Raymond Ru-ssell, el famoso organólogo inglés, coleccionista de instrumentos antiguos y gran clasificador, comenzó a investigar la historia del Hospital St. Thomas de Londres. El traslado de este centro médico en 1862, desde su ubicación originaria a la actual, hizo perder gran parte de sus registros pero, sobre todo, del primer quirófano del Reino Unido que había funcionado desde 1822. Allí se operaron a los pobres, en su mayoría mujeres. Sin anestesia y con más muertes e infecciones que posibilidades de sobrevida. Un verdadero teatro de operaciones con un escenario en el centro de la sala y gradas para que el público pudiera ver las prácticas que eran ensayo y error. En general, error.
Cuando el hospital –que había sido un monasterio de monjes agustinos fundado en 1211– cerró, la sala del quirófano quedó abandonada y, supuestamente, perdida. Hasta que en 1956, Russell logró ver desde la casa de al lado, por una hendija, una habitación oscura. Se subió a una escalera, trepó otro tanto, y se encontró con lo que había sobrevivido de ese lugar. El hallazgo se restauró, se convirtió en museo y escalando escalones empinados se llega al viejo quirófano para apreciar lo espectacular del escenario de la vida y de la muerte.
De ese comienzo de la medicina, de la práctica quirúrgica y la farmacología, hay algo en la instalación de Benjamín Felice. Obito display hizo que la sala de exposición fabril de Móvil mutara en un imaginario recinto de cirugía. El blanco es el color predominante en sus diferentes tonalidades que le dan las materias: el piso y el techo, los tubos fluorescentes, los preparados y las esculturas de resina que replican órganos y chinchulines.
Apresada entre las dos superficies, la de arriba y la de abajo, cuelga una camilla inmaculada. Tensa y en equilibrio no se advierte si está para ser usada o de reciente higiene y asepsia. La atmósfera es inquietante. Si hubiera un olor, sería a muerte. Ya desde el nombre, óbito, su presencia es, aunque imponderable, certera. Defunción o deceso de una persona, en lenguaje jurídico y científico significa mucho más unida a “display”. Poner sobre la mesa de disección, todo el instrumental para comprender lo viviente en su contenido político y estético.
Felice despliega este pequeño teatro de la muerte con un lenguaje escrito con objetos. Dispositivos de publicidad, anaqueles, vasos, tubos, probetas, matraz, cristalizadores, pipetas se han dispuesto de manera tal que semejen a la realidad que refieren. En ese sentido, la verosimilitud de la puesta, al contrario de atentar contra una salida ilusoria, la subraya. Se ubica con precisión en la delgada línea de la referencia a un afuera de la obra, a sus intereses por la biomédica, la física y también, una cierta experiencia multimedia, al tiempo que tararea y evoca a una tradición artística. Su lección de anatomía es desplazada y deforme. La falta está en el cuerpo ausente que se insinúa en los pedazos que están colgados y expuestos. Sin embargo, en ese desvío no puede escapar de la encerrona de la Vanitas vanitatum omnia vanitas (“Vanidad de vanidades, todo es vanidad”). Hay una reaparición en clave despojada de esa simbología sobre la brevedad de la vida, el paso del tiempo, la fragilidad de lo humano, con expresiones tan profundas y sombrías en la pintura de la Edad Media y en el siglo XVII. Elementos que nos recuerdan que, en algún momento, todos vamos a morir.
Obito display
Benjamín Felice
Móvil / cheLA. Iguazú 451 - Parque Patricios, Buenos Aires.
Viernes y sábados de 15 a 19