Todos esperaban que el escritor peruano y uno de los premio Nobel más controvertidos de todos, Mario Vargas Llosa, hiciera gala de alguna ironía en cuanto al debate que propició su presencia en la 37° Feria Internacional del Libro. Y lo hizo, en entrevistas, encuentros con la oposición, e incluso en su coloquio, realizado el jueves pasado. Lo que pocos esperaban era que esa imagen férrea e inalterable mostrara el lado más humano del intelectual.
En un repaso por sus obras literarias, el escritor reconoció que todas sus ficciones surgieron “de una experiencia personal”. “Conocí a alguien, supe algo. Nada fue producto puro de un movimiento de la imaginación”, explicó Vargas Llosa ante el colmado auditorio.
El caso es que no sólo su vida cotidiana se trasladó a la literatura, sino que el proceso también supone un reverso en la relación: su literatura como una manifestación política de aquello que defiende o critica, según el caso. Y en ese punto, su concepción esencial de la literatura es fundamental para abordar sus textos, idea que mucho tiene que ver con la figura de su padre, Ernesto Vargas Maldonado.
"Lo conocí a los 10 años. Era una persona muy autoritaria y tuve un rechazo visceral, con el espíritu y con el cuerpo, hacia él”, recordó el escritor, en uno de los momentos más intimistas de la jornada. “Yo vivía entre mujeres, muy protegido. Con mi padre conocí la violencia y el mal trato”, agregó, en un intento por resumir su infancia junto a él.
“Mi rechazo a toda forma de autoritarismo y dictadura viene de ese miedo, de ese odio que llegué a sentir en esa infancia, donde me sentía tan desamparado frente esa fuerza contra la que no me animaba a enfrentarme”, confió el intelectual, mientras explicaba su posición política respecto a los regímenes totalitarios, tanto de derecha como de izquierda.
Ante ello, encontró la vía de escape que hoy lo tiene como uno de los referentes a nivel mundial: la escritura. “Mi padre odiaba la idea de que su hijo fuera escritor. Él tenía la idea de que un escritor era un poco bohemio, un marica. Mi manera de resistir a mi padre era hacer las cosas que él detestaba más, refugiarme en los libros”, explicó.
“Cuando yo escribía poemas a escondidas, sin que mi padre supiera, yo me sentía más digno de lo que era, que cuando lloraba aterrorizado por las palizas que me daba”, prosiguió.
“La literatura fue no solo un refugio, sino también una manera de preservar mi propia dignidad”, finalizó.