizá mis poemas verdaderos/ estén entre algunas palabras/ que a veces encuentro en alguna agenda/ o en un viejo cuaderno descartado”, dice. En esas “frases sin terminar”, en los borradores traspapelados y redescubiertos, cuyo sentido final se le escapa, Siccardi recupera el secreto de  la poesía.

 

¿Por qué leemos, por qué escribimos poesía?

Gianni Siccardi

La poesía es inútil para vivir. De hecho, casi toda la gente vive sin poesía. Y no la echa de menos. Porque la poesía no tiene que ver con lo útil, con el tener, con la personalidad, sino solo con el ser. Sin embargo, todos tenemos el derecho de habitar nuestro ser esencial.

¿Por qué leemos poesía? ¿Por qué escribimos poesía? ¿Para qué? ¿Para entrar en nosotros mismos? ¿Para conocernos? ¿Para reconocernos? ¿Por qué algunos se empeñan en leer o escribir poesía? ¿Por qué algunos, aunque sean pocos, se empeñan en realizar un trabajo inútil, gratuito? Tan gratuito que no puede ser considerado un trabajo. Leemos y escribimos poesía para entrar en nuestro ser. Para hablarle. Para que nos hable. Para que nos cuente sus secretos.

(fragmento de Obra completa, Instituto Lucchelli Bonadeo, 2019)