CULTURA
ESCENOGRAFÍA, MÚSICA, LIBRETO

Materiales para una obra maestra

Estrenada originalmente en el Festival de Aviñón en 1976, llega al Teatro Colón Einstein en la playa, una de las piezas escénicas más sofisticadas y representativas del minimalismo, que será montada en Buenos Aires con un equipo notable de profesionales locales, para darle un sabor y una coloratura inéditas a una ópera de culto.

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Einstein en la playa. | Pablo Temes

Todos los jueves, Robert Wilson, dramaturgo, escenógrafo, artista visual, escultor (¡habría que tomarse un día para leer todo su currículo!), y el compositor Philip Glass se juntaban a comer en un restaurante japonés. Bob, el tartamudo, y Philip, el taxista, almorzaban juntos y planeaban cosas. Un mediodía, por ejemplo, mientras Wilson dibujaba, Glass compuso la música de Einstein on the Beach, la ópera que puso patas para arriba al género con su estreno en 1976 y marca el comienzo del minimalismo, como nuevo estilo, aunque el músico odie este término y prefiera “música con estructuras repetitivas”, mucho más literal y más ajustado a su concepción artística: “La música es muy simple; el enfoque es muy radical”.

Además de taxista, Glass fue plomero, trabajó en una fábrica de acero, de mozo y en una compañía de mudanzas, entre otros trabajos que le dieron la libertad e independencia, como él mismo dice, que no hubiera obtenido con una beca. Sin embargo, manejar el taxi parece que fue el mejor empleo “Con el taxi llegué a sitios que no pensé que existieran y a los que no he conseguido volver”. Mientras él conducía por las calles de Nueva York, Martin Scorsese estrenó Taxi Driver (1976), película que vio mucho tiempo después en un avión. De hecho, cuando fue convocado por el director para hacer la música de Kundun en 1997, todavía no sabía bien de qué iba la trama del conductor interpretado por Robert De Niro. La sorpresa de Scorsese fue mucha, la respuesta de Glass era comprensible, y hasta evidentemente borgeana: “Le expliqué que, en aquella época, después de pasarme ocho horas con el culo pegado a un asiento, lo último que me interesaba era meterme en el cine para que me contaran la historia de un taxista trastornado”.

Además de la comida, Robert Wilson pagó con su tarjeta de crédito la producción de la ópera. Fueron 750 mil dólares en aquel momento y Glass, por su parte, vendió la partitura para afrontar los costos. La versión de 2012 tuvo un presupuesto, por ejemplo, de más de 2 millones de dólares. A partir de mediados de los 60, Wilson se mudó a Brooklyn, después de haber estudiado pintura en París y haberse recibido de arquitecto. Nació en 1941 en Texas, donde hizo el secundario y su primera carrera de administración de empresas. Convivió todos esos años con una tartamudez severa que logró superar con una profesora de ballet: “Yo no bailo mucho, pero en cierta manera me metí en mi cuerpo y pude reducir la tensión, pude, sí, pude hacerlo, en cierta manera con, con mi esfuerzo. Aprender a hablar fue para mí toda una proeza”. En 1969, fundó una compañía de performance experimental, la Byrd Hoffman Watermill Foundation. Ese era el nombre de la profesora que fue crucial para su reeducación. Con esta compañía, creó sus obras más importantes: El rey de España y La vida y obra de Sigmund Freud.

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Si a alguien se le hubiera ocurrido vaticinar que la así llamada ópera, cuyo título original fue Einstein on the Beach in Wall Street (Einstein en la playa en Wall Street), pudiera haber tenido éxito era haber pasado de la primera representación. La estructura extraña, sin continuidad y sin historia, los tres momentos o movimientos, el tren, el juicio y la nave espacial, declinados en todas sus posibles asociaciones, y la división en cuatro actos y cinco articulaciones era, al menos, trabajosa para el espectador. Durante las cinco horas y media de su duración original, los espectadores podían salir y entrar a la sala para ver la coreografía diseñada por el coreógrafo Andy de Groat y las adaptaciones de Lucinda Childs y, de manera intermitente, asistir a un espectáculo pendular, entre la serenidad extática y la locura. La participación de los músicos, bailarines, actores, cantantes era, ante todo, una conjunción de muchas actividades en continuado. El mismo Philip Glass tocó una pieza en órgano electrónico para esa maratón musical. 

Sin embargo, desde su inicio fue un suceso que no dejó de representarse hasta la actualidad, como podrá verse en el Teatro Colón. Gracias a que, en 2018, Bob Wilson autorizó la creación de nuevas puestas escénicas, además de la suya, se realizaron dos: la de Susanne Kennedy y la versión musical del Ensamble Ictus con la participación de la cantante Suzanne Vega. Para el trabajo que estará en escena en el Colón, dentro del abono contemporáneo, fue convocado un equipo formado por artistas de diferentes ámbitos: el cine, el teatro, la danza. Maricel Álvarez, Analía Couceyro, el actor y cantante Iván García, el coreógrafo Carlos Casella, el cineasta Alejo Moguillansky, el iluminador Matías Sendón, la vestuarista Luciana Gutman y la escenógrafa Mariana Tirantte forman parte de este grupo con la dirección musical del francés Léo Warynski y la dirección general del espectáculo de Martín Bauer. Contará también con la participación especial de la soprano Carla Filipcic-Holm, del compositor argentino-francés Sebastián Rivas y de los bailarines Gustavo Lesgart y Marina Giancaspro, y de Matías Battiston como traductor de los textos. La obra será interpretada por importantes músicos, cantantes y bailarines locales, además de un gran equipo técnico y de producción. Durante las más de tres horas sin interrupción, la recreación de Einstein en la playa tendrá como “protagonista” al personal de una compañía de filmación que estará en vivo realizando una acción escénica experimental. Técnicos con sus equipos, cámaras y proyecciones, danza, recitado, canciones, música, sí, música todo el tiempo, desde el comienzo al fin, estarán a disposición de los espectadores que deberán dejarse llevar por la impronta, seguir el sentido, tratar de amoldarse, buscarle la vuelta, ponerse a disposición de la prueba, la vivencia y el intento. 

Si las óperas suelen escribirse en el orden de libreto, música, escenografía, en el mayor de los casos, Einstein en la playa tuvo una creación distinta desde el comienzo: escenografía, música, libreto. Tanto es así que el libreto fue realizado durante el ensayo. Mientras tanto, los intérpretes cantaban, contando del 1 al 8 para las secciones rítmicas y solfeaban las notas, para las líricas. Pero lo que se creía transitorio se volvió permanente. Cuando Wilson le preguntó a Glass si ese era el texto vocal de la obra que habían pensado mientras comían, el autor de la música de la película Koyaanisqatsi respondió que sí. Por otra parte, hay textos hablados y recitados. Los primeros son de Christopher Knowles, el poeta autista, con quien Wilson trabajó varias veces sobre su idea de lenguaje como “artefacto social”. No solo en el sentido diacrónico, el lenguaje y el tiempo, sino los individuos que lo utilizan. Además del vínculo con la escritura de Knowles, su experimentación con niños con discapacidad mental fue determinante para dar cuenta del lenguaje en sí mismo y no como representación de la cosa en sí. Casi como un personaje de Beckett, una de las líneas redactadas por el poeta dice así: “Haría. Verdad. Conseguiría. Conseguiría algo. Haría algo de viento. Habría algo de viento para. Haría algo de viento para él. ¿Habría algo de viento para el velero?”. A lo que se podría responder con el pasaje de El innombrable del escritor irlandés: “¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo. Decir yo. Sin pensarlo. Llamar a esto preguntas, hipótesis. Ir adelante, llamar a esto ir, llamar a esto adelante. Puede que un día, venga el primer paso, simplemente haya permanecido, donde, en vez de salir, según una vieja costumbre, pasar días y noches lo más lejos posible de casa, lo que no era lejos. Esto pudo empezar así. No me haré más preguntas”. 

Por lo pronto, no hay nada de playa. Seguramente, era solo la palabra “beach” que rimaba con “street” en el título inicial. Tampoco hay que esperar algo muy contundente del responsable de la Teoría de la Relatividad, aunque la obra forma parte de la trilogía, una serie de “retratos” de personajes que cambiaron el mundo. En realidad, la decisión de que sea Einstein, aunque sea en apariciones casi como “cameos” fotográficos y una identificación por su peinado, fue casi por descarte. Los primeros de la lista fueron Charles Chaplin y Adolf Hitler. A Glass le interesaba Mahatma Gandhi, sobre quien se basó para escribir Satyagraha, que se estrenó en 1980 y se representó muy poco. La que completa la tríada es Akenatón. En estas dos últimas los textos en sánscrito y lengua acadia deberán recitarse en idioma original, según requerimiento del compositor.

No hay rima ni razón en Einstein en la playa. Hay ritmo y repetición. Diferencia e incoherencia. Imágenes deshilvanadas. Baile y canto. Ritmo en las 58 veces que se dice “Señor Bojangles” y repetición en las 43 ocasiones que el personaje dice: “Estaba en este supermercado prematuramente climatizado/y estaban todos estos pasillos/y había todos estos gorros de baño que podías comprar/que tenía este tipo de penachos del 4 de julio en ellos/eran azules y rojos y amarillos/no tuve la tentación de comprar uno/pero recordé el hecho de que había estado evitando la playa”.