ELOBSERVADOR
Violencia de verano

Cuerpos al sol, cuerpos juzgados

Cuando llega el calor, los comentarios sobre los cuerpos ajenos aumentan, así como la presión por cumplir los estándares de belleza.

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Talle S. Desde el transporte hasta las oficinas, los comentarios afloran, asociando la belleza a ser delgada. | cedoc

“Está bien que hace calor… ¡Pero tampoco para tanto!”. “¡Esta piensa, que en vez de trabajar, se vino a la playa!”. “¡Le debería dar vergüenza ponerse esa musculosa!”. “¡No da que esta chica esté en atención al público!”. Estos son solo algunos de los comentarios que escuchamos a diario desde Grow Género y Trabajo en los talleres de sensibilización, que realizamos con las organizaciones; como si hablar del cuerpo ajeno o de la vestimenta de otras personas fuera gratuito y sin costo alguno. 

No son solo comentarios. El verano pareciera ser una excusa para opinar gratuitamente del cuerpo. El sol, la transpiración y las altas temperaturas obligan a todas las personas a andar livianas de ropa e intentar estar lo más cómodas posible, pero: ¿todas tenemos el mismo derecho a las musculosas? ¿Es lo mismo estar suelta de ropa para una mujer que para un varón? ¿Empleadores/as, compañeros/as y clientes están preparados para dejar que cada quien elija su ropa con libertad?  

En el marco de nuestra campaña sobre violencia simbólica, en 2022 realizamos una encuesta sobre experiencias en el ámbito laboral. La misma arrojó, por un lado, que, de la totalidad de las personas encuestadas, dos de cada tres presenciaron comentarios hacia alguien más acerca de su apariencia física. Pero ante la pregunta de si habían recibido comentarios hacia su persona, se obtuvo una respuesta afirmativa del 50% de las mujeres, de un 65% de las personas de identidades no cis-normativas y de un 28% de los varones. 

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Acá vale responder: ¿qué es la violencia simbólica? Tomamos como punto de partida la definición establecida en el artículo 5 de la Ley Nacional de Protección Integral a las Mujeres (N° 26.485), que dice que es aquella que “a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmite y reproduce dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación”. 

Hemos crecido en un mundo donde la violencia simbólica se esconde en mensajes solapados y se reproduce en todas las instituciones que transitamos: desde la familia, los clubes, la escuela, las universidades y el trabajo. Es decir, la violencia simbólica posee una fuerza muy poderosa que radica en su invisibilización, porque percibimos como naturales conductas y comportamientos que fuimos internalizando en nuestro proceso de socialización.

“Conventilleras”. Como mencionamos al comienzo, uno de los espacios más transitados es el trabajo. Pensemos en nuestras primeras experiencias laborales, las entrevistas y la cantidad de situaciones que las mujeres y personas Lgbtiq+ tenemos que enfrentar a diario, como una estrategia de autocuidado. 

Las mujeres que atravesaron situaciones de violencia simbólica en sus espacios de trabajo aseguran que para evitar la confrontación y no tener conflictos eligen cambiar su atuendo, o callar los comentarios que resuenan a sus espaldas, para no ir al choque diariamente. Quienes deciden poner en palabras su incomodidad, refieren que esto posee un impacto negativo, porque perjudica la mirada que tienen sus pares sobre las mismas, que las tildan de “conventilleras”.

Nuestros cuerpos. Los contextos sociales y culturales impactan y modelan los cuerpos a partir de costumbres, creencias, ritos, entre otras cuestiones, que favorecen la reproducción de estereotipos y mandatos que se transmiten de generación en generación. Claramente, la imposición de la belleza se escurre en las publicidades, el cine, las canciones, los libros y todas las representaciones culturales que transmiten y reproducen permanentemente esta violencia. En la actualidad, se suma un tema fundamental: el mundo virtual, que se potencia mediante memes, imágenes o vídeos el modelo hegemónico de belleza.  

Y con el verano, ¿qué pasa? Como mencionamos, el calor, las costumbres asociadas a esta estación del año, el estilo de ropa que se utiliza y las actividades que este implica, agudizan lo mencionado. Desde el transporte público, hasta los pasillos de las oficinas, los comentarios afloran, impulsando para que se cumplan los estándares de lo bello, asociando la belleza con ser delgada, usar talle S, ser silenciosa, tranquila, cariñosa, sin pelos en el cuerpo, llevar peinados prolijos, y ni hablar de que no falten los tacos y el maquillaje.  

Los datos y los testimonios que escuchamos a diario nos demuestran que las mujeres, muchas veces, prefieren sufrir calor a padecer los comentarios de sus compañeros. ¿Alguna vez nos preguntamos si lo que decimos impacta en la otra persona? Si pudiéramos ponernos en su lugar, si pudiéramos generar empatía con lo que la otra persona está atravesando, ¿sería acaso el mundo distinto?

Un caso. Martina trabaja en un comercio y pasa gran parte de su día en atención al público. Desde que comenzó a trabajar allí, los comentarios y miradas acerca de su cuerpo y vestimenta no tardaron en hacerse notar, generándole dudas, porque al principio no llegaba a comprender la intención de los mismos.

Algunos de ellos, eran los siguientes: “¡Qué ajustada te viniste hoy, Marti!”; “¡Qué linda remera! ¡Así clientes vas a atraer seguro!”; “¡Me gusta ese pantalón blanco, pero no sé si me lo pondría para venir a trabajar!”; entre otros.

De a poco, casi sin querer, fue cambiando su forma de vestir. Ni el pantalón blanco, ni su blusa con escote favorita, ni polleras: solo camisas y cuanto más largas, mejor, aunque hiciera calor. Sus pensamientos se volvieron monótonos y resonaba constantemente lo mencionado. Después de un tiempo, decidió renunciar. Habla con Recursos Humanos, y logra poner en palabras las situaciones atravesadas, con miedo, con vergüenza, porque en su mente “era una pavada” y se responsabilizaba por lo sucedido.

A partir de la charla, la organización decide involucrarse y brindar talleres de sensibilización a su personal sobre violencia simbólica y los impactos que genera en quienes la atraviesan. Finalmente, Martina decidió no renunciar, pero pidió cambiar de sector, lo que fue concedido.

El caso de Martina es uno de los tantos que observamos desde Grow Género y Trabajo a diario. En el área de Prevención y Abordaje de Violencias realizamos talleres participativos de sensibilización en distintas organizaciones, donde se ponen en discusión estos mensajes “ocultos” con los que hemos crecido. Estos espacios nos invitan a la reflexión, a que podamos reconocer que todas las personas en algún momento de nuestra vida reproducimos mensajes que transmiten violencia simbólica. Claro está que la idea no es echar culpas, sino poder correr el foco de la sanción y empezar a gestar la transformación: que podamos como sociedad adquirir un pensamiento más empático, crítico y constructivo, para poder desarmar los estereotipos que nos persiguen cotidianamente. Y poder hacer del trabajo y nuestra vida cotidiana, espacios abiertos, diversos, sin discriminación, libres de violencia y acoso.

*Miembros del área de prevención y abordaje de violencias de la organización Grow Género y Trabajo. 

www.generoytrabajo.com.