CULTURA

Todas esas cosas que pasan

La crónica es, si se quiere, un cuento con hechos, lugares y personajes verdaderos. A las puertas de una nueva edición del Festival Basado en Hechos Reales, que se desarrollará esta semana en Buenos Aires, cronistas, editores y especialistas reflexionan sobre el gran momento que transita el género de no ficción en nuestro país.

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| Pablo Temes.

Parafraseando a san Agustín, una periodista argentina que hoy cautiva a los lectores con un newsletter revela que cuando nadie le pregunta qué es una crónica, sabe de qué se trata, pero cuando debe explicar en qué consiste, no puede hacerlo. ¿Qué diferencia a una crónica de una nota o una investigación como las que leemos desde hace décadas? El mismo nombre define una práctica que hunde sus raíces en el siglo XIV: las crónicas de viajeros y conquistadores europeos que, desde un punto de vista alucinado, describían gigantes, islas fabulosas y riquezas inimaginables a disposición de los imperios. La crónica evolucionó hasta convertirse en un género situado dentro de un marco mayor: la no ficción. De la mano de autores como María Moreno, Emmanuel Carrére, Martín Caparrós, Juan Villoro, Roberto Saviano y Alma Guillermoprieto, entre muchos otros, esas narrativas de hechos reales se volvieron rutilantes objetos de lectura. En 2015, la Academia Sueca coronó este ascenso al otorgar el Premio Nobel de Literatura a la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, que había vuelto su mirada hacia los estragos del Estado soviético.

En la Argentina, la no ficción se consolida. Mientras florecen colecciones de libros, nuevas temáticas y premios, se abren cátedras universitarias, se multiplica la oferta de talleres y los autores prueban sus textos en redes sociales. De la librería, la crónica salta a las pantallas: varias series televisivas y películas nacieron de libros basados en hechos reales. Días atrás, se anunció que Nahir Galarza. La historia desconocida (Sudamericana), de Mauro Szeta y Mauro Fulco, se convertirá en una serie con guión de Tamara Tenenbaum. Y la no ficción provoca efectos políticos, como fue la llegada del presidente electo Alberto Fernández a la presentación del libro de Ana Correa que reconstruye el caso de una joven que estuvo detenida tres años en una cárcel tucumana a causa de un aborto espontáneo.

Desde este jueves, y hasta el sábado, en el Centro Cultural Kirchner tendrá lugar la tercera edición del Festival de No Ficción Basado en Hechos en Reales (BHR). Con entrevistas a invitados internacionales como Masha Gessen y Olivier Guez, debates, homenajes y talleres, el festival apuesta a reavivar la discusión sobre los modos de narrar la realidad en una época en que el periodismo es objeto de reproches por parte de la sociedad. Tanto en las revueltas de Chile como en las manifestaciones posteriores al golpe de Estado en Bolivia, los cronistas sufrieron ataques por parte de fuerzas de seguridad y de civiles. Para muchos argentinos, el periodismo no fue solo testigo de la polarización ideológica, sino un agente activo de la grieta. Estos temas serán abordados en BHR (la programación se puede consultar en basadoenhechosreales.com.ar).
 
Un género fundamental. Autora de Al gran pueblo argentino salud (Marea), la periodista mexicana Cecilia González es, además, una de las organizadoras de BHR junto con Luciana Mantero, Ana Prieto, Víctor Malumián y Victoria Rodríguez Lacrouts. “La no ficción es fundamental para tratar de explicar el mundo con información real pero, al mismo tiempo, con calidad literaria en el caso de los libros o crónicas de largo aliento, y calidad narrativa en el caso de formatos audiovisuales como las series y los documentales, sin olvidar los podcasts, que en los últimos años han despertado gran interés –dice González–. Me sigue sorprendiendo la resistencia que hay en determinados sectores del mundo de la escritura para reconocer que el periodismo narrativo, la crónica, la no ficción, también pueden ser literatura. Es un género que hace múltiples aportes gracias a que aborda todo tipo de temáticas, de historias personales, intimistas, con reflexiones sobre fenómenos contemporáneos y luchas sociales”. En su opinión, las miradas personales y los enfoques afianzaron el estilo de diversos autores y autoras en América Latina. “Es un sello de distinción que hay que celebrar”, concluye.

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Una de esas autoras distinguidas es Leila Guerriero, que acaba de recibir en España el premio de periodismo Manuel Vázquez Montalbán. “La potencia de las historias reales reside en el hecho de que son, precisamente, reales: sucedieron o suceden –dice la autora de Opus Gelber (Anagrama)–. Hace un tiempo escribí que no es lo mismo leer acerca de un dictador imaginario que mata a mil fulanos en una novela que leer acerca de un dictador de carne y hueso que corta las orejas del enemigo en un país que alguna vez consideramos para nuestras vacaciones. Sigo creyendo en la necesidad de contar historias que ayuden a entender un mundo complejo y convulso en textos que no resulten reduccionistas, que se detengan en los pliegues, las contradicciones, las ambigüedades, las sutilezas: lo que hemos dado en llamar crónica”. Según Guerriero, que acaba de presentar Extremas (Ediciones UDP), compilación de perfiles de diversos autores sobre mujeres latinoamericanas, hace falta que los profesionales tengan tiempo y espacio. “No es algo que pueda resolverse en veinte líneas –agrega–. Y si bien hay excepciones, los medios parecen más interesados en ocuparse de la crónica como tendencia, como auge o como boom que en publicarla. Y he ahí el misterio irresoluble de la crónica latinoamericana actual: todos hablan de ella, pero ¿quién la publica?”.

Circuitos en construcción. Además de los medios tradicionales, que conceden un espacio acotado, los medios digitales y las editoriales capitalizaron el caudal de la narrativa de sucesos reales. “En tiempos donde el periodismo es puesto en el banquillo de los acusados, donde las fake news son las protagonistas del ecosistema informativo y la gacetilla prima por sobre el contenido propio de los medios, el periodismo narrativo es una especie de lujo que se desarrolla muchas veces lejos de las redacciones de los grandes medios”, sostiene Eduardo de la Cruz, docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba. “En el país vivimos una especie de boom de este tipo de periodismo, que tiene como plataforma de despegue algunas revistas digitales (Anfibia, Panamá Revista, Orsai, entre otras) y el mercado editorial, donde la aparición de libros de este género ha crecido con buenos resultados de ventas en algunos casos”, agrega. Así se compensa la falta de espacio en los medios masivos. “Pero es deseable que los medios que tienen llegada a grandes audiencias forjen secciones donde el periodismo narrativo aparezca de manera central, y que se amplíen las temáticas sobre las que trabaja la no ficción. Hay temas para narrar más allá del conurbano de las grandes ciudades o los sectores marginales”, concluye.

El santiagueño Ernesto Picco es uno de los invitados al festival BHR. Publicó crónicas en revistas provinciales como Subida de Línea y Tucumán Zeta, y en otras de alcance nacional como Crisis y Anfibia. En la editorial de la Universidad Nacional de Santiago del Estero lanzó este año Crónicas de tierra y asfalto, que reúne once textos y un ensayo sobre el género. “Los relatos más visibles sobre las periferias son siempre construidos desde los centros –escribe Picco–. Pasa en los distintos lugares desde donde se narran y se analizan las provincias: las noticias, el discurso académico, el cine, las series de televisión o las novelas. Y el efecto sobre los márgenes es, en todos los casos, igual: la condena a una dura subalternidad geográfica y simbólica […]. Esta asimetría simbólica entre Buenos Aires y las provincias tiene otro efecto que caracteriza a nuestros escenarios locales. Los intentos de narrarnos a nosotros mismos mediante los relatos que producimos en las provincias quedan muchas veces atrapados en sus pequeños microclimas aldeanos”. En esta área (como en otras), es necesario construir circuitos federales.

El discreto magnetismo de la no ficción. “El campo de la no ficción siempre fue muy fuerte en la Argentina, donde hay profesionales que producen textos de mucha calidad, lo que permite tener una amplia producción de libros de historia, biografías, investigación periodística y ensayo –destaca Glenda Vieites, editora de Penguin Random House (PRH)–. Las tendencias de lectura van variando. Ultimamente, los libros que abordan la problemática del feminismo, el cambio climático, la crisis de la educación y la económica son solo algunos de los que formaron parte de nuestro catálogo de no ficción”. Para 2020, con el cambio de gobierno nacional, desde PRH prevén que habrá un mayor interés por los temas políticos. Entre otros referentes, Laura Di Marco, Alfredo Leuco, Daniel Balmaceda, Gustavo Grabia, Sebastián Campanario, Ezequiel Fernández Moore y Ricardo Canaletti publicaron sus libros en sellos de PRH.

Para Rodolfo González Arzac, periodista y editor de no ficción en Grupo Planeta, es evidente que los libros de periodismo narrativo ejercen hoy un magnetismo irresistible. “Que te abran la puerta de un mundo privado y que al mismo tiempo te cuenten una historia basada en hechos comprobables parece solo un deseo. Pero es de esos que se cumplen”, dice. Según él, cada vez más escritores se vuelcan a ese género y más lectores lo disfrutan. “Y Netflix los rastrea por el mundo entero –agrega–. Mi entusiasmo se enfoca en esos libros que están escritos con destreza y maravilla, y en los que también el autor se deja ver. En Somos Belén, Ana Correa muestra tal cual es a la chica que estuvo 29 meses presa por un aborto espontáneo, y además relata su sufrimiento personal con la sociedad del aborto clandestino. En Ahora que somos felices y River para Félix, Alejandro Wall y Andrés Burgo dan un paso más en la escritura de libros deportivos, y mientras cuentan sobre su Racing y su River, te llenan de emoción al narrar sus tropiezos familiares, sus ilusiones y desencantos. En Bombo, el reaparecido Mario Santucho va en busca de la historia de un guerrillero del monte tucumano un poco ignoto y gran aventurero, y al mismo tiempo va construyendo su álbum familiar. Y en Historia de una investigación es posible leer en el diario de Enriqueta Muñiz la construcción de una relación mágica con Rodolfo Walsh y la del libro de no ficción más importante del continente: Operación Masacre”. ¿Cuál es el denominador común de estos textos? “Están basados en hechos pero escritos a puro corazón”, responde.

“La no ficción está atravesada hoy por una mirada de género –asegura Constanza Brunet, directora editorial de Marea–. No solo aparecieron temas específicos de la agenda feminista y de la mujer en general y se visibilizaron autoras, sino que además los temas clásicos ya no se narran de la misma forma”. En Marea, se han publicado libros testimoniales y de investigación sobre la última dictadura argentina, aunque en los nuevos títulos se trasluce una perspectiva feminista, como ocurre en las biografías de Nora Cortiñas y Aída Sarti, dos madres de Plaza de Mayo. “También la crónica de la intimidad y del yo viene creciendo –señala–. Este año publicamos Primera persona, de la colombiana Margarita García Robayo, y Mi abuela, del chileno Rafael Gumucio”.

Vanina Escales es una de las autoras de Marea. “La crónica feminista toma los elementos narrativos disponibles en el bazar literario y da una mirada interseccional para contar una historia, que muchas veces es un síntoma social –sostiene la autora de ¡Arroja la bomba! Salvadora Medina Onrubia y el feminismo anarco–. Esa camaleona del género literario analiza las diferencias a partir de su carácter político y no como si fuera una esencia: ni la de los roles de género, ni las económicas ni las que son producto de procesos de racialización”. La crónica feminista desconfía del periodismo acrítico. Escales integra el equipo de LatFem (https://latfem.org), un medio de comunicación feminista. “Al problematizar las desigualdades y analizar las aristas políticas de los hechos, estamos obligadas a reflexionar sobre nuestras prácticas discursivas y las categorías que usamos para abordar la realidad”, indica.

La periodista y escritora Patricia Kolesnicov se convirtió este año en editora de una colección de libros digitales de una extensión que permite cumplir el sueño de leer un libro por día. “Ya lo sabe medio mundo: leemos de todas las maneras: con los ojos sobre líneas en un papel, sí, pero gran parte del día en pantallas –dice la autora de Biografía de mi cáncer (IndieLibros)–. Hasta con los oídos leemos ahora. Y en esos aparatitos que llevamos encima todo el día”. En IndieLibros, editorial digital de nacimiento, Kolesnicov apuesta por formatos medianos. “Resultaron ideales para la crónica y el ensayo periodísticos: más que una nota, menos que un libro. Así llegó Vámonos, relato de Josefina Licitra sobre el polizonte que embarca hacia Nueva York y desembarca en Ensenada; En busca de Sodoma, investigación de Frederic Martel; Historia de nuestra música grabada, análisis-relato de Esteban Buch; Perón, Gardel y los deportes, de Maximiliano Kronenberg; Nosotros, los normales, de Marcelo Pisarro. Y este mes, La mujer diabólica, de Osvaldo Aguirre, sobre Agata Galiffi, una mujer de la mafia, y Hacer teatro, pensar teatro, de Alejandro Tantanian. Se leen en una sentada”.

Otros cronistas locales, como Julián Varsavsky, Ana Wajszczuk, Fernando Krapp, Sonia Budassi, Cynthia Edul, Alejandro Modarelli, María Florencia Alcaraz, Fabiana Scherer, Joaquín Sánchez Mariño y Federico Bianchini, entre tantos otros, acertaron al proponer trabajos de no ficción sobre viajes por Japón, Palestina y Polonia, el fútbol, la comunidad LGBT, el feminismo o las nuevas inmigraciones forzadas. El periodista y escritor argentino Roberto Herrscher observó que la mirada de los periodistas se ha vuelto más rica en matices: “Estamos rodeados de narrativas mestizas que muestran lo sutil, lo gris y fronterizo de la experiencia humana”. Ese es el universo que hoy exploran nuestros cronistas.

 

Nuevos desafíos, por Ivana Costa*

Hace algunas décadas, la crónica, resultado del ideario del “nuevo periodismo”, se presentaba como espacio de libertad, que reaccionaba a las limitaciones formales y a las dificultades para ampliar el contrato de lectura de los medios tradicionales hacia temas y enfoques novedosos y, sobre todo, disruptivos, como la investigación de Rodolfo Walsh sobre los militantes peronistas fusilados en 1956, o la narración de Truman Capote sobre el crimen de la familia Clutter, en Kansas.

Los condicionamientos a esa libertad son hoy en día, internet mediante, más imaginarios que reales. Se ensancharon los formatos y soportes; se multiplicaron los registros léxicos; los contratos de lectura se flexibilizaron a un punto que resulta difícil ya encontrar algún tema o abordaje que no se pueda publicar en una de las plataformas disponibles y difundirse de manera veloz y amplia.

El auge de la crónica trajo consigo una distensión de muchos de los antiguos mandamientos del periodismo. La única pérdida lamentable es la del imperativo de buscar el rastro de la verdad. Algunos de los recientes casos internacionales más escandalosos de fake news (los reconocidos, al menos) fueron protagonizados por autores de grandes crónicas, premiadas por las instituciones más célebres del periodismo mundial.  El desafío para el género es escapar al automatismo de los temas y enfoques estandarizados (a diferencia de lo que ocurrió en su momento con Walsh y Capote, hoy se ubican casi siempre del lado de lo políticamente correcto) y eludir el facilismo de caer en la reproducción infinita de lo mismo, es decir, poco trabajo, nula metodología de investigación, egocentrismo en exceso e irresponsabilidad en la consciente confusión de realidad y ficción.

*Profesora de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Católica Argentina. Autora de Había una vez algo real. Ensayo sobre filosofía, hechos y ficciones (Mardulce).

 

Disfrutar el placer de la lectura, por Chani Guyot*

El periodismo actual está lleno de equívocos. Uno de ellos dice que en el entorno digital las audiencias solo quieren textos cortos. Si bien es cierto que hay una enorme avidez por snacks de contenidos breves, también es cierto que hay medios que publican piezas de periodismo narrativo y crónicas de largo aliento, pensando en aquellos lectores que aún saben hacerse el tiempo para disfrutar de un relato que late al compás de una historia bien contada. Cuando el teléfono se convierte en ventana a la información (y a la vida), su carácter interruptor parece contaminarlo todo.
Sin embargo, medios extranjeros como The New Yorker y The Atlantic, The Spectator, Les Jours, Gatopardo y, entre nosotros, revistas digitales como Orsai o Anfibia, muchas veces publican textos extensos que buscan lo que en inglés se llama el modo lean-back (“recostado”) de lectura.

En RED/ACCION publicamos de todo: desde historias mínimas en Instagram hasta crónicas de largo aliento. ¿Nuestro récord? Un texto sobre Buenos Aires escrito por Javier Sinay, de 37.144 caracteres. Es decir, 52 minutos para disfrutar del placer de la lectura.

*Director de RED/ACCION.