No le será nada fácil a la nueva administración gobernar con equidad y justicia en uno de los marcos económico-sociales más difíciles de la Argentina contemporánea. El “viento de cola” de años anteriores se ha transformado en brisas cambiantes con riesgos de detenerse (recesión mundial).
Las expectativas populares son apremiantes, con 38% de la población por debajo del nivel de pobreza, 90% de relación con la deuda externa respecto del PBI: escasas fuentes de financiamiento internacional y una importante deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) contraída alegremente durante los últimos veinte meses. Paralelamente, existe una enorme fuga de capitales y escasa credibilidad en el capitalismo vernáculo. Dentro de este encuadre socioeconómico, el marco político de la grieta es ensanchado desaprensivamente por los medios de comunicación y las redes sociales que multiplican las lógicas necesidades populares, acentuando los derechos ciudadanos y olvidándose de los deberes, que no son “defender a la patria” solamente, sino no evadir impuestos, generar trabajo genuino y educar con el ejemplo de todos los dirigentes.
Brote de actores políticos. El nuevo gobierno nacional deberá lidiar, en el marco de una gigantesca puja mundial entre superpotencias y potencias emergentes, con intereses concretos en América Latina que repercuten en el vecindario argentino y con evidentes posibilidades de impactar en el frágil equilibrio socioeconómico nacional.
Ninguno de los problemas de nuestros países son semejantes, pero todos participan, peligrosamente, de una creciente devaluación de la representatividad democrática.
Nuevos actores políticos adquieren relevancia inusitada. Brotaron tan solo unas décadas atrás: corrientes cristianas extremistas y mesiánicas; empresas multinacionales con creciente poder en el plano económico, comunicacional y de la seguridad; reaparición de grupos anarquistas nada románticos y sospechosamente manipulables; y, entre los movimientos de izquierda occidentales, existe una clara ventaja del trotskismo y del regionalismo sobre los comunistas y socialistas clásicos.
Ambos extremos del espectro ideológico, hipercapitalismo y trotskismo anarquista cuestionan y debilitan a los Estados nacionales.
No hacemos en esta breve nota un inventario de la situación material y moral de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) ya que esta es harto conocida y consensuada por la mayor parte de los sectores políticos y sociales. Tan solo queremos recordar el reporte de todos los institutos internacionales especializados que destacan la lenta agonía y escasa relevancia del sector militar argentino que hoy tiene el presupuesto militar más bajo de América Latina con el 0,9% del PBI. Paralelamente, destacamos las palabras del ex ministro de Defensa Agustín Rossi, quien la semana pasada destacó que las FF.AA. argentinas son las más disciplinadas de América Latina. A esto hay que sumarle el prestigio que han ganado en la ONU con los Cascos Azules y la espontánea simpatía de su presencia en la Argentina profunda. Los 44 tripulantes del ARA San Juan perdieron la vida en una silenciosa tarea de defensa de los intereses nacionales, y no como adscriptos a las FF.AA., como “vía de ascenso social”, según definiciones de sociólogos trasnochados del pasado.
La silenciosa tarea de cubrir el espacio argentino en tierra, mar y aire, con escasos medios y sin estridencias, es un hecho que remite a las mejores tradiciones sanmartinianas.
Política militar. Los “sordos ruidos de corceles y de acero” que se escuchan y alarman por la geografía latinoamericana no solo son “señales”, sino que esconden el fracaso de muchas estrategias políticas para cerrar las brechas sociales que están presentes desde lo profundo de la historia. Es evidente el fracaso económico-social de la política nacional al carecer de estrategias de desarrollo industrial, agropecuario y minero que permitan emerger a los pueblos del subdesarrollo. Para colmo, en muchos casos la política no solo fracasó en desarrollar nuevos modelos económico-sociales, sino que se transformó en una verdadera corporación más, con privilegios irritantes para las masas populares. Uno de los tantos problemas institucionales es visualizar la política militar, como ultima ratio del poder político en el uso de la fuerza.
No solo “subordinación y valor” juraron todos sus miembros, sino que buscarán una adecuada integración al proceso social, económico y político de la Argentina. La casi totalidad de los cuadros y tropas hoy en día tienen claro que a lo largo de décadas, desde 1930 hasta el actual gobierno saliente (a excepción del gobierno peronista de 1946-1955), fueron usadas como el “partido militar” para representar, previa manipulación ideológica, a sectores corporativos concentrados de la “derecha”, incapaces de tener representación política. Su actualización ideológica y política las hacen hoy firmes defensoras de la democracia republicana y representativa como lo demostraron en 1987-1990 y en los trágicos días de diciembre de 2001, cuando esperaron que el sector político alumbrara una salida institucional y democrática.
Fernández-Fernández. Hoy, como ciudadanos de uniforme, parte de sus cuadros y tropas están por debajo de los niveles de pobreza, en gran parte de las unidades militares ya no se distribuye el rancho (salvo las guardias), la logística y el combustible son absolutamente limitados como así también su poder de fuego.
Pero, como gran parte del pueblo trabajador argentino, saben que al nuevo gobierno de Fernández-Fernández no se le podrá pedir inmediatamente ampliaciones presupuestarias (por las otras prioridades sociales del presidente), pero sí se deberán solucionar los enormes problemas administrativos, salariales y jurídicos que arrastran desde hace años, a saber:
Avanzar hacia la paulatina equiparación salarial con las fuerzas de seguridad, no solo en sueldos, sino también en equipamiento y desarrollo.
Respeto hacia normas y tradiciones de las instituciones militares y entrelazamiento profesional y funcional con otras instituciones, especialmente con los sistemas científico-tecnológico y universitario nacionales. Hoy, la mayor parte los cuadros de conducción tienen títulos de grado y posgrado en disciplinas afines.
Sería auspicioso para el nuevo gobierno sacarles del estado de postración y “aguante”, y avanzar con metas estratégicas nacionales que definan las FF.AA. de 2050.
“Zapatero a sus zapatos”. Definitivamente, las FF.AA. argentinas no solo tienen el deber constitucional de prever a la defensa común sino, en particular:
a. El Ejército a cubrir el territorio, los espacios semivacíos del Norte y el Sur, las regiones estratégicas con infraestructura crítica y las fronteras sensibles.
b. La Armada a navegar, monitorear, proteger y salvaguardar el Atlántico Suroccidental.
c. La Fuerza Aérea deberá mantener, proteger y volar todo el espacio aéreo, continental y marítimo argentino y avanzar decididamente hacia el espacio extraterrestre.
El nuevo gobierno nacional deberá apuntar a recrear: la aviación estratégica, una fuerza submarina moderna, fuerzas antiaéreas disuasivas y tropas especializadas para cualquier emergencia. En lo posible, con articulación de la industria nacional y las fabricaciones militares estatales.
La estrategia de la defensa nacional argentina, sin dejar de ser defensiva y cooperativa con los países vecinos, deberá volver a tener el suficiente poder de disuasión que requiere todo Estado moderno.
*Profesor de Geopolítica en la Facultad de la Defensa Nacional; Universidad de Buenos Aires y Universidad Nacional de Lanús.