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Energía nuclear

El tren al que no nos estamos subiendo

La industria nuclear está a las puertas de una revolución tecnológica, y la Argentina se puede sumar a esa cadena de valor con mucho de lo que sabe fabricar y diseñar. Para eso debe dejar de insistir con proyectos condenados al fracaso, imposibles de pagar y que a esta altura son una pérdida de tiempo, como Atucha III. El futuro son los reactores pequeños, como el prototipo Carem (foto) y no hay que perder ese tren.

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Energía Nuclear. | cedoc

Hace aproximadamente un año, publicamos algunos artículos en diversos medios –incluyendo PERFIL– llamando la atención sobre un nuevo “renacimiento” de la industria de la generación de energía nuclear. Decíamos en aquel momento que ya se veían señales claras de que el mundo volvía a mirar a la energía nuclear como parte de la solución a los problemas relacionados con el cambio climático y la emisión de gases de efecto invernadero. 

Un año después, este fenómeno no ha hecho más que consolidarse. Una rápida mirada a las políticas que están adoptando los países del mundo respecto de la energía nuclear nos permite identificar tres grupos, calificados estos respecto de la actitud que los países están tomando sobre esta fuente de generación de energía. 

En primer lugar, los países que –a grandes rasgos– nunca rechazaron la energía nuclear como fuente posible. En general estos países, o siguen igual o ha aumentado en ellos su disposición a invertir en energía nuclear. Podemos incluir en este grupo a nuestro país y a Brasil, entre otros. 

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Reino Unido busca impulsar su autonomía energética

En segundo lugar, los países que no rechazaban la energía nuclear ni habían desmantelado sus parques nucleoeléctricos, pero hoy han virado a una posición más proactiva invirtiendo en proyectos y alternativas para diseñar o construir nuevos reactores. Han pasado del “no rechazo” al “quiero”. El país más relevante de este grupo son los Estados Unidos. El gobierno del expresidente Trump se volvió muy activo en el apoyo a nuevos proyectos de energía nucleoeléctrica, y esa política no solo no ha cambiado con la administración Biden sino que, por el contrario, se ha profundizado. También están aquí el Reino Unido, la mayor parte de los países escandinavos y Europa del Este. Convergen una serie de razones que nos permiten afirmar que será en esta región de Europa donde se manifestará la primera ola de este “renacimiento” nuclear. 

Por último, en tercer lugar, existe un pequeño grupo de países que, luego de los accidentes nucleares (Chernobyl y Fukushima) decidieron salir de la generación nucleoeléctrica y no construir reactores nuevos. Hace un año no quedaba tan claro qué iban a hacer, pero hoy parecería que esos países (todos de Europa occidental) continuarán lejos de la energía nuclear. Es un grupo que personalmente me resulta un misterio: el rechazo a la energía nuclear los transforma en consumidores de energías térmicas de las que deberíamos estar saliendo en forma acelerada. Pero se resisten a hacerlo por cuestiones vinculadas a la composición política de sus Parlamentos. Son los casos de Alemania, Italia y España. 

Y hay un cuarto grupo: los países que anuncian que –de aparecer alternativas viables en costo– decidirán entrarle a la energía nuclear. Sugiero muy enfáticamente mirar a África y al sudeste asiático en los próximos años. 

Ucrania. Decíamos hace un año y podemos afirmarlo hoy con un poco más de evidencia: la guerra en Ucrania aceleró este proceso, pero no es la causa. La razón principal sigue siendo la búsqueda de respuestas a la tragedia climática. 

El futuro de la energía en una era de inseguridad energética

Un 50% de la responsabilidad del calentamiento global es la generación de energía, básicamente consumo de combustibles fósiles. Según datos del European Centre for Medium-Range Weather Forecasts (Ecmwf), que integra el proyecto Copernicus sobre cambio climático de la Unión Europea, el mes de julio de este año fue el más cálido en promedio desde que se mide temperatura en forma confiable, hace casi un siglo. Para el pasado 30 de julio, el Ecmwf registró una temperatura global promedio de 20,96° centígrados, la más alta para un día desde que se llevan registros. 

Una política de transición energética bien diseñada no admite soluciones simples. Cada país debe diseñar una política integral, buscando en mejor balance real posible. Nosotros tenemos la suerte de disponer de una variada cantidad de recursos naturales, a lo que sumamos un conocimiento relevante de la tecnología nuclear. Para decirlo de manera simple, tenemos casi todo. Lo que tenemos que diseñar es una política sostenible que logre el mejor balance entre agenda climática, seguridad energética y capacidad exportadora. Y –no menos importante– buscando siempre hacerlo al menor costo posible para el consumidor y para el Estado.

En esa búsqueda, cada vez son más los países que vuelven a ver a la energía nuclear como integrando una política de transición energética hacia energías limpias de gases de efecto invernadero. Es decir, como parte de la solución. 

Pero en los últimos años la energía nuclear se había vuelto muy cara. En los países con mercados energéticos normales, en los que los costos de la energía están internalizados y son transparentes para el consumidor (¿volveremos a ese mundo alguna vez?), los gobiernos, las empresas y en general quienes toman decisiones buscan que tales costos impacten lo menos posible en la economía. Y eso se logra de dos formas: consumiendo en forma eficiente y bajando los costos de generación. 

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El modelo de negocios sobre el que creció la energía nuclear sufrió un golpe tremendo con los accidentes nucleares (Chernobyl y Fukushima), pero esos accidentes no hicieron más que exponer un modelo que ya estaba en crisis. Los reactores grandes, construidos ad hoc en cada sitio y con esquemas de licenciamiento también ad hoc, demoran muchos años en ser construidos y eso –junto a otros factores que no tiene sentido discutir aquí– disparó los costos. 

Fin de una era. Pero luego de años de intentar vender lo que no se podía vender, la industria nuclear reaccionó y está produciendo un verdadero cambio radical en el modelo tecnológico y, sobre todo, en el modelo de negocios. Reactores pequeños, simples, buscando sistemas de seguridad, refrigeración y monitoreo más eficientes y menos costosos sin resignar estándares de seguridad. Nuevos modelos de reactores conocidos por sus siglas en inglés (SMR), pensados para ofrecer soluciones para el mercado actual, y no para el de 1970. Redes eléctricas con generación más distribuida, con la posibilidad de autogenerar y, sobre todo, con la aparición de las energías renovables no convencionales. 

La energía nuclear puede ofrecer soluciones energéticas limpias a precios competitivos y es una posibilidad de que se consolide esta nueva industria de reactores pequeños y modulares, que ya muestra más de 25 proyectos en marcha, casi todos llevados adelante por empresas de base tecnológica que hace 15 años no existían. Una rápida revisión de los proyectos más avanzados nos muestra que el 80% es desarrollado por empresas privadas, y que el 70% de esas empresas son de capitales de los Estados Unidos. 

Los proyectos son de todo tipo: diferentes sistemas de enfriamiento, tipos de combustible, moderadores de la reacción nuclear, etc. Pero todos tienen algo en común: son modelos que buscan la simpleza, la fabricación en serie, la adaptación a cualquier mercado y la estructura modular (centrales compuestas de más de un reactor pequeño en línea, adaptadas a las necesidades del consumo). Todos están pensados para alcanzar la mayor competitividad posible en un mercado –el de la energía eléctrica– que es muy competitivo a nivel global. 

¿Y nuestro país en qué anda? Argentina es un país con capacidades nucleares probadas, que sin embargo no está en condiciones de diseñar la ingeniería ni de fabricar reactores grandes. Nunca las tuvo. Los tres reactores que operan en nuestro país son de diseño extranjero y hubo que pagar licencias cuando se los compró. 

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Por otra parte, hoy no está en condiciones de comprar al contado un reactor grande. El proyecto Atucha III, que lleva más de diez años, no ha podido avanzar precisamente por esa razón. Durante tres períodos de gobierno se intentó llegar a un acuerdo con una empresa extranjera para que pudiera proveernos un cuarto reactor grande, sosteniendo esa compra en un crédito provisto por un conjunto de bancos de ese mismo origen. El resultado es más que evidente para todos los que hemos intervenido en esa negociación: el costo total de la obra (incluyendo la financiación) supera los 13 mil millones de dólares, lo que implica pagar por la electricidad generada por ese reactor aproximadamente el triple del precio promedio de la electricidad hoy. Desde hace años que venimos diciendo que hay que buscar otro camino, y que ese camino está hoy a la vuelta de la esquina: la industria nuclear está en el inicio de una revolución tecnológica, y la Argentina se puede sumar a esa cadena de valor ofreciendo mucho de lo que sabe fabricar y diseñar. Pero también dijimos que para eso debemos dejar de insistir con proyectos condenados al fracaso, imposibles de pagar y que a esta altura solo nos hacen perder tiempo. Y que también debíamos dejar de lado las anteojeras ideológicas que nos estaban impidiendo abrir nuestro sector nuclear al mundo, permitiendo que nuestras empresas y organizaciones se asocien con empresas de otros países, buscando sinergias. Argentina tiene una industria y una ingeniería nuclear de primer nivel, y desde hace años venimos llamando la atención sobre la oportunidad que nuestra industria tiene para ser parte de ese mercado que está creciendo y que hoy es una realidad. Se están firmando contratos para construir reactores pequeños en varios países de Europa del Este y todo indica que es un mercado que crecerá. Involucrarnos con ese mercado y esa cadena de valor implica inversiones para nuestras empresas y trabajos de calidad para nuestros profesionales y técnicos.

Sin embargo, las autoridades del sector nuclear argentino anunciaron hace un año y medio que continuarían con el proceso de compra de un reactor grande. Dijimos que no estaban viendo lo que pasaba en el mundo, que no percibían que era un proyecto de muy difícil concreción para un país como el nuestro. 

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Lamentablemente se generó un debate estéril e inconducente. Se nos respondió que los SMR eran una “promesa de futuro sin bases actuales”, que había “decenas” de reactores grandes por construirse y que a fin de 2022 Argentina comenzaría a construir Atucha III

Más de un año después, no hay Atucha III. No hay proyecto, no hay obra, no hay construcción, no hay trabajo para las empresas argentinas. Mientras tanto, el tren de los reactores pequeños está pasando, y no nos va a esperar. 

Atucha III es un proyecto caro, y el riesgo de no terminarlo, en caso de que arranque, es enorme. Ese riesgo aparentemente ha desaparecido porque el proyecto no avanzó. Más allá de los anuncios con palabras como “soberanía” y “proyecto nacional”, no pasó de los papeles. No hay proyecto, no hay obra. No hay Atucha III

Prototipo. Argentina, gracias al prototipo Carem (que, vale recordar, es un prototipo, no un proyecto comercial competitivo), está construyendo capacidades de ingeniería de reactores pequeños. Capacidades mucho más apropiadas para un país como el nuestro, que nos permitirían convocar a inversores y desarrolladores extranjeros a venir aquí a desarrollar, fabricar o integrar sus proyectos. Hay decenas de empresas, cientos de profesionales, miles de trabajadores que se han formado en ciencia y tecnología nuclear que necesitan de un escenario sostenible para vender el producto de su trabajo. Y hay un país que necesita exportar tecnología y generar divisas. El rol de un Estado inteligente es leer correctamente cómo funciona el mundo, identificar capacidades y ayudar a las empresas a venderlas. 

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El sector nuclear argentino tiene la madurez necesaria para abrirse al mundo y exportar el trabajo local, y no para cerrarse a comprar tecnología amortizada y fabricar tres o cuatro componentes cada muerte de obispo con fondos públicos y tarifas caras. Eso no es desarrollismo,  es populismo tecnológico y no nos conduce a ningún buen final. En ningún caso. 

Asimismo, cuenta con un organismo científico-tecnológico como la CNEA, que ha desarrollado capacidades que deben ser una herramienta para que el Estado devuelva a la sociedad todo lo que ha invertido en ciencia nuclear. Y una empresa operadora de centrales nucleares de primer orden (NASA) que puede liderar un camino claro, lejos de mesianismos para que, por ejemplo, la energía nuclear sea una alternativa real para reemplazar generación térmica vieja, cara y contaminante a lo largo y ancho de todo el país. Hoy hay una tecnología (los reactores pequeños) que nos permite pensar que eso es posible. Energía limpia, barata y segura que puede ser la alternativa de reemplazo real de energía fósil.

Estamos a las puertas de un cambio de gobierno. Soy muy optimista y tengo confianza en que 2024 será el primer año de un cambio importante para la industria y la energía nuclear en nuestro país. Creo firmemente que dando los pasos correctos en el corto plazo vamos a estar formando parte de esta cadena global, como lo hicimos en el pasado con los reactores de investigación.

*Exsubsecretario de Energía Nuclear de la Nación.