DEPORTES
Análisis

La muerte del fútbol | Un pegajoso matrimonio con la TV que aburre (23ª entrega)

Posiblemente nada haya cambiado tanto al fútbol y al negocio, y los negociados del fútbol, como la televisión. Especialmente desde que nos tornó ‘espectadores del mundo’, convirtiendo las ‘horas-sofá’ en nuestro mayor ‘bien intelectual’.

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Televisación de futbol en la TV Pública. | NA - Shutterstock

Las transmisiones ‘en vivo y en directo’ desde cualquier parte del planeta fueron la gran revolución. Amanecer y ocaso al mismo tiempo, como casi todas las revueltas. Ellas separaron las aguas del ayer y el hoy y también unieron el aquí y el acullá en rara aleación de ‘bien y mal’. El Mundial de México 1970 fue el marco cero de la masividad universal (para algunos ya en colores; para nosotros recién en el militarizado ’78). Los viejos tubos de válvulas termoiónicas y el satélite Ekran sacaron al fútbol del llano y lo subieron a la llamada ‘zona de muerte’, esa a la que los alpinistas ingresan cuando escalan ocho mil metros de altitud.

Y no hay indicios de que se quiera descender de esa poco recomendable altura; no parece una alternativa noble o interesante para quienes ‘viven de esto’, tipejos que para pagar el almuerzo venden su cena porque ‘la imagen es todo’ y dilapidan el presente –también del fútbol– como si el futuro no existiese: así, todo vale en el presente. Mañana se verá... El aire impuro de la cima a la que trepan no los incomoda mientras puedan verlo todo desde ‘lo alto del poder’. Se acostumbran y le ‘buscan la vuelta’ como los equipos de las planicies para jugar en La Paz, Bolivia.

Eso hizo la TV. Nos acostumbró a la anormalidad de su mediocre ‘show’ internacional sin dejarnos percibir que nos quedábamos sin esencia. Poco a poco los años fueron pasando, los lubricantes del encendido se hicieron permanentes y nos introdujeron –por donde no debían– señales con más píxeles, cámaras áreas, grafismos en 3D, sistema de repeticiones 360, HDR con ajustes de contraste y brillo automático y partidos con 21 lentes tomando todo y cada detalle de pésimos partidos que no debiesen transmitirse, en casos ni siquiera jugarse. Ya no juegan los hermanos Daniel y Ermindo Onega, Vicente De la Mata, Daniel Willington o el ‘Mono’ Alfredo Oberti. Los mejores, ahora, son colombianos a los que les metíamos media docena cada vez que los enfrentábamos... hasta que un día, televisados, nos hicieron cinco en el ‘Monumental’.

La muerte del fútbol | Maldita TV (22ª entrega)

Pronto habrá una cámara GoPro en la testa del arquero y otra en la del goleador, para ver el gol desde ‘más adentro’ y con la visión de ellos, los protagonistas, para ser por un instante un Ubaldo Matildo Fillol o un Mario Kempes, así como los automóviles de F1 ya las tienen en su chasis... Una parafernalia tecnológica muy linda para mostrar un espectáculo cada vez más feo. Delanteros que erran la patada como el gordito que ni al arco iba en el barrio y defensores que nunca se enteran que hay una pelota en juego, van directo a la ‘canilla’ rival. De eso que se ocupen los entrenadores y los árbitros, deben decir los indigeribles tele-dirigentes.

Importan el rating, la retransmisión a más países de los que acepta la ONU, la inserción de millares de comerciales con distintos formatos y la facturación de los canales de cable que en otros lados llaman ‘TV paga’. ¡Dinero! Tiene que haberlo para que se lo pueda mal usar y robar con contratos leoninos o sin ellos. El fútbol da para todo y para todos. Así, en el planeta entero, pero, de modo especial, en la enferma Argentina, la que cree que Victor Hugo Morales es inteligente, Jorge Lanata profundo, Hebe de Bonafini una buena señora y Sergio Schoklender un chico con problemas de infancia. En ese país (que es este país) Mauricio Macri va de Boca Juniors a la presidencia como el 106 va de Liniers a Retiro, en un rato y algunas paradas, y el lucro de Fútbol para Todos es para pocos.

Pero tampoco son las cámaras y los satélites, o solo ellos, los malvadas del cuento porque siempre, como un mantra persecutorio, aparece un paso más para dar y completar otra etapa que suma y sigue a camino del precipicio. La tecnología reemplaza, a veces, lo que todavía no nos llegó. Cuesta creer que cualquier novedad vaya en desmedro de la calidad de vida y de la calidad del juego, y a veces cuesta creerlo porque no hay relación entre una y otra cosa, pero ‘algo’ cambia y siempre desmejorando lo existente que ya está muy desmejorado. Por eso vivimos hoy peor que ayer y jugamos hoy peor que ayer. Con tendencia de desaparición. ¿Por qué? ¿Y por qué el fútbol nos refleja tanto en nuestro espejo de decadencia?

La muerte del fútbol | Una herida gangrenada (20ª entrega)

Hay industrias que avanzan sin debilitar la inherencia de lo específico ni deslucir lo existente o ajar las hojas de su naturaleza. No es así con el fútbol desde que lo secuestró la televisión que hoy es parte vital de nuestra lamentable vida argentina... En el arte pictórico el surgimiento de Salvador Dalí y Pablo Picasso no sepultó a Diego Velázquez ni marginó a El Greco o enterró a Francisco de Goya, ambos apenas engrandecieron a la pintura española.

En la industria vitivinícola, el reconocimiento de las cepas surgidas en las regiones del Etna y de Campania no desprestigiaron a las clásicas viñas toscanas y piamontesas, simplemente ampliaron el universo del morapio italiano. En el mundo del ballet ‘La Consagración de la Primavera’ no apartó a ‘Petrushka’, ni olvidó a ‘Pájaros de Fuego’, simplemente hizo mayor a Igor Stravinsky. Con la ‘tele’ no sucede lo mismo. Y eso no debiese preocuparnos; ¡que reviente! si tanto daño nos hizo la TV... pero arrastra nuestras vidas y arrastra a nuestro fútbol, que es de lo que trata esta serie.

El nonstop televisivo tiene mala memoria, atropella, pasa y sigue sin mirar atrás para ver y asistir, mucho menos recuperar aquello que arrolló. Si nos focalizamos solo en el fútbol, deja morir casi en la indigencia a quienes debe y debemos tanto, como el tucumano Rafael Albrecht y ese pequeño gigante que era Martín Pando, dos ídolos que se fue en estos días y Dios los tenga en el Cielo que les negó el fútbol y su socia capitalista, la TV. La que, de algún modo, se siente mayor que la ley, al costado de la vergüenza, superior a la tradición y ajeno a las sepulturas que ignora. Esa TV que manipula cuando dice que el televidente es su rey (desnudo) y descarta y no recicla. Contrató, filmó, pagó, fue. Tal es su inconveniente receta.

“¿Albrecht? ¿Quién es? ¿Pando? ¿Dónde jugaba?...”. Pregunta el productor que es un trainee de 20 años y un solo interés que no consigue definir porque todavía no sabe cuál es... Y el comentarista los recuerda con equívocos porque tampoco los conoce, solo sabe que el ocho de Boca tiene COVID-19 y el cinco de River Plate no jugará mañana a la noche. Esas son sus urgencias que son las urgencias de la TV, una ambulancia que no recoge enfermos y mucho menos muertos. Simplemente deja sonar su estridente sirena, al ‘dope’, como las horas que rellenan sus contratados para decir siempre lo mismo que es decir nada, salvo excepciones.

La muerte del fútbol | El dinero no compra felicidad (16ª entrega)

La ‘tele’ nos hizo creer que el minuto siguiente es más importante que los dos mil años anteriores. Y podrá serlo en lo intrínseco de su perverso business, pero no puede contagiar al fútbol que vive de su propia grandeza y esta, como la gloria, siempre tiene el tamaño de su ayer. La TV nos distrae en los dos sentidos del concepto. Se equivale a las velas de cumpleaños que explotan sus estrellitas, como un cohete en viaje a la luna, y atraen la atención de todos, cuando lo que realmente les importa es la torta que las soporta. Con rima y todo.

La ‘tele’ cambió los formatos, nos lo sirvió todo en bandeja, nos sentó en el sofá y nos convenció de que veíamos fútbol. Y, luego, que el fútbol no era suficiente, precisábamos que en la cancha canten Shakira y Ricky Martin, que una docena de nalgas, movidas a ansias de fama, se conviertan en porristas de inquietantes intervalos y que toda esa mercadotecnia es lo que interesa y no las gambetas. Y ahora, que es planetaria y porque compite con los gigantes del streaming, promete llevarte a ‘vivir la experiencia’ y sortea un cabello diciéndote que tendrás más pelo que los Beatles. “¡Vas al Mundial, loco! ¡Como Messi! ¡Sos un elegido!”.

Cuando era chico, en el interior santafesino, soñaba con ver un clásico madrileño o milanés, algo que hoy está tan a mano que salió de agenda. Como ver en vivo un Mundial o una Olimpíada, después que ves un par, ya sin la ropa del deseo, su ensueño se debilita (sex-appeal es deseo negado). Así como no existe mujer menos tentadora que aquella que siempre está desvestida, el fútbol perdió seducción cuando dejamos de escucharlo por radio y pasamos a verlo por televisión a la mañana, a la tarde y a la noche, días útiles, feriados y fines de semana, en un pegajoso matrimonio que, como tal, comenzó a aburrirnos por su falta de sorpresa y otros decaimientos. Se descorrió el velo del misterio que hechiza a todos y cautiva antes de decolorar la paleta gris del fútbol actual.

La muerte del fútbol | La reinvención de la pólvora (15ª entrega)

No estoy diciendo que debiésemos seguir escuchando los partidos por radio y nada más, ni que solo debiese importarnos el fútbol local; estoy subrayando que la globalización televisiva e internetiana mató lo que nos restaba de fantasía. Cada vez podemos realizar más aquello que dicen que debe hacerse y cada vez podemos imaginar menos lo bello que no necesariamente existe y cada vez vemos más lo que vale menos. Nos convirtió en obreros de nuestro propio entretenimiento, nos hizo parte de él, cómplices diría, de un arcoíris inalcanzable, sin darnos cuenta que no salimos del sofá. Vamos de Wembley al San Siro en un toque de control remoto. Y volvemos a Dock Sud, Junín o Salta.

El fútbol no fue hecho para que el (tele)espectador sea protagonista. La TV sí. Y allí hay un problema de intereses. Y, para peor, somos protagonistas pasivos creyendo que somos el jugador número 12. Gritamos frente a la pantalla como si los jugadores nos escuchasen. ¿Eso no es demencia? Tan baja está nuestra autoestima que consumimos las estupideces que dice un Titi cualquiera, analfabeto e ignorante; pero lo dice por televisión... En tanto, continuamos en el sofá. Y dale con el sofá. Pero es la televisión la que lo sienta a usted en su living, no soy yo, que además me angustio porque veo agonizar al fútbol –que tanto amé porque fue la primera expresión artística que entendí–, sin auxilios oportunos ni medicamentos apropiados para su ilusa recuperación.

Y ese es el punto. Seguramente no preocuparían las horas-sofa –hoy nuestro mayor ‘bien intelectual’– si viésemos fútbol ‘del bueno’. Cualquiera que tenga memoria o hijos, sabe que los chicos que todavía ‘no aprendieron a jugar al fútbol’, corren todos atrás de la pelota. Bien, ¿no es eso lo que ocurre hoy en los partidos profesionales? La necesidad de correr para mostrar que hay compromiso, sangre, coraje, etc. los lleva a todos a ir siempre y permanentemente atrás de la pelota. Hoy, los jugadores no saben jugar. Aprendieron a dramatizar el fútbol, a tirarse, a reclamar, a pegar disimuladamente, pero no aprendieron a jugar como Orlando, Federico Sacchi o René Pontoni. Patean mal hasta con pelota parada, función que le cabe ‘al especialista’ que mete un gol de tiro libre cada cincuenta intentos. ¿Qué especialista es ese? Ese era mi promedio y por eso los tiros libres los pateaba otro, el que metía un gol cada tres tentativas.

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Tiro libre para Estudiantes de Río Cuarto, con una barrera con más agujeros que el corazón de Chiquititas. Del rebote llegó el empate para los cordobeses.

Los ahora de moda ‘mapas de calor’ muestran eso, exactamente ese caótico amontonamiento, todos para allá, todos para aquí. Y es eso lo que miramos por televisión porque ya no leemos nada que nos lleve más de tres minutos de nuestro precioso tiempo, el que dedicamos a engordar en medio del tedio de los partidos, o a hablar por teléfono con otro aburrido como nosotros o a intercambiar mensajitos que nos distraen de las jugadas. ¿Qué jugadas? “Se nota la mano de fulano en las jugadas preparadas” dice el comentarista y luego el protagonista, en los insulsos reportajes de fin de partido, cuenta que “pateé al arco porque vi la barrera mal armada”, como ocurrió tardes atrás con la barrera de Chacarita Juniors frente a Estudiantes de Rio Cuarto, que fue de las peores que ya vi incluyendo baldíos de jugadores descalzos. Basta de verso, basta de tele. En el propio sofá hay cosas mejores para hacer, hasta el amor con la pareja de los últimos 30 años hoy es más atractivo que el fútbol que nos pasan por TV.

Y cuando dejamos la ‘tele’ vamos a la computadora y, en ambos casos, estamos con el celular en la mano para consultar resultados de aquello que no vimos y que creemos que nos importa pero, de verdad, no nos interesa y no queremos reconocérnoslo porque, si no... es la hora de la nada. Nuestra hora. La que mal que mal todavía es salva por el fútbol aún como está, desgastado como suela de zapato que recorre el mundo sin saber si va hacia el Sur o viaja al Norte. ¿O será en dirección Este? ¿O al Oeste? Ya lo dirá el relator que está en otro sofá porque ya no se viaja como se viajaba antiguamente (pero por lo menos él no paga, algo cobra y por eso elogia lo ordinario que antes se despreciaba).

Sí, lo peor de la maldita televisión es que alimentó a un demonio mayor: la globalización, que internet completó. Este sí fue (y es) otro golpe, sino de nocaut, que lleva la cuenta del fútbol, en la lona, hasta siete, ocho, nueve... El diez demorará un poco, pero va a llegar como un día le llegó al mismísimo Cassius Clay. Aunque de esa internet que vino a nuestras vidas como esa pareja que te ayuda a solucionar el problema que no tendrías sin ella, tratará la vigésimo cuarta entrega.

Continuará...

* Ex director asociado de ‘Diario Perfil’ y creador de la icónica revista ‘Solo Fútbol’.