CULTURA
un siglo con la reina

La forma del enigma

Dueña de una obra prolífica, los personajes de Agatha Christie permanecen como un ruido de fondo por todas las épocas y las modas, recordando que la potencia de su literatura descansa en la búsqueda inextinguible de nuestra especie por cometer delitos... y resolverlos. A cien años de la publicación de su primera novela, Grupo Planeta reedita la mítica colección de sus obras en el sello Booket.

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Los crímenes de la reina. Conocida en el mundo entero por ser la madre del policial, la vigencia de Agatha Christie no decae con el tiempo. | pablo temes

Es la autora más leída en la historia del género pero también una de las menos valoradas. Creó a Hércules Poirot, uno de los grandes detectives de la ficción, y sus libros tuvieron numerosas adaptaciones en cine y televisión. La reina del crimen, el título que obtuvo con justicia, quedó destronada por la novela negra en la consideración de los críticos, y su imperio se redujo al público común y a los lectores menos calificados. Sin embargo, Agatha Christie está de regreso, y su reedición no solo confirma la vigencia de la obra sino aquello que le fue negado, un conjunto de méritos artísticos que en una nueva vuelta de tuerca reconfigura hoy a la narrativa policial.

Autora emblemática del policial de enigma, Agatha Christie (1890-1976) fue también una escritora particularmente prolífica, con un palmarés de 66 novelas policiales, además de obras de teatro, poesía, novelas históricas y románticas, y autobiografías. La colección que Planeta comienza a publicar con su nombre incluye como lanzamiento El misterioso caso de Styles, la novela que introdujo a Poirot, cuando se cumple el centenario de su primera edición, y  otros tres títulos protagonizados por el detective belga: Cita con la muerte (1938), Diez negritos (1939) y Los elefantes pueden recordar (1972).

El linaje del investigador. Poirot es un policía retirado. Mide un metro sesenta de estatura, su cabeza tiene “la forma exacta de un huevo” y lleva un bigote engominado de aspecto militar. Se inscribe con características propias en el linaje de los detectives aficionados, como Dupin de Edgar Allan Poe, Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle y el padre Brown de Gilbert K. Chesterton, de los que también adopta algunos rasgos.

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Pablo De Santis agrega a Rouletabille, el periodista detective de Gaston Leroux, entre los precedentes del investigador belga. “Lo que le importa a Poirot es la verosimilitud psicológica –dice–. No es, como Sherlock Holmes, un detective del ojo, del detalle. Lo que le gusta es la conversación y es a través de la conversación como va a descubrir al asesino”. La regla vale para Miss Marple, otro personaje conocido de Christie: “Es una señora mayor que lo único que hace es conversar, y a través de las palabras registra los lapsus o lo que no debería haberse dicho. Esta etapa de la novela policial es casi psicoanalítica, detecta lo que la gente no quiere decir”.

Para Jorge Fernández Díaz, “Poirot es Holmes por otros medios, deviene como él de la idea del detective superdotado; es un detective delicioso, un poco soberbio pero también con gran conocimiento de la naturaleza humana”. En esa línea tendría un parentesco con otros célebres investigadores, como el comisario Maigret, de Georges Simenon, y el inspector Montalbano, de Andrea Camilleri: “Lo que diferencia a Poirot de Holmes, que es una máquina más fría y más aventurera, es que el personaje de Agatha Christie es un observador de la psicología humana”.

Miss Marple es la primera mujer detective en la historia del género, pero difícilmente sería reivindicada desde el feminismo. “Es una viejita asexuada que investiga crímenes de pueblo, que tienen más que ver con chismes, comentarios, cuestiones menores. En cambio Poirot recorre el mundo”, observa María Inés Krimer. Para la autora de Cupo (novela finalista en el premio Dashiell Hammett de este año), la actualidad del detective belga se verifica en series como la finlandesa Sorjonen: “La fórmula del policial de enigma no quedó tan atrás como parecía, porque está reciclada en nuevos formatos y se mantiene en su esencia, la del investigador atípico que ve lo que se le escapa a la policía”.

Como es tradicional, Poirot tiene un amigo que lo acompaña y que oficia de narrador. El misterioso caso de Styles presenta también a Hastings, uno de los personajes que cumple ese rol –tiene la ambición de ser un detective, “un Sherlock Holmes, por supuesto”– y que entre otras historias reaparece en el final de la saga, Telón, la novela que narra la muerte del célebre investigador. “Hastings está en el lugar de aprendiz. Es una especie de pedagogía infinita, porque nunca termina de aprender”, dice De Santis, autor de El enigma de París y de Crímenes y jardines, entre otras novelas.

 

El método, según explica Poirot, consiste en considerar que en una investigación “todo es importante” aunque en principio parezca fuera de lugar. “Si un hecho no encaja en la teoría, abandone la teoría”, le enseña a Hastings, que suele desconcertarse ante sus salidas y temer que el detective esté senil, una variante humorística del investigador concebido como criatura extraña y un poco inquietante, según la preceptiva de Poe.

La maestría de Agatha Christie consiste en extender la sospecha sobre el conjunto de sus personajes y, al mismo tiempo, lograr que el culpable resulte inesperado. “Es una escritora más influenciada por el teatro que por el cine, y esa marca de la dramaturgia se nota para bien y para mal en sus novelas”, dice Fernández Díaz. Los criminales, precisamente, se enmascaran en sus historias detrás de apariencias que desvían la atención del lector; irónicamente, suelen ser también lectores de novelas policiales y reflexionar despectivamente sobre las convenciones del género y su artificiosidad, como ocurre en El misterioso caso de Styles. 

El jarrón veneciano y el callejón. Christie fue una de las integrantes del Detection Club, una asociación de escritores presidida por Gilbert K. Chesterton que se propuso cultivar el género de enigma. El grupo se conformó en Londres en 1929, precisamente el año en que apareció la primera edición en libro de Cosecha roja, la novela de Dashiell Hammett que, según la célebre definición de Raymond Chandler, “extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón”.

El creador de Philip Marlowe dedicó unas líneas no precisamente elogiosas a Christie en su artículo “El simple arte de matar” (1946): la intriga de Asesinato en el Expreso de Oriente, una de las novelas más conocidas de la escritora británica, “es la clase de argumento que puede desquiciar la mente más aguda”, dijo, y “solo un idiota podría adivinar” la solución del enigma.

“Chandler tuvo que elegir a Agatha Christie como un blanco propiciatorio para explicar que sus asesinatos con envenenamientos y con lugares cerrados estaban demodé y que la realidad era muy diferente –opina Fernández Diaz–. Esto, que nos parece banal hoy dividió aguas entre el realismo del policial negro y una versión del policial que no era realista. Pero como dice Borges, el género deriva de un escritor que también crea la literatura fantástica, que es Poe, y los dos géneros están unidos. El detective superdotado es de alguna manera un personaje del género fantástico”.

El áspero juicio de Chandler alcanzaba también a otros autores del Detection Club, como Dorothy Sayers, que también mereció burlas de Borges. “No influyó en las lecturas masivas pero sí en la crítica –agrega Jorge Fernández Díaz–. Pocos creen hoy que Agatha Christie es una gran escritora y muchos están dispuestos a creer que Chandler fue un gran escritor. Los dos son grandes escritores, con el enigma como fondo, aunque no tienen nada que ver entre sí”.

Menospreciada como literatura, la obra de Christie pasó a ser poco más que una lectura de iniciación. “La leí con muchísimo interés en la adolescencia y después la borré de mi vida. Soy producto de lecturas donde el género negro y los norteamericanos ya estaban totalmente instalados. Ella era una autora menor”, dice María Inés Krimer, quien sin embargo volvió a Diez indiecitos “y me sentí otra vez atrapada por el vértigo de la trama y de un artefacto muy inteligente”. De Santis la lee desde los 12 años: “Siempre me encantó. Me parece una autora que tiene una enorme cantidad de valores”. Fernández Díaz la releyó hace poco: “Me asombró la capacidad extraordinaria de construcción de personajes: no hay un estilo en su prosa, pero su mirada sobre los personajes y las clases sociales es magistral: es un Proust de su época”.

En el artículo “Famas y trampas en la novela policial” (1991), Mario Levrero embistió frontalmente contra Christie: “Para el auténtico aficionado al género policial, esta obra es sencillamente insoportable, por muchos motivos”, consideró. Entre los cargos, enumeró “una escritura desganada”, la “puerilidad” de los enigmas –“el lector habitual del género puede descubrir la solución mucho antes de promediar el cuento o la novela” – y “flagrantes transgresiones del fair play del género”, como el polémico caso de El asesinato de Roger Akroyd, donde el asesino resulta ser el narrador. De Santis está en desacuerdo: “No me parece que esa novela sea una infracción a la regla –dice–. Ella trató de explorar todas las posibilidades que le daba el género: todos pueden ser el asesino, todos pueden ser víctimas. Por supuesto algunas tramas son más débiles o más caprichosas que otras, probó todas las variantes”.

La salida realista que abrió la novela negra también se convirtió en un callejón sin salida a partir de la consolidación de nuevos estereotipos y de concepciones ingenuas en torno a la ficción como denuncia y crítica social. La narrativa policial de fines del siglo XX, con la obra de Henning Mankell como uno de los autores canónicos, planteó un cruce entre el relato de enigma y la novela negra que repone un principio clásico: contar una historia es reconstruir un orden de acontecimientos en el que cada detalle resulta necesario.

Agatha Christie tiene mucho para decir a propósito de la construcción de los enigmas. El interés por sus libros a través de las generaciones constituye la mejor prueba de la vigencia de su literatura. Y en el centenario de su primera novela parece producir una nueva revelación: la forma que contribuyó a definir vuelve a ser un modo de contar el crimen. En sus libros hay también una escritora para descubrir.

 

Conversación en la catedral

La reunión de los sospechosos, la deliberación final conducida por el investigador, suele señalar el clímax de las novelas protagonizadas por Poirot. Pablo De Santis identifica en ese tópico un rasgo simbólico de la obra de Christie, que vincula a un señalamiento de Sigfrid Kracauer en La novela policial (1922), uno de los primeros tratados sobre el género, “lo que él llama la reunión en el gran hall del hotel, la catedral de la novela policial, donde el detective es el sacerdote que habla en nombre de la ratio, de la razón”.

—Borges decía que el policial de enigma ponía de manifiesto la importancia de la forma. ¿Ese es también el valor de Agatha Christie?

—Sí. Ella juega con la forma de la literatura policial pero la respeta. Respeta las cosas que son muy atractivas, como la reunión final de los sospechosos. Esa puesta en escena podría ser meramente una convención del género, pero como lector uno la sigue con mucho placer y siente que hay algo profundamente auténtico en el artificio. Es también una escena de liberación, porque al revelar el nombre del culpable se libera a los otros de la sospecha y se les devuelve la inocencia. Las cuestiones sociales no están tan presentes como elementos de la trama, sobre todo porque en la época había una idea de no señalar como asesinos a miembros de la servidumbre o a extranjeros, frente a otro tipo de novelas, más conspirativas, como las primeras novelas de espionaje. En las novelas de Agatha Christie lo interesante es que el asesino puede ser uno de nosotros.

 

Un mundo perdido

“El género de enigma les cuesta más a los nuevos escritores –dice Jorge Fernández Díaz–. Casi todo lo que se escribe es novela negra, noir escandinavo, que ya me tiene cansado porque es todo igual. Estamos viviendo un boom permanente de la novela policial, pero el género que practicaba Agatha Christie es único. Vale la pena volver a leer sus novelas”. El autor de El puñal y La herida, entre otras novelas, agrega una aclaración: “Ir hacia Agatha Christie hoy es ir hacia un mundo perdido. Ese mundo es fascinante, es pérfido, es elegante, y creo que ahí está el gran valor de por qué sus obras siguen vigentes: fueron escritas en tiempo real pero nosotros las vemos como un viaje por el túnel del tiempo a ese mundo que se acabó”. Agatha Christie “inventó además todas las versiones del asesino: el asesino puede ser el detective, puede ser una de las víctimas, puede ser cualquier sospechoso. Tiene trucos increíbles, como el de Testigo de cargo, un relato que Billy Wilder filmó con Marlene Dietrich, Tyrone Power y Charles Laughton. Una obra maestra del cine, y ella está detrás de esa creación”.

 

“El enigma asegura lectores”

Si se trata del cupo femenino en la narrativa policial, María Inés Krimer prefiere a Patricia Highsmith, “la maestra del suspenso”. Pero también reconoce a Agatha Christie. “Soy una admiradora de quienes tienen lectores fieles y en ese sentido ella está muy por encima”, dice.

—¿El policial de enigma está presente en las versiones nacionales del género?

—El género policial que se escribe en Argentina está hecho con retazos, se usan distintos ingredientes, y el enigma es uno de ellos. Pero también es un poco bizarro, tiene algo de mezcla, de cómic. Todos trabajamos con el decálogo de Carlos Gamerro sobre nuestras cabezas, otra limitación respecto a la credibilidad de la policía. En toda esa mezcla posiblemente no hay un relato puro como el modelo de Agatha Christie, el crimen en el cuarto cerrado o en un tren o en una isla, pero el componente del enigma es una fórmula que siempre funciona. El enigma asegura lectores.